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No es preciso vivir debajo de un puente para ser de izquierdas

Rosa María Artal

En un verano cuajado de noticias densas y trascendentales, la derecha española ha logrado crear una polémica con las vacaciones de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Capitaneados por Francisco Marhuenda al mando de La Razón y sus infectas mentiras habituales, se discute si una persona de izquierdas tiene derecho a disfrutar de una escapada estival de una semana, inviertiendo 600 euros –de su dinero- en el alquiler de una casa compartida. Con 71 años y 50 años de profesión en la que ha sido una jueza de gran prestigio.

Políticos (de los oficiales y de los ejecutan esa labor en medios y dicen ser periodistas) ven normal que la anterior alcaldesa dedicase algo más de esa cantidad, en este caso por noche, en el Penha Longa Hotel Golf Resort de Portugal en viaje privado también, aunque dejara en la capital española la grave crisis del Madrid Arena con cinco jóvenes muertas por la incompetencia. Ana Botella puede porque es de derechas. Los despilfarros oficiales llegaron a llamar la atención hasta de prensa extranjera como Der Spiegel. Y, tras su relevo, vamos conociendo muchos más.

El 'debate' de las vacaciones de Carmena llena horas y horas de televisión. Han llegado a equiparar las vacaiones de la alcaldesa con la invitación de un empresario en duda a un par de ministros, como publicó eldiario.es, o con las que disfruta a todo yate el privilegiado imputado Rodrigo Rato. Solo por las preferentes o por sacar a bolsa una caja quebrada –con lo que ha supuesto- parece que debería reembolsarnos algunos dineros antes de darse sus chapuzones.

El gran tema latente es que la derecha española y sus fieles becerros entienden que para ser de izquierdas hay que vivir debajo de un puente. Con habilitarse espacio en una chabola levantada en la ribera, uno ya es un rico propietario y ha de ser de derechas para “conservar” sus pertenencias. Si has firmado un fascal de letras con un banco y habitas en la casa que aún les pertenece para lo que gusten mandar, entonces ya te has convertido en un potentado que no puede sino votar al PP o en su caso a Ciudadanos. Partidos que cuidan amorosamente de nuestros servicios, pensiones y futuro manteniéndolos alejados de los recortes y la especulación. Ese es el conjunto de la idea que quieren inculcar. Con éxito, siquiera sea por la machacona insistencia del mensaje. De este modo excluyen de cualquier compromiso social serio a cuantos tienen los mínimos medios de subsistencia. A los gestores de estas falsas tramas les guía una clara y sucia intencionalidad política, pero la mayoría lo piensa realmente, aunque pueda parecer increíble.

Pasó desapercibida esta joya que firmó en ABC en Marzo, de 2015, del siglo XXI, Marcos Sueiro, con el expresivo título de Carolina Bescansa, la 'oveja negra' de una dinastía gallega y que no tiene desperdicio de principio a fin. “Carolina Bescansa -escribía dolido el autor- nació en una de las familias patricias de Santiago de Compostela. La cofundadora de Podemos es descendiente de uno de los clanes que han dado color a la vida local”. Carolina destacaba por su inteligencia superior a la de varios de sus hermanos, dice, pero todo se truncó: “En una familia tan extensa siempre hay pequeñas decepciones, pero la menor de las Bescansa superó casi todas las expectativas”.

¿Qué hizo Carolina? Tras relatar las virtudes que adornan a su familia y las amistades que atesoran, Sueiro concluye con una reflexión que es todo un tratado del pensamiento conservador español. La irrupción de Bescansa en un partido de izquierda ha provocado un daño que abochorna a su linaje con el peor de los lamparones: “… la fuerza de su apellido ha replegado a todos los componentes de la saga, que evitan contestar a preguntas sobre el compromiso revolucionario de su sobrina. En las reuniones entre las dinastías médicas y universitarias en la residencia Bescansa de la isla de la Toja se evitan las preguntas 'innecesarias e incómodas'. El tiempo dirá qué lugar ocupará en la vida española y si su éxito radicará en seguir cuestionando el lugar de donde procede”.

Ser de izquierdas no es una religión, no implica sacerdocio ni voto de pobreza. Por el contrario estas condiciones sí se exigen en la religión católica a la que se apresta con fervor de boquilla, preferentemente la derecha,y basta ver el cómo lo cumplen. Los Evangelios están llenos de esa doctrina que rechaza la usura, la avaricia y el egoísmo y propicia la generosidad. En estos momentos cuentan con un Papa que parece tratar de reconducir el catolicismo a su espíritu original. La gran diferencia es que la derecha opta –como mucho- por la caridad que les hace sentir superiores, y la izquierda por la justicia. Los resultados de la justicia son más sólidos y más dignos. Se trata de hacer políticas que disminuyan las desigualdades y que brinden oportunidades a todos, no de hacer tabla rasa en la precariedad.

La derecha, según se deduce, aplaude el brutal aumento de la desigualdad social que ha propiciado el Gobierno de Rajoy –como demuestran datos unánimes, no manipulados-. Y todas sus secuelas. Fiel seguidor de lo que hoy manda en Europa: el liberalismo que, como describen con profusión sus profetas televisivos, consiste en, a la manera del viejo Oeste americano, llegar, plantar la tienda, cuidarse de uno mismo y a los demás que les zurzan. Unos lo consiguen, otros no. Los débiles sobran. Estamos viendo atestar las fronteras a las víctimas más acuciantes de esta ideología fanática. Y de los hipócritas que se lucran con el negocio de las armas, cerrando los ojos a sus consecuencias. Y salen neofascistas de debajo de las piedras, sin rubor alguno. Tienen claro que estas personas, refugiados y emigrantes, están de más. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Las dejamos morir? ¿Las gaseamos mejor que ya probó su eficacia? No se van a evaporar. Aumentarán, porque viene implícito en las políticas que se aplican.

Todo esto está apoyando la derecha en la práctica, incluidos los no tan ingenuos seguidores de las consignas manipuladoras. En España con el regalo añadido de una corrupción descomunal. Si los políticos conservadores pueden gastar lo que les plazca, propio y ajeno, y robar con total impunidad, sus votantes sustentan la Ley del Gran Embudo, aparcando todo escrúpulo. Esta gente muestra un desahogo patológico en elegir de la moral lo que les conviene.

En definitiva, se han apañado una vida de derechos, prerrogativas y hasta desmanes a imponer. Sin contrapartida alguna que sí exigen a los demás. La izquierda es la que se preocupa de molestas bagatelas como la equidad o los derechos de las personas y punto. Alguien habrá de hacerlo porque esta situación es insostenible y augura días muy negros –aún más negros-. En su infinita ignorancia, gran parte de quienes la apoyan son como aquel gallo jactancioso del cuento que, creyendo ser invitado en la boda, acabó en la cazuela para servir de manjar en el convite.

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