Es horrible sentirse invisible al deseo ajeno en la adolescencia, especialmente si tus amigos no lo son. Entonces resulta sencillo pensar que algo sucede contigo, que nunca le vas a gustar a nadie, que estás mal hecho, que eres genuinamente indeseable. Pero más sencillo todavía es caer en discursos de odio. Si un chico de 17 años, por ejemplo, no consigue ligar con ninguna compañera y un youtuber de extrema derecha le repite en cada vídeo que la culpa es de la lacra del feminismo, que las chicas ahora odian a los hombres porque sí, el chaval pasará a abominar a las mujeres, al feminismo y todo que este representa. El deseo se transformará en un rencor y una inquina que no dejará de crecer mientras siga enmarañado en una comunidad febrilmente obsesionada con culparlas a ellas.
Ese chico enfangado en el antifeminismo no es un ejemplo anecdótico. Cada vez son más. Hace una semana se publicaba una investigación de Fad Juventud llamada “Culpables hasta que se demuestre lo contrario. Percepciones y discursos de adolescentes españoles sobre masculinidades y violencia de género” y realizada con jóvenes de entre 14 y 17 años. La investigación concluye que ha crecido el negacionismo de la violencia machista y el antifeminismo entre los jóvenes. Cada vez más chavales consideran que el feminismo ha impuesto un pensamiento único. Cada vez más chicos se sienten víctimas de ese pensamiento único. Y cada vez más consideran que han perdido la presunción de inocencia, que ellas van por ahí soltando con impunidad denuncias falsas.
El estudio también indica que hay más polarización entre mujeres y hombres adolescentes. Mientras los chicos se acercan a posiciones posmachistas, ellas continúan defendiendo posturas feministas, aunque no siempre se definan como tal. Resulta tentador imaginarse a los adolescentes y jóvenes de la Generación Z como una fuerza progresista que avanza en igualdad, en la que todos se comportan como aliados. Pero la realidad es bastante diferente. La realidad es que muchos chavales, y también chavalas, están encontrando en Internet discursos políticos fuertemente polarizados y los están haciendo suyos.
Esta semana, elDiario.es publicó un reportaje sobre cómo el discurso ultra está penetrando en las aulas de los institutos, donde cada vez son más frecuentes las loas a Franco o a la dictadura, que se ejecutan sin pudor. Lo cierto es que todos esos chicos de 16, 17 o 18 años conviven con una amenaza. Y esa amenaza no está por llegar. La amenaza sencillamente es que las cosas sigan como están. La amenaza es el presente. Y una de las formas más fáciles de combatir la incertidumbre y la desazón es abrazando discursos radicales que ofrecen una respuesta inmediata. Los discursos radicales no van a mejorar un primer contrato precario, no van a conseguir bajar el alquiler de un piso compartido, no van a ofrecer estabilidad, pero calmarán su frustración o, a menos, la enmarcarán dentro de un propósito común: la de los youtubers, tiktokers, filósofos en línea, miembros de la derecha disidente, “neo-reaccionarios” que les dicen: “Puedes estar aquí y saber que no estás solo, bro”.
Los políticos deberían preocuparse seriamente sobre qué hacer con esa frustración que conduce cada vez más al machismo, la intolerancia o discursos ultras. Entre otras cosas porque algunos de esos chavales depositarán su primer voto en una urna el próximo 28 de mayo. Y algunos se sentirán, por primera vez, profundamente realizados.