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Julian Assange libre, el periodismo cautivo

25 de junio de 2024 10:05 h

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Julian Assange, fundador de wikilealks, está libre. Ha llegado a un acuerdo con el Departamento de Justicia norteamericano. Pero para ello ha tenido que sufrir 12 años de durísimo cautiverio y declararse culpable de espionaje ante Estados Unidos, que le demandó. Ya nada será lo mismo. A partir de ahora, como explica Olga Rodríguez, “EEUU reclasifica como espionaje el periodismo que exponga crímenes de Estado con pruebas facilitadas por fuentes o documentos estatales”. Cuando comenzó su persecución, Assange, que ahora tiene 52 años, se refugió inicialmente en la Embajada de Ecuador en Londres para evitar su extradición a EEUU. Cuando este país –en un cambio a un gobierno conservador– le retiró su apoyo fue detenido e ingresado en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh en Londres en donde “ha pasado más de 5 años en una celda de 2x3 metros, aislado 23 horas al día”. “Pronto se reunirá con su esposa e hijos”, explica Wikileaks.

Julian Assange fue un profundo revulsivo en los años del inmenso hartazgo que se extendía en primaveras árabes, 15Ms por doquier con una fuerte contestación al sistema. Programador y profundamente crítico con la información que ya entonces se suministraba llegó a decir en una entrevista: “Dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista”.

El impacto mundial de Wikileaks parte de un vídeo, Collateral Murder. Es una grabación tomada por el propio ejército norteamericano en Bagdad. Varias personas caminan por la calle, entre ellas un reportero de la agencia de noticias Reuters portando una cámara que los militares confunden con un arma. Inician un tiroteo en el que matan al periodista, a su colaborador y a diez iraquíes; entre ellos, un niño. Como en la peor película bélica, los soldados les gritan: “Bastards”. Cuatro millones de personas lo vieron en YouTube en apenas tres días. Otro vídeo posterior del mismo comando muestra al piloto comentando tras haber matado a una niña: “Es culpa suya por traer a sus hijos a la batalla”. En realidad, habían sido los ejércitos de los gobiernos de invasión los que llevaron la guerra a Irak.   

Wikileaks publica 92.000 documentos clasificados. Aporta datos sensibles sobre numerosas acciones derivadas de la política internacional. Por ejemplo, los documentos que prueban la quiebra y el fraude del banco islandés Landsbanki, que van a provocar una enorme reacción en el país del norte europeo, otro de los revulsivos de aquellos años. O el saqueo de los mandatarios de varios paises árabes que estallarían también por entonces. Sobre los crímenes de guerra en Afganistán, con atrocidades de tal calibre que no se comprende no se le diera relevancia informativa de primer orden. La opinión pública está atenta pero no se conmueve. Y, sin embargo, Wikileaks hace temblar al Pentágono, salir a la palestra a Obama y afilar las críticas de los privilegiados del sistema.

Assange decide utilizar a cinco grandes medios tradicionales –El País, The Guardian, The New York Times, Le Monde y Der Spiegel– para difundir 250.000 notas de las embajadas estadounidenses. Lo más llamativo del abultado paquete de datos es su visión de conjunto, esa porquería cotidiana en las alturas, a la que asistimos perplejos. Individualmente, se encuentran también revelaciones de diferente interés, algunas de trascendencia. Cada noche, cada mañana aguardábamos con impaciencia las nuevas revelaciones. El periodismo va a remolque de Wikileaks, que es quien hace su trabajo. Pero también necesita para su difusión a los medios tradicionales. Las redes se sitúan entonces como un poderoso amplificador.

Supimos que el Gobierno estadounidense mandó espiar al secretario general de la ONU y a algunos de los miembros de la organización, hasta incluyendo sus ADN en las pesquisas. Confirmamos que Berlusconi era el correveidile de Putin en Europa. O que la Administración estadounidense recibe informes serios, como el del un golpe de Estado en Honduras, y nadie dice nada en la Administración norteamericana.

También había informaciones secretas de España. Decían que la embajada norteamericana presionaba a jueces, ministros y empresarios. Que maniobró y, sobre todo, amenazó para lograr sus fines, como en el flagrante caso del asesinato del cámara de Telecinco en el hotel Palestina de Bagdad, José Couso, cuya investigación sufrió múltiples avatares. Que nuestros representantes declaraban en público que se haría justicia y en la embajada norteamericana se mostraban receptivos a las presiones para frenar el caso. El Gobierno español protestó y negó esas presiones, pero la evidencia es que ninguno de los sucesivos gobiernos lo investigó ni pidió responsabilidades. Que, como en el resto de los países, la legación norteamericana emitió informes demoledores de nuestros mandatarios. Sólo valoraban positivamente al Rey (Juan Carlos). Corroboran que el PP perdió las elecciones en 2004 por su manipuladora gestión del atentado del 11M. O que la Embajada en Madrid colocó desde 2008 la propiedad intelectual como tema prioritario en su agenda para lograr en España una ley antipiratería que favoreciera los intereses de la industria estadounidense: la Ley Sinde.

Julian Assange llegó a ser señalado como el Enemigo Público número 1. Los políticos se encrespan. Hillary Clinton declara: “Estas revelaciones son un ataque a la comunidad internacional”; el ministro francés de Exteriores las califica de “un atentado contra la soberanía de los Estados”; Tom Flanagan, asesor del primer ministro de Canadá, en una entrevista a la CBC, propone asesinar a Assange “por el bien de la seguridad mundial”. Validan, por tanto, la veracidad de las informaciones hechas públicas, olvidando que soberanía es, también, el derecho de los pueblos a estar informados.

De las reacciones variopintas señalemos la tendencia que iría a mucho más después por la que periodistas consolidados crean opinión en numerosos países: Wikileaks “sólo cuenta trivialidades y cotilleos, ”Son demasiados impactos, la gente se cansará“, ”Por encima de la información está la seguridad nacional“. Y el ”total no dicen nada nuevo, ya lo sabíamos“, ay. ”¿Alguien pensaba que la diplomacia y el mundo funcionan de otra manera?“

Doce años de prisión demuestran lo que importaba mantener los secretos de tanta trampa. La muerte espantosa de inocentes. No pueden ser, no deben ser, un código de seguridad a preservar. ¿Y cómo se llama ese misterioso ente que cuenta a la sociedad lo que los poderosos quieren ocultar? Periodismo. Algo vivo que pugna siempre por salir entre la podredumbre o la mediocridad. El sueño de mejorar el mundo. Un peligro. Una y otra vez demuestra que no se rinde. Pero ya nada es lo mismo. Assange ha cumplido sobradamente su pena por informar. Sale libre. A curar sus muchas heridas. Las del periodismo y la justicia también precisan ser profundamente saneadas. Y puede que la indiferencia de la sociedad también necesite tratamiento.