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Jesús Cintora: 'el precio de la verdad'

Jesús Cintora en una imagen promocional de 'Las cosas claras'.
12 de abril de 2024 22:19 h

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Hay que hablar del periodismo, de su función y sus fallos, porque lo que se cuenta o no se cuenta tiene una influencia decisiva en nuestras vidas. Lo dijo Olga Rodríguez. Y Javier Aroca, al recordar el lema del Washington Post: “La democracia muere en la oscuridad”, y Ernesto Ekaizer, que mostró su preocupación por el momento que vivimos: “El peor de la democracia y del periodismo en mucho tiempo”. Y Jesús Cintora, autor del libro que presentaba en Madrid, en el que narra 'El precio de la verdad'. La verdad es aquello de lo que tiene que informar el periodismo. Y lo pensamos hasta el dolor muchos periodistas.

Jesús Cintora, un periodista que empezó en la Cadena SER hace más de 20 años, que puso en marcha las tertulias televisivas con gancho y algo más de contenido y que atesora una brillante carrera profesional, se ve a sus 47 años sin trabajo. Hace tres fue despedido de TVE, como antes lo había sido de Cuatro. Despedido y vetado, curiosamente por hacerlo muy bien. Al menos, lejos de derrotarle, ha crecido más aun en periodismo y en calidad humana.

Es cierto. Si las tertulias que tanto han proliferado en los medios buscaran clarificar temas llevarían a gente preparada y honesta en todos los casos, sin cuota alguna de lanzabulos interesados y vendedores de basura política. Es todo, las portadas como cuchillos de la pocilga mediática donde es raro encontrar un solo tema sin contaminar. Los contenidos y las prioridades que, en los medios, marca “la agenda”, esa que ya tan a menudo olvida los temas cruciales para una sociedad y vende lo que le interesa a ciertos poderes vender. No es una agenda informativa.

Al hilo del libro, el acto apuntó preguntas y respuestas al fenómeno por el que se ha llenado el panorama mediático de bulos, censura, autocensura (en los más timoratos, en los vencidos), de mentiras y trampas, de cómo “se reparten el pastel”, del ruido y la frivolidad para lograr una sociedad engañada y sumisa. Una información vital para la ciudadanía que ha de defenderse por cuanto le va en ello.

Los años finales de los 80 marcan una inflexión en la edad de oro del periodismo, cuando interesaba el mundo local y el exterior e íbamos a buscar las noticias que terminaban por hacernos entender los porqués de los conflictos, algunos de los cuales llegan incluso hasta nuestros días. Los “hijos” de esa generación siguieron buscando ese camino. Pero ya cada vez menos, porque dejó de ser una prioridad para los medios, dedicados a otros menesteres. Cotejar siempre ha sido informativo. Olga Rodríguez se refirió a la “anomalía española” de la que –durante su etapa de corresponsal– se hablaba en la ONU: la ocultación de nuestro pasado que todavía sufrimos, esos lastres enquistados que explican tanto este país.

Ya no hacen falta guerras, aunque siga habiendo las tradicionales. “Les venceremos con la mentira”, explicaba Aroca para llamar la atención sobre los nuevos formatos: “Los golpes se dan desde el Senado, el Poder Judicial o los medios”. Aquí y en otros lugares. “Se ha perdido en muchas redacciones la Cultura de la Paz, el respeto al valor de los Derechos Humanos” (Olga Rodríguez). “Gente ”sin oficio ni beneficio“ en los medios y [lo que es aún peor] gente ”con oficio, mucho beneficio y sin principios“ que nos ha llevado a esta situación política catastrófica, con una descomposición total del periodismo (Ekaizer). Quieren tumbar al gobierno, y si lo logran por fin, ¿a cuántos más tumbarán? (Aroca). 

“La pandemia de desinformación”, define Cintora, forma una sociedad manipulable. Unos pocos deciden quién está y quién no está (por supuesto da nombres y trayectorias). ¿Por qué tiene que ocurrir hasta en la televisión pública y con un gobierno progresista? A Cintora le echó y vetó en TVE este Gobierno, y otro del PP en Cuatro.

Cuando me dirigía a la presentación, Julia en La Onda informaba de la pretensión de la presidenta italiana Giorgia Meloni de encausar a las ONG que salvan vidas en el mar. De esa ley durísima antinmigración del Parlamento Europeo para ver de quitar votos a las marcas blancas del fascismo que suben como la espuma. En Argentina, Milei ha dejado la Atención Primaria al libre mercado en la peor epidemia de dengue. Hay gentuza, si me lo permiten, que votó esto voluntariamente. Tan desinformados, al menos, y desnutridos de democracia. ¿No es clamorosa la necesidad del periodismo? Sí lo es. Varias veces he repetido que el mito de Ayuso se desharía como el barro que la forma, solo si se televisaran las conclusiones de la Comisión de la Verdad de las residencias en prime time. Los expertos, los testigos, los datos. Nada que hacer tendrían ante la verdad quienes cobran para vender las falsas bondades de la presidenta de Madrid.

Temen la verdad y a los periodistas que la cuentan. Es un hecho. Siempre lo fue de alguna manera. La lista de víctimas es larga y sigue engrosándose cada día. Se inventan bulos y encapuchados. Solo contradecir la versión oficial crea problemas.12 años como 12 nubes negras me tuvieron a mí en dique seco en TVE con otro gobierno progresista: no había que informar a fondo de qué suponía para la UE el Tratado de Maastricht y fue el detonante para salir de Informe Semanal todo ese tiempo. Entiendo muy bien a Cintora, su resistencia a la arbitrariedad y la necesidad de revolverse ante lo injusto. Él cree que no hay que callarse y que, a la larga, es irremediable un cambio. Aroca pide no rendirse nunca. Olga Rodríguez, no perder la palabra, “el periodismo es palabra”. Todos piden apoyo. Y no seguir a indeseables. Ayudaría y mucho. El precio de la mentira es enorme y para toda la sociedad. Va unido en realidad al que hacen pagar, en diferentes grados, al periodista incómodo a sus intereses.

El precio de la verdad para Jesús Cintora ha sido perder su trabajo en el periodismo que ama, por censuras y vetos. Pero cree que no hay que rendirse, ni callarse. Clavada en el alma lleva la muerte en atentado en Burkina Faso (que él mismo dio en directo al llegar la noticia) de su amigo el periodista David Beriain, a quien dedica el libro. Por la verdad “otros pierden la vida”. Yo les pido que, por favor, no nos confundan. 

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