Es verdaderamente traumático asistir a comportamientos como los de José Luis Ábalos desde la alta responsabilidad de un partido que se autodefine de izquierdas. No hay nada que se pueda hacer en el ámbito político desde un gobierno progresista para compensar el daño que la actitud de ‘sugar daddy’ de película del destape del exministro está provocando en la percepción en la opinión pública sobre la ideología progresista. No es solo la corrupción, las mordidas, lo chusco y chabacano del caso, sino el comportamiento inefable, chulesco y torrentiano de los implicados destruyendo todo por lo que las ideas de la justicia social y la redistribución de la riqueza luchan y pelean.
José Luis Ábalos compareció para denunciar a la Guardia Civil por haber interceptado su correspondencia mientras era diputado y, por lo tanto aforado, con lo que considera que se ha hecho de manera ilegal. No me extrañaría que eso hubiera sucedido porque no tenemos unos precedentes demasiado limpios en lo que se refiere al comportamiento de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero no nos engañemos, a José Luis Ábalos no le mueve un ansia democratizadora ni de limpieza ética para denunciar una posible vulneración de derechos fundamentales, simplemente está buscando la manera de librarse de la cárcel buscando subterfugios legales de forma porque no es capaz de defenderse y responder desde el fondo. Lo conocido y confesado es tan grave que su presencia en el Congreso con el acta que corresponde a los valencianos es indefendible.
Lo que tendría que hacer Ábalos, en vez de ponerse tan digno y perdonarnos la vida a los periodistas por hacer nuestro trabajo, es responder a preguntas sencillas y dar explicaciones a sus votantes, los ciudadanos que nunca le votaron y a todos los contribuyentes sobre el buen uso del dinero público del ministerio que ocupó. Lo primero es explicar por qué una trama de corruptos beneficiados con contratos de su ministerio pagó más de 80.000 euros en el alquiler de un pisazo en Plaza de España a su novia, amante o lo que fuera. Lo segundo es contarnos cómo es posible que esa novia, amante o lo que fuera fue enchufada en dos empresas públicas que dependían del ministerio que él dirigía. Lo tercero es que nos cuente cómo es posible que todas sus inversiones patrimoniales e inmobiliarias estaban relacionadas con Víctor de Aldama, el empresario corrupto que se paseaba con pase vip por su ministerio, desde el chalé en Cádiz, al local en Valencia o al piso en Castellana. Lo último, si no nos quiere seguir insultando con su desprecio, es explicar cómo es posible que piense que nos creamos que podía comprar un piso en Castellana valorada en más de dos millones de euros a Víctor de Aldama por poco más de 700.000 euros con el sueldo de ministro. Menos chulería chabacana con el pitillo a medio caer en la comisura de los labios y más respuestas sinceras y transparentes.
La cacería legal a la que se está sometiendo a cualquier formación de izquierdas desde que se abrió la veda de manera descarnada con el mundo independentista y con Podemos no puede hacernos perder el foco y considerar que cualquier causa judicial está injustificada. La trama de corrupción en el seno del ministerio de Transporte con Koldo García, José Luis Ábalos y Víctor de Aldama es de una gravedad que no puede despacharse con la victimización y la apelación a una judicatura conservadora, que siéndola, no tiene nada que ver con el tema que nos ocupa. No sé lo que podrá probar la justicia ni el alcance real de lo que se dirimirá dentro de muchos años en el Tribunal Supremo, pero lo conocido, no negado, y reconocido de manera implícita por el exministro de Transporte y figura prominente del PSOE es de una ralea tan grotesca e infame que basta para repudiar de por vida el comportamiento del que fue figura tan importante del gobierno de coalición y de la llegada de Pedro Sánchez al gobierno.
Es con figuras como las de José Luis Ábalos y con comportamientos como el que tuvo con su alta responsabilidad, y sigue manteniendo en su defensa, con el que la gente de izquierdas tiene que ser más dura e inmisericorde. Por convencimiento y por el daño reputacional causado. Un caso de corrupción y de comportamiento tan poco ético debe ser más grave para nosotros cuando lo comete alguien que se escuda en los valores progresistas, mucho más que cuando lo hace alguien de la ideología adversaria. Personalmente me hiere mucho más la corrupción cuando afecta a alguien que dice defender los valores que para mí significan no solo un proyecto ideológico, sino vital y personal. Duele más cuando traicionan las ideas y el compromiso aquellos que decían defenderlo y representarlo porque cavan hondo en el descrédito de un ideario justo y bello y dificultan para el futuro poder llevarlo a cabo en toda su extensión. El comportamiento de Ábalos, independendientemente del desarrollo judicial, debiera merecer todo el repudio de la izquierda siendo los más duros y firmes con su denuncia sin dejar un sólo resquicio de justificación o de invisibilización del caso. Son las figuras de la izquierda las que tienen que clamar más alto contra esta gente que mancha los principios de fraternidad e igualdad para enriquecerse o sacar ventaja para sí mismo o los suyos.