Se está jugando con fuego

“Son trucos electorales, del tipo de los que hizo Steve Bannon para Trump”. “No hay que darles pábulo, eso es lo que ellos quieren”. Además de la sorpresa y la indignación, esas son las reacciones que están provocando las barbaridades que salen de la boca de las gentes de Vox. Sí, no hay que exagerar, ese tipo de cosas suelen pasar en las campañas electorales. Pero si el sentido de lo que dicen las huestes de Santiago Abascal empieza a coincidir con los mensajes del PP, cabe preocuparse un poco o bastante más. Y eso es lo que está ocurriendo.

Porque Cayetana Álvarez de Toledo ha afirmado que el procés es un golpe de estado más grave que el 23-F y eso, aparte de ser una mentira flagrante, también conlleva la clara pretensión de reducir la importancia de la intentona de Tejero, Milans y otros muchos más, un baldón que pesa sobre la derecha española. Y porque hace unos días, Pablo Casado reverdeció la teoría de la conspiración en torno a los atentados de Atocha y prometió que cuando sea presidente del gobierno reabrirá otra vez el asunto. Como si eso no fuera un desacato a la justicia, que sentenció en firme sobre la cuestión. Y solo para borrar el error garrafal que entonces cometió Aznar.

Y porque en la campaña de las elecciones andaluzas el hoy líder del PP avanzó ideas sobre la inmigración que no distan mucho de las Vox. Es cierto que no ha vuelto a sacar el tema, pero lo dicho dicho está y puede volver a decirse de nuevo. Lo mismo que sus críticas, incoherentes y confusas pero críticas a la postre, a las leyes contra la violencia de género y de protección de los derechos de la mujer.

Hace nueve meses, en el Congreso que le dio la presidencia, Casado empezó a entonar un nuevo discurso para el PP. Escorado fuertemente a la derecha respecto del de su inmediato pasado. El éxito electoral de Vox obtuvo en las andaluzas acentuó ese sentido. Que no sólo no ha dejado de acentuarse, sino que no cabe esperar que lo haga de aquí al 28 de abril. Porque lo prioritario para el PP es evitar que el partido de Abascal obtenga el 12 o 14 % que le pronostican algunas encuestas. Y eso solo puede hacerse combatiendo en su mismo terreno, el de la derecha más radical.

Hay que preguntarse si todo eso nos puede conducir a un terreno peligroso. Hay que ir más allá de las explicaciones tranquilizadoras, de aquí, al final, no va a pasar nada. Porque ya está pasando algo tan inquietante como el que esté en marcha una revisión de nuestro pasado democrático, empezando por el 23-F y el 11-M y terminando por el rechazo del franquismo que se creía que había permeado, poco a poco, en la mayoría de la sociedad, que no en la derecha. Pero que ahora empieza a ponerse en cuestión, no sólo por las gentes de VOX, sino también en la calle, en donde cada día se oyen cosas que hasta hace muy poco habrían parecido aberrantes, incluso en boca de niños que repiten lo de que Franco no era tan malo o incluso que era bueno que oyen en sus casas.

Vox pelea por afirmarse contra el PP. Ha puesto en ello todo lo que tiene. Tertulianos y activistas de esas cadenas televisivas recónditas como Intereconomía o Libertad Digital, en donde llevan años repitiendo sus mensajes homófobos y machistas que ahora escandalizan. O colocando en sus listas a generales que en cuanto dejaron sus cargos, no pocos en gobiernos socialistas, se lanzaron a proclamar su adhesión a Franco.

Eso no debería preocupar demasiado. Porque esa realidad existe en la sociedad española y no ha dejado de hacerlo desde 1975. Lo que habría que saber es cuantos militares en ejercicio, en todos los niveles de esa profesión, comparten esas ideas. Y también cuantos policías, sobre todo a la vista de la solidaridad que algunos miembros de ese cuerpo han mostrado con González Pacheco, Billy el Niño, cuando se han empezado a poner en cuestión los privilegios de los que este goza. En otro orden de cosas, no deja de ser inquietante que en prácticamente todas las “manadas” de violadores detenidas en los últimos tiempos aparezcan uno o más miembros de las fuerzas armadas o de seguridad.

No porque haya riesgo de un golpe de Estado como el de 1981. No. Sino porque el PP, junto con Ciudadanos y Vox puede ganar las elecciones y gobernar. En un país que se está degradando institucionalmente a marchas forzadas, en el que cada vez hay menos fuerza institucional para defender y aplicar los principios. Y en el que la crisis catalana puede ser el argumento que justifique un giro autoritario que si se produce sería difícilmente reversible a corto plazo.

La derecha social, la de la gente de la calle, sintoniza cada vez más con la idea de que lo hace falta es mano dura y dejarse de contemplaciones. Ahí es donde se ha producido el cambio de verdad. No es que Vox se haya adelantado en la percepción de ese fenómeno que tiene mucho que ver con la crisis catalana, pero también con un nuevo y más fuerte rechazo a la izquierda y sus mensajes de siempre. El partido de Abascal ha tenido la suerte de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Lo extraordinario es que siga siendo el rey de la fiesta.