Una juventud cansada de futuro
“Sangre que no se desborda, / juventud que no se atreve, / ni es sangre, ni es juventud, / ni relucen, ni florecen. / Cuerpos que nacen vencidos, / vencidos y grises mueren: / vienen con la edad de un siglo, / y son viejos cuando vienen”. Son versos de Miguel Hernández, del mismo poema del que vienen los mucho más citados sobre la juventud y la salvación de España. Detengamos la atención en los últimos: cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren; cuerpos que vienen con la edad de un siglo. A la juventud de hoy, de 2024, le pasa, en realidad, algo así: hay quien llega ya viejo con la edad de un siglo, con su cansancio, inerte ante la crisis de imaginación política y la incapacidad para imaginar futuro, vacilante o con la entrega plenamente enfocada a su propio porvenir, sin tiempo para pensar en lo colectivo, sin fuerzas, ánimos ni ganas. Los jóvenes votamos menos y nos interesamos menos por la política; política que consideramos, por lo general, como una actividad ajena o que responde a nuestras demandas entre poco y nada.
Surgía en redes sociales estos días polémica a raíz del vídeo de presentación de la Coordinadora Juvenil Socialista, cuya propuesta política surge a partir del modelo marcado en Euskadi por la GKS o Gazte Koordinadora Sozialista, dando forma al Movimiento Socialista tras rupturas en la izquierda abertzale (y con mucha polémica allí). Se le reprochaba a la presentación varias cuestiones: estética gris de corte paramilitar, lejana similitud con lo proyectado por Frente Obrero ⁷–dejando atrás los aspectos más plenamente reaccionarios de estos–; había quien respondía a estas llamando a quienes las proferían parte de la “izquierda de las batucadas y pasos de cebra de colorines”.
La opinión más sensata que he leído me parece la de César Rendueles, que afirmaba que “tal vez, si gente muy joven se ve empujada a opciones que me resultan teórica y estéticamente antipáticas, es en parte porque durante años nos hemos dedicado con esmero a convertir otros espacios intelectuales y políticos más amables en ciénagas tóxicas inhabitables”. Añado: y porque tampoco han sabido, quienes proyectaban esos espacios intelectuales y políticos más amables, hablarle a la juventud ni de forma entendible ni de forma deseable; en el fondo, propuestas estética y políticamente nostálgicas han sabido conectar más con su deseo. Y eso habla mal de quienes estamos enfrente –nosotros–, no de los refugios en los que alguna juventud se escabulle o que celebra. La izquierda transformadora es hoy tan blanco de la antipolítica como lo eran sus adversarios hace unos cuantos años. El problema de fondo surge cuando cala –y la responsabilidad nunca es sólo de los mensajeros– la idea de que todo forma parte del mismo basurero, de la misma moqueta, de la misma imposibilidad atroz. El espacio del cambio se erigió impugnando a Zapatero, por la gestión económica de la Gran Recesión de 2008 o cosas como la reforma del artículo 135 de la Constitución; hoy, cuando en todas partes se teme a la extrema derecha y España se erige como excepción, añoramos la conquista de derechos civiles y vivimos en nostalgia zapaterista.
¿Hay una clave para hacer las cosas bien? No, no la hay, no existe tal cosa como una solución –leía estos días el ensayo Ñu, de Pau Luque, recién publicado por Anagrama, que empieza con una cita de Ferlosio: lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere–; y, sin embargo, aunque no inmediato y menos definitivo, el camino es simple. Dejar de intentar hablarle a la juventud sólo para protegerla, dejar siquiera de intentar tal cosa como entenderla, como si fuera un objeto de estudio y no un sujeto, como si fuera homogénea y maleable; desterrar, peor aún, rémoras ideológicas que hacen aún de la juventud un estigma para aquellos incapaces de reconocerse en el presente de tan anclados que se han quedado a su pasado. Saber que percibirán las soluciones como reales y no como mero espectáculo cuando las vivan en carne propia; recuperar no tanto la obsesión por la juventud, sino la obsesión por el futuro, concretarlo, saber imaginarlo y admitir sus carencias. Que cada uno pueda ser su propio historiador.
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