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Jubilados trabajando ya no es un oxímoron

Varios jubilados, reunidos en un parque, en una imagen de archivo.

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Si vivimos de media entre veinte y veinticinco años más que nuestros abuelos, y otros diez o quince menos que nuestros hijos, a estos y a nosotros nos caben estas tres opciones para financiar nuestra ansiada longevidad: haber ahorrado de modo privado o público un 20% más cada año laboral, ser ricos o trabajar más tiempo. No se trata de ideologías, sino de matemáticas. Como decía uno de los personajes de Richard Ford a su hijo pequeño, que se peleaba con las ecuaciones: “Las matemáticas son una cosa antigua como la monogamia, pero que todavía funciona”.

Efectivamente, jubilados trabajando ya no es sólo “la combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido, como un silencio atronador” (definición de oxímoron según el Diccionario de La Real Academia de la Lengua), sino que apunta una realidad incontrovertible y poco literaria, aunque, a mi juicio, plenamente antropológica: la mayoría de los nuevos jubilados lo serán, pero trabajando. No se trata tampoco de una contradictio in terminis literal, que trasciende en una metáfora con el significado opuesto, sino una nueva categoría social, con impactos laborales y fiscales, o ampliamente legales; y, más allá de estos, sanitarios, psicológicos, familiares y morales. Sin olvidar, que estos nuevos mayores quizá recuperen la motivación política, y aún tuneada, porque pondrán en almoneda promesas electorales que sólo contienen promesas.

Si echamos un vistazo a las bibliotecas y hemerotecas, desde el último cuarto del siglo pasado nos venimos advirtiendo a nosotros mismos de lo que estaba aconteciendo con las curvas demográficas. Recuerdo como si fuera ayer, y no fue ayer, las pirámides poblacionales de mi libro de geografía de la adolescencia de la infancia (eso que se ha perdido con las pantallas, pero que no ha ido a ningún paraíso proustiano). Se quedaron cortos. Pues bien, el futuro ya está aquí para quedarse.

Hoy voy a dar datos de otros países: cada día, 10.000 norteamericanos cumplen 65 años. Los empleados por encima de 65 años son la fuerza laboral que más crece, una razón explica más que varias: en 2013 la escasez de personas con el talento requerido por las empresas se calculaba en torno al 35%, en 2023 ha crecido hasta el vertiginoso 77%, según datos del mercado norteamericano. Por consiguiente, no puede resultar chocante que dos tercios de los estadounidenses más mayores contemplen hoy su retiro no como una época de puro descaso y relajación, sino como un nuevo capítulo en su vida, que es capaz de abrigar nuevos afanes, ambiciones, y propósitos renovados. En Europa andamos a la zaga, pero pegados.

A nadie se le escapa que, como en toda transición social, ésta también entrañe transformaciones en las identidades personales. Vamos a vernos abocados a entendernos en gran medida de una manera que nos era ajena, distante y distinta.

Antes del 2030 se estima que en los países desarrollados habrá más de 150 millones de trabajos nuevos en manos de personas de más de 55 años, si bien me malicio que estamos en una escalada exponencial. Para esa fecha también se espera que la digitalización y la inteligencia artificial haya hecho de las suyas, ocupándose de más de la mitad de las tareas que nos ocupan ahora. O sea, que, al apasionante reto de trabajar más, por vivir más, le vamos a poner encima el añadido de la innovación y la creatividad a la hora de llevarlo a cabo; en realidad estos retos no conllevan una amenaza, sino que entrañan desafíos íntimamente humanos, ya que nos abocan al futuro, algo de lo que carecen los artefactos digitales, que viven del pasado.

Justamente, algo que hemos aprendido recientemente es que al menos la mitad de los trabajos se pueden llevar a cabo con flexibilidad en términos de horario y de localización física, y no estoy hablando del teletrabajo post-pandemia, que nos hurtó las relaciones personales, hasta que caímos en la cuenta que, como decía Aristóteles, una vida sin amigos no merece la pena vivirla, sino que apunto a un paradigma original y flamante, humano, en definitiva, de currar mucho y con ganas. Esto sí es un oxímoron.

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