Izquierdas, condenadas a cooperar
La vida ha querido que el debate de investidura me haya pillado haciendo montaña, muy lejos de España, y completamente desconectado durante 10 días.
Aunque al ausentarme las cosas ya no pintaban bien, a la vuelta me he encontrado con un ambiente de perplejidad, confusión y cierta desolación entre las izquierdas. Esta es la impresión que tuve cuando, al salir del silencio absoluto, me encontré sepultado entre miles de datos y análisis que, reconozco, me está costando digerir.
Fue tal mi desconcierto que en un primer momento pensé que la cosa había acabado bien. Un espejismo provocado por el hecho que las primeras informaciones, que me asaltaron desordenadamente, correspondían a los escasos días en que las cosas apuntaban a final feliz. La alegría me duró escasos minutos, quizás solo segundos, pero la sensación que me ha quedado es la de Match Point y el convencimiento de que, a pesar de todo, la pelota podía perfectamente haber caído del lado del acuerdo de investidura. Y eso me lleva a ser optimista.
A estas alturas no creo que ayuden las valoraciones que apuntan a las distintas responsabilidades de los actores– siempre complejas y repartidas como la vida misma. Mucho menos las que ofrecen explicaciones en el terreno de la psicología y la personalidad de los protagonistas o en la cultura judeo-cristiana de la culpa, siempre por concentrada en uno de los actores en función de quién juzga.
Se diga lo que se diga, en septiembre hay repesca y es imperioso aprovecharla
Se diga lo que se diga, en septiembre hay repesca y es imperioso aprovecharlaEn estos momentos solo me parecen útiles los análisis de las causas de lo sucedido, con el objetivo de obtener alguna lección que nos permita aprovechar la repesca de setiembre. Comienzo este intento de poner orden en mi desconcierto pidiendo disculpas por si el desconocimiento de datos clave o la distancia vivida me llevan a cometer alguna injusticia con los protagonistas. He vivido conflictos y negociaciones desde diferentes posiciones -la de actor y la de observador- y sé cuanto joden las lecturas simples hechas desde el burladero y lo fácil que se ven los toros desde la barrera.
De entrada me permito reiterar una obviedad, las estrategias puestas en marcha por PSOE y Unidas Podemos tenían muchos números para terminar en desastre. Y si lo destaco no es para mirar hacia atrás, sino porque en los primeros escarceos post-investidura detecto cierta tendencia a reincidir.
Difícil acordar, cuando no existe acuerdo ni en lo que se quiere negociar
De entrada conviene recordar que durante semanas los interlocutores no supieron ponerse de acuerdo ni tan siquiera en el terreno de juego, en el objeto de la negociación, una coalición de gobierno o un pacto de legislatura. Y sin acuerdo sobre el objeto, sobre el terreno de juego de la negociación, es muy difícil negociar.
Reitero lo que he dicho desde el principio, las pretensiones de UP, sea cuales sean sus razones, para querer un gobierno de coalición son absolutamente legítimas. Personalmente creo que Unidas Podemos puede aportar más a la mayoría de gobierno y al mismo tiempo salir reforzada como fuerza política con un pacto de investidura y su condicionamiento parlamentario en la orientación de los presupuestos y las políticas concretas. La presencia minoritaria en el gobierno no le ofrece a UP más garantías de cumplimento de lo acordado- la experiencia dice que no las tienen ni los partidos mayoritarios frente a sus gobiernos que suelen adquirir una fuerte autonomía política, incluso en relación a su propio programa electoral. Por contra la incorporación al Gobierno siempre limita las posibilidades de mantener un perfil propio y la capacidad de desmarque en caso de discrepancia. Pero, dicho eso, si Pablo Iglesias y la dirección de UP ha decidido exigir un gobierno de coalición, a cambio de apoyar la investidura, ello es absolutamente legítimo y no puede descalificarse y mucho menos de la forma tan obscena como se ha hecho.
En el mismo sentido puedo comprender las prevenciones y reticencias de Pedro Sánchez y el PSOE a la entrada de Unidas Podemos en el gobierno. Más allá de la repulsión casi genética del PSOE a compartir el gobierno de la nación con otras fuerzas políticas de izquierdas hay razones objetivas para la resistencia socialista a esta formula. Socialistas y UP son fuerzas con culturas políticas muy distintas – una diferencia, la cultural, más profunda que la que pueden contener los programas respectivos- que son incluso contrapuestas en relación a la asunción de responsabilidades de gobierno. El PSOE lleva instalado en los gobiernos y las llamadas razones de Estado desde siempre y a UP, al menos hasta ahora, le cuesta asumir los compromisos y sobre todo las contradicciones que significa gobernar. Aunque hay algunos ejemplos locales exitosos, en general la aceptación de los límites de la política, la gestión de contradicciones, la asunción de responsabilidades y la necesidad de asumir como propias las decisiones bonitas pero también las feas, no está aún en la cultura política de la galaxia de UP. Y este no es un tema menor.
Romperle el espinazo al socio es una estrategia ruinosa si se quiere un acuerdo
Si la exigencia de un gobierno de coalición o la negativa a pactarlo eran posiciones legítimas en un primer momento, ha sido un verdadero despropósito la manera en la que ambos interlocutores han abordado esta diferencia crucial. En vez de intentar buscar un acercamiento –márgenes los había y los hay, como se ha comprobado después– han dedicado muchas semanas al desgaste primero y a la descalificación después del que debía ser el socio de gobierno, con argumentos a cual más zafio. La estrategia de ambos ha consistido en llevar al interlocutor hacia el abismo e intentar con ello romperle el espinazo. Una estrategia ruinosa para cualquiera de los dos escenarios futuribles porque, aunque uno de los dos hubiera conseguido su objetivo, el clima provocado por esta victoria pírrica sería de desconfianza absoluta e incapacidad para cooperar. Si insisto en este factor es porque diez días después de la fallida investidura, parece que ambos interlocutores no han abandonado aún esta lógica.
La gestión del tiempo, la materia prima de la política
Una de las consecuencias de esta opción de destrozar públicamente al socio con el que se quiere gobernar, en el gobierno o en el parlamento, ha sido que, cuando Pablo Iglesias renunció a formar parte del Gobierno y el PSOE aceptó un gobierno de coalición, el clima era ya de gran desconfianza y a la negociación le faltó tiempo – el que malgastaron en descalificarse mutuamente. Cuando se parte de posiciones tan alejadas, alcanzar un acuerdo requiere tiempo para la descompresión del conflicto, para el cambio de escenario, para que las posibles soluciones maduren, lo hagan los interlocutores y también las estructuras de sus respectivas fuerzas políticas. No se pasa en un “plis plas” del argumentario demonizador del otro a asumir que se pacta con aquel al que se ha presentado como un demonio ante los propios y la opinión publica. Si insisto en la importancia del tiempo necesario es porque los riesgos de reincidir en el “error” de dejar de nuevo la negociación de fondo para el final, jugando con el factor pánico del otro, son muy evidentes.
Conocer los límites propios es vital, desconocer los límites ajenos resulta letal
Un tercer elemento que pudo contribuir al fracaso de la investidura y que debe estar muy presente en el reinicio de las conversaciones fue la ignorancia de los límites ajenos. En una negociación conocer los límites propios es vital y desconocer los límites de la otra parte suele ser letal. No se puede pretender que tu interlocutor acepte aquello que no puede hacer. Saber donde están estos límites suele ser básico.
El PSOE no podía pedirle a UP que el precio a pagar por estar en el Consejo de Ministros fuera la insignificancia política, sobre todo después de haber dejado fuera de juego a Pablo Iglesias. Cuando se entendió y se intentó reconducir la situación con la propuesta de una Vicepresidencia social y tres ministerios, quizás faltó tiempo para que la propuesta madurara en el seno de Unidas Podemos.
De la misma manera UP, como socio minoritario, no podía pretender la dirección de los Ministerios de Trabajo y Seguridad Social y Transición energética. Se trata de materias que se corresponden a las señas de identidad ideológica que ambas fuerzas comparten en sus respectivos proyectos políticos, el mundo del trabajo y la sostenibilidad ambiental. Es comprensible que, siendo UP el espacio en el que se han organizado fuerzas ecologistas como ICV o Equo, quisieran protagonizar la acción de gobierno en estos campos. Y algo parecido puede decirse en relación al empleo y las pensiones. Pero siendo humanamente comprensible es políticamente insostenible pedirle al PSOE, socio mayoritario, que renuncie a estas dos señas de identidad, que son también centrales en su proyecto político. De nuevo, cuando se quisieron reconducir estos desajustes, faltó tiempo.
Las izquierdas están condenadas a apostar por una competitividad cooperadora
De todas las claves que explican el fracaso de la primera investidura hay una que, a mi parecer, es la más decisiva y que amenaza con abortar definitivamente un gobierno de progreso. Me refiero a la falta de cultura de cooperación existente en las izquierdas políticas españolas. Esta falta de cultura de cooperación entre las izquierdas tiene raíces históricas profundas y al mismo tiempo evidencia un gran déficit de comprensión de las claves del presente y aún más del futuro inmediato.
La manera en que se produjo la transición, la batalla por la hegemonía en el espacio de las izquierdas después del franquismo, dibujó un escenario de guerra fría que ha dificultado cualquier estrategia unitaria de cooperación entre las izquierdas. El PSOE de Felipe González, y más allá, aplicó al PCE y a Izquierda Unida el mismo bloqueo que en Italia –guardando todas las distancias– se aplicó al PCI. Y del otro lado, cada vez que se ha creído llegada la oportunidad se ha intentado el “sorpasso” al PSOE. El más reciente la pretensión de Pablo Iglesias, en el ciclo electoral del 2015-2016, de sustituir al PSOE como vertebrador de la izquierda. Incluso alimentando el sueño húmedo de la pasokización de los socialistas, que no era otra cosa que el deseo de que convertirlos en electoralmente residuales.
Aunque hayan cambiado las circunstancias, el entorno internacional, incluso la estructura de partidos políticos con la irrupción de Podemos, el rechazo a cooperar esta muy presente en la cultura de las izquierdas españolas, salvo pequeñas islas y ejemplos a nivel local, que son la excepción a la regla.
No hay futuro para las izquierdas sin el reforzamiento de todos sus miembros –con su diversidad sociológica e ideológica– y una apuesta nítida por la cooperación entre ellas. En unas democracias en crisis profunda, con una ciudadanía cada vez más perpleja, que busca seguridad en soluciones y proyectos políticos casi unipersonales, y mapas electorales muy fragmentados, la cooperación entre las izquierdas no es un aderezo, es una condición imprescindible y vital para las políticas de progreso. Lo acabamos de comprobar en la configuración de los gobiernos autonómicos y locales. A partir de ahora la excepción va a ser la regla, la necesidad de pactos de gobierno que sumen desde la diversidad e incluso en ocasiones desde proyectos con significativas diferencias. Bienvenida sea la política.
Unidas Podemos no va a poder sacar adelante ninguna de sus propuestas políticas, si no es en el marco de la cooperación con el PSOE y el resto de izquierdas implantadas en diferentes CCAA. Las movilizaciones sociales son importantes para hacer avanzar las políticas, pero su plasmación en derechos requiere también de mayorías sólidas en los parlamentos.
Tampoco el PSOE podrá concretar su programa electoral si no es en el marco de una mayoría de izquierdas consolidada. ¿Con quién si no se puede revertir legalmente la reforma laboral del 2012 del PP? O, más complejo aún, ¿con quién se puede aprobar un nuevo Estatuto de los Trabajadores que dé cobertura a relaciones y realidades hoy excluidas de la legislación laboral? No parece que eso lo pueda hacer el PSOE con el PP o Ciudadanos. ¿Con quién puede el PSOE defender y consolidar el sistema público de pensiones, que requiere una reforma que garantice su viabilidad financiera, pero también social? ¿Con quién puede abordar el PSOE la reforma fiscal que este país necesita para acabar con el gap del 8% del PIB de menores ingresos fiscales en relación a la media de la zona Euro? Podríamos poner algunos casos más, por ejemplo en relación al sistema educativo y la cada vez mayor segregación que se produce entre el sistema público y el privado concertado.
Se trata de reformas que la sociedad española necesita abordar urgentemente, –antes de que nos llegue el próximo cambio de ciclo– que precisan de acuerdos muy amplios, incluso entre formaciones que tienen opciones distintas, pero que solo se pueden decantar hacia posiciones de progreso –aunque sea aceptando los límites de la correlación de fuerzas y la complejidad social– si existe una mayoría parlamentaria de izquierdas sólida, que requiere ineludiblemente de la cultura de la cooperación. Hay que rechazar la idea de que una fuerza política de izquierdas solo puede avanzar a costa del retroceso de las otras. Y aunque en ocasiones eso sea así electoralmente hay que hacer una apuesta por la competitividad cooperadora como estrategia virtuosa. Sobre todo si se tienen presentes las grandes bolsas de inhibición política y electoral que existen entre colectivos que necesitan objetivamente políticas de izquierdas.
No está en juego solo la investidura, sino la orientación del próximo ciclo político
En las próximas semanas nos jugamos no solo la investidura de un Presidente y la constitución de una mayoría de izquierdas, sino la posibilidad de iniciar un ciclo político de mayorías y políticas de progreso. Por eso sería una grave irresponsabilidad no aprovechar la nueva “convocatoria de setiembre”.
Para ello es imprescindible no volver a las andadas, no se puede retroceder al inicio de este proceso. Cuando unas negociaciones se rompen nunca se vuelve al punto en que se produjo la ruptura como si nada hubiera pasado– pensar eso es una ingenuidad-, pero tampoco se puede ignorar todo lo que se ha andado hasta hoy.
Continúo pensando, ahora más que hace dos meses, que para Unidas Podemos seria más útil políticamente un acuerdo de legislatura que le permita impulsar las políticas pactadas, manteniendo perfil propio y su autonomía política. Cualquier acuerdo para entrar en el Gobierno no puede distanciarse mucho de las últimas propuestas y en esos términos creo que UP se deja más plumas que los huevos que pueda recoger. Pero mucho me temo que ya no hablamos del huevo, sino del fuero. La dirección de Unidas Podemos ha hecho de su presencia en el Gobierno la razón de ser del pacto y de su propia estabilidad política y una vez las negociaciones se han situado en ese terreno va a ser muy difícil rebobinar.
Lo deseable sería que de una vez por todas se negociara y acordara un acuerdo de legislatura con compromisos lo más nítidos posibles, mucho más que el documento entregado por el PSOE al inicio del proceso. Y si ese acuerdo pasa por un gobierno de coalición, el PSOE debería aceptarlo y Unidos Podemos asumir que el coste de haber puesto todos los huevos en este cesto es una presencia limitada en el Gobierno.
Por supuesto que entre estas dos posibilidades hay otras variables posibles. Son las que debieron explorarse inmediatamente después del 26 de Mayo. Quizás ahora ya es tarde, porque si hay dos errores que no se pueden repetir son continuar debatiendo sobre qué se negocia – gobierno de coalición o acuerdo de legislatura- y apurar de nuevo hasta el último momento. Llevar las negociaciones hasta el último suspiro es una estrategia muy habitual, pero en este caso el riesgo de estrellarse otra vez es muy elevado. Además, nadie debería olvidar que a medida que avance setiembre el clima político se puede hacer más complicado y enrarecido, especialmente en relación a Catalunya, y eso puede ser un obstáculo añadido a la obtención de los votos necesarios para la investidura. Continuar jugando con el tiempo y el pánico al abismo seria una gran irresponsabilidad.