La izquierda sola no venció al fascismo (ni lo vencerá)

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No me preocupo por ninguna consigna que no sea la que yo mismo me he asignado de buscar siempre y en todas partes la verdad

No me pudo parecer más emocionante la escena de los viejos veteranos del desembarco de Normandía volviendo a las playas en las que murieron miles de sus compañeros en defensa de la libertad. Esa Marsellesa cantada a coro en todas sus estrofas –incluidas las más belicosas, es un himno de revolución– ya que normalmente sólo se entonan la 1, la 6 y la 7. Cuando la libertad es pisoteada, hasta la ofrenda de la vida es poca para restablecerla. Todo esto es enormemente pertinente en un día como hoy. Europa la hacemos nosotros y Europa está llamada a resistir grandes tensiones y tal vez a correr graves riesgos. No es baladí lo que nos jugamos. 

Por eso es bueno recordar que la libertad y la democracia resurgieron en torno a la colaboración de países, personas y partidos de muy diversa índole, con la única constante de mostrarse contrarios a que la voluntad opresora de un líder autoritario acabara con las vidas y los derechos de millones de individuos en este continente. La batalla a los fascismos no se ganó con divisiones sino con consensos básicos. La izquierda sola no venció al fascismo ni hubiera podido hacerlo. No olvidemos la historia para no repetirla. 

Como es jornada de votación, me gustaría dejar la evidencia en manos de los que ya pasaron por pruebas similares. Me gustaría que me acompañaran a Suiza en febrero de 1939. El premio Nobel de Literatura, Romain Rolland, a la sazón presidente del Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo, fundado por Barbusse, acaba de recibir una carta de Francis Jourdain, secretario del comité, informándole de un proyecto para reunir una conferencia internacional antifascista. Ambos son próximos al Partido Comunista Francés, de hecho Rolland está casado con una rusa. Todos intentan evitar el inicio de la Segunda Guerra Mundial y frenar al eje de potencias fascistas. Rolland, el pacifista reconocido, el amigo de Gandhi y de Tagore, de Aragon y de Zweig, le contesta a Jourdain a vuelta de correo con su negativa absoluta a organizar tal congreso y a escribir un nuevo manifiesto y en ella le explicita los motivos de “sabiduría política” que le llevan a no alentar una “cruzada roja” contra las dictaduras fascistas (siendo él mismo rojo, como queda dicho).

“Mi querido amigo,

Con una profunda tristeza pero con firmeza le respondo con un rechazo absoluto a su propuesta de tal conferencia internacional y no es solo porque estoy enfermo, fatigado, y asqueado de la continua inutilidad de las imprecaciones con las que desde hace meses intentamos aliviar nuestro sufrimiento y nuestra impotencia. 

Lo cierto es que no me hallo de acuerdo con la política de nuestros amigos comunistas hace mucho tiempo. Le hablaré con toda franqueza. Todo rencor social o partidista debe ser en esta hora apartado. Lo esencial en política es, cuando se lleva a cabo una acción por más justa que sea, determinar con precisión el momento y las condiciones que la favorecen y los que la contrarían. Estoy convencido de que nuestros amigos no lo han evaluado convenientemente. No basta con tener razón en abstracto, hay que tenerla con los hechos presentes. 

No ha habido nada más torpe ni políticamente más inconveniente que la violencia injuriosa en torno a Daladier. Nada habría más peligroso que desconocer e ignorar el estado de ánimo de los hombres que llevan adelante los fascismos en Europa. Hay que saber para mejor combatir, ponerse en la piel de los que nos odian y nosotros odiamos. La misma fobia que tenemos nosotros por el Eje la tienen ellos respecto a nosotros. Es nefasto añadirle leña al fuego con manifiestos amenazantes y declaraciones. Eso lo hacen los periódicos irresponsables que no tienen nada que perder y todo que ganar en medio de este jaleo. Esos medios son un peligro público para los países y las democracias, que deben en este momento, más que nunca, estar juntas y trabajar sin ruido.

Esto nunca se conseguirá con la acción única del PC y sus aliados que no podrán agrupar en torno a ellos sino a una minoría. Es preciso que el partido tenga la fuerza de espíritu suficiente para difuminarse y dejar que sean los elementos liberales y moderados los que tomen la iniciativa del movimiento antitotalitario para la defensa de las libertades. Mientras le escribo ha aparecido en L'Humanité un manifiesto de intelectuales para acudir en socorro de los refugiados republicanos españoles. Lo firman nombres de la izquierda, conservadores y liberales. ¿Por qué no se puede buscar la misma unidad para la defensa de las libertades amenazadas por los estados totalitarios?

En realidad pido a nuestros amigos que sean lo suficientemente hábiles y discretos para lanzar la idea de una Unión mundial por la Defensa de las Libertades Democráticas en la que se den cita también representantes ilustrados y moderados, menos comprometidos que nosotros. El primer trabajo, el más urgente, consiste en rehacer en Francia y en todo Occidente la unión de las fuerzas democráticas sin inútiles provocaciones oratorias. Nunca se calcula bastante el resentimiento que pueden provocar las palabras. No deberíamos decir sino actuando. Incluso sería mejor actuar primero y decir después. Me ofrezco pues para otra Unión concebida sobre bases más amplias, como le acabo de exponer.

Con la expresión de mi más afectuosa consideración,

Romain Rolland

Pd.- Haga leer esta carta a Thorez y a Aragon y que nuestros amigos comunistas no duden de mi fidelidad a las ideas comunes. Es precisamente por el interés de la causa por lo que le digo todo esto“.

Puestos a escribir y leer cartas, me parece que esta contiene una valiosa enseñanza para nuestra posición respecto al futuro de Europa, ese que vamos a decidir hoy con nuestro voto. La democracia y las libertades se protegen con una amplia base de aliados, no convirtiendo en enemigos a los que sólo pueden estar a nuestro lado en este empeño. Es peligroso que el cortoplacismo impida ver realidades que ya deberíamos haber aprendido de quienes nos precedieron, de los que entonces “no pudieron ser amables” en palabras de Brecht. Hemos llegado a un punto en el que nos resulta más fácil atender a lo que dicen los muertos que escuchar a nuestros coetáneos vivos. Es muy obvio que a Rolland no se le hizo caso entonces, probemos a escucharle ahora. 

Serán cinco años cruciales. No votemos con el odio en el corazón sino con la seguridad de que la unión nos protegerá del desastre. No son los muros, son las alianzas.

Atentamente, 

Elisa Beni

Nota.- La traducción de la carta y su extractado es obra de la propia autora y el texto procede de los diarios de Romain Rolland publicados por editorial Bartillat.