En el último dominical de El País, el escritor y miembro de la Real Academia Española (RAE), Javier Marías, publicó un artículo llamado 'La mezquindad que no falte'. En él, criticó la incapacidad que aqueja a los españoles de aplaudir actos que a él le parecen nobles y muy loables. Empezó ejemplificándolo con la donación de Bill Gates de parte de su fortuna, acción que el escritor considera que no fue suficientemente laureada. Más bien al contrario, injustamente criticada como “postureo”. Lo cierto, es que no leí en su día ningún editorial o artículo criticando el hecho de que Bill Gates se desprendiera del 95% de su patrimonio, pero eso no significa que no los hubiera, así que no entraremos ahí.
El siguiente ejemplo de Marías de “mezquindad” española para con actos nobles es, cómo no, el varapalo que sí sé que se llevó Alejandro Sanz por su actuación en el famoso concierto donde paró una agresión machista a gritos. Ignora Marías en su artículo del dominical que a Alejandro Sanz se le reprochan muchas cosas en relación con ese tema, como la incoherencia que supone reprochar a otros actitudes machistas mientras él compone canciones con letras que hacen apología de la cultura de la violación. Quiero pensar que el sesgo de Marías al escribir dicha columna se debe a que realmente ignoraba esta otra parte de la polémica.
En cualquier caso, Marías no se limita a aplaudir el gesto del cantante y llamar mezquinos a los que no lo hicimos, sino que “explica” por qué tanto el gesto como una frase que se le reprochó a Sanz por ser machista (“No soporto que se maltrate a nadie, y menos a una mujer”) no sólo no lo son sino que, además, están cargados de razón.
Decía Javier Marías en su artículo: “Llama la atención, porque ¿en qué quedamos? La actual legislación española estipula una agravante, dentro de la mal llamada 'violencia de género', cuando la agresión o el maltrato son de un varón a una mujer y poco antes de las últimas elecciones una torpe representante de Ciudadanos estuvo a punto de hundir la campaña de su partido por defender, antipáticamente, la supresión de esta agravante. Si ésta existe, y la mayor parte de la sociedad está de acuerdo en que exista, es justamente porque, por lo general, en la paliza que le da un hombre a una mujer (o a un niño, o a un anciano) hay un abuso añadido. Con la salvedad de algunas mujeres entrenadas en artes marciales y de las señoras enormes que solía dibujar Mingote junto a maridos escuchimizados (existen esas parejas), a la hora de un enfrentamiento físico el varón acostumbra ser más fuerte y lleva las de ganar”.
Al parecer, aún no hay suficiente desinformación acerca de la violencia de género, así que Marías se animó a hablar del tema sin buscar siquiera la definición, en un segundo, en Google. Pero los mezquinos somos los demás.
Lo cierto es que el artículo de Marías está repleto de datos erróneos y falsas creencias (ya de por sí muy extendidas en nuestra sociedad). La Ley de Violencia de Género no se creó porque la mujer tenga las de perder en un cuerpo a cuerpo con un hombre. De hecho, en el caso de que un hombre “escuchimizado” pegara a una señora “enorme”, seguiría siendo violencia de género, pero sólo si son pareja. Es decir, nada tiene que ver el físico de los implicados, sólo la relación entre ellos para que se aplique dicha ley. Tanto es así que si un señor culturista pega o mata a una prostituta, el delito ni será considerado como violencia de género ni llevará agravante alguna, ya que no había relación sentimental entre ellos.
Seguía Marías en su columna: “La expresión 'sexo débil', que por lo visto ahora ofende a quienes ansían ofenderse, no supone menosprecio hacia el femenino, ni alude a otra cosa que a la mencionada ventaja física. Cualquier mujer no susceptible o no soliviantada sabe, para su desgracia, que si tiene un mal encuentro en la calle o en su casa, lleva las de perder (con las excepciones ya apuntadas). Que si un varón se pone bestia, lo más probable es que ella sufra mucho más daño del que ella a él pueda infligirle”.
Pensábamos que la expresión 'sexo débil' estaba ya en desuso por misógina, pero nunca es tarde para traerla de nuevo al imaginario colectivo en un dominical; hacía falta. Y con esta sentencia vuelve a equivocarse el escritor. La agravante en la Ley de Violencia de Género nada tiene que ver con que el hombre pueda hacer más o menos daño físico a su pareja. Aquí, Marías, no sólo se equivoca sino que invisibiliza otras formas de violencia contra la mujer como es la psicológica (a no ser que Marías esté dando por hecho que el hombre es también más fuerte psicológicamente que la mujer, claro).
La violencia de género, según la propia página del Ministerio de Igualdad (copiaremos directamente para que quede claro que esto nada tiene que ver con una simple opinión) “se ha constituido como un fenómeno invisible durante décadas, siendo una de las manifestaciones más claras de la desigualdad, subordinación y de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres”.
Cuando se habla de “relaciones de poder”, obviamente, nadie está haciendo hincapié en que los bíceps del hombre son mayores que los de las mujeres. Sugerir algo así mientras se tacha a otros de mezquinos no sólo es no haber entendido nada, sino no tener ningún interés en entenderlo. Y me parece respetable que cada uno tenga derecho a no querer informarse sobre lo que no quiera, pero qué menos que, en ese caso, no desinformar a sus propios lectores.
No se habla de fuerza física, se habla de poder en todos los ámbitos, propio de una sociedad patriarcal como la nuestra, en la que existe siempre una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres, y en la cual son ellos quienes tienen preeminencia. Cuando se generan relaciones de poder de unos sobre otras, se producen abusos como los que vivimos, no sólo en España, sino a nivel mundial.
En 1980, durante la II Conferencia Mundial sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer, se estableció que la violencia contra las mujeres supone el crimen más silenciado del mundo. Quince años más tarde, en 1995, tuvo lugar la IV Conferencia de mismo nombre, donde se reconoció que toda la estructura de la sociedad y todas las relaciones entre los hombres y las mujeres en el interior de esa estructura tenían que ser reevaluadas si queríamos acabar con esta lacra.
Lo frustrante de todo esto es que, décadas más tarde de esas conferencias, se siguen escribiendo y publicando columnas, impresas y digitales, con un batiburrillo de conceptos reinterpretados muy libremente por personas con grandes altavoces, relevancia y credibilidad.
Acaba el artículo de Marías: “Los peros a la actuación de Sanz sólo demuestran lo que dije al principio: la mezquindad de nuestro tiempo y de nuestro país, incapaz de aplaudir, agradecer y admirar sin reservas… nada”.
Sin duda alguna, las mezquinas no sólo seguiremos sin aplaudir a hombres que intentar apagar el machismo con más machismo sino que, además, escribiremos (aunque siempre sea desde rincones más modestos) y nos revolveremos para intentar amortiguar el impacto que tienen columnas como éstas. Ya no por altruismo o por ganas de tirar de las orejas a nadie, sino porque a diferencia de Javier Marías y de muchos otros columnistas, a nosotras la misoginia sí nos afecta directamente, por muy “escuchimizadas” o muy “enormes” que seamos.