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Las lágrimas de Garamendi

Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, rompe a llorar en la Asamblea General de la patronal
24 de junio de 2021 22:10 h

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Lo que duele hay que expresarlo. Cuando el dolor se encierra, llega a ser insoportable. De ahí el llanto como ejercicio liberador de las emociones. La lágrimas son sólo eso, el reflejo de una emoción contenida, nunca una señal de debilidad, aunque haya quien las tenga de cocodrilo, cuya leyenda cuenta que las fingen por las víctimas que cazan.

Las que vertió el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, tras una cerrada ovación de los miembros del Comité Ejecutivo de la patronal no le convierten en un sensiblero, ni en un manipulador, ni en un histérico, como han deslizado en sus comentarios quienes le han atizado con dureza por dar por bienvenidos los indultos del Gobierno a los líderes del procés si con ellos se contribuyera, como se pretende, a recuperar la normalidad institucional y económica.

En un país en el que ya no caben matices ni grises, en el que todo es negro y en el que la derecha ha instalado que quien apoya la decisión del Gobierno es un traidor o un vendepatrias y quien los rechaza, un firme defensor de la unidad de España, Garamendi no puede quedar entre dos aguas. 

El suyo no pareció un llanto manipulador con el que conmover a la patronal  mediante una pena fingida, sino una válvula por la que asomó la tensión acumulada tras una semana de presiones endógenas y exógenas para que rectificase sus palabras y negase el pan y la sal al Gobierno de Sánchez. Vendido, traidor, sumiso, lacayo, melifluo, pelele al servicio de la izquierda globalista y aliado del separatismo son algunas de las lindezas que ha tenido que escuchar y leer tras sus declaraciones sobre la medida de gracia. Algún día contará, seguro, quiénes y desde dónde le presionaron. La lista es inabarcable.

“Lo que he vivido me parece una injusticia. He pasado unos días malos, muy malos. He hablado del estado de derecho, de la ley, de la monarquía parlamentaria y se ha cogido el rábano por las hojas”, afirmó el líder de los empresarios, tras recordar que la CEOE siempre ha trabajado “con independencia” y con “sentido de Estado”. 

Sabe bien Garamendi que lo primero no ha sido así ni siquiera durante su mandato. El suyo en la patronal es un liderazgo débil como lo es en el PP el de Pablo Casado, que ha vuelto a abjurar de los principios fundamentales del moderantismo para acusar a Sánchez de protagonizar una ópera bufa, pedir su dimisión y la urgente convocatoria de elecciones anticipadas para no ir a la zaga de Vox. El presidente de los empresarios ha sucumbido en ocasiones a la presión de propios y extraños. Lo saben bien en La Moncloa, donde hubo días que recibieron por la mañana el OK de la patronal a algunos de los llamados decretos sociales aprobados durante la pandemia y esa misma tarde lo rectificaron.  

Decía esta semana el expresidente Felipe González en la entrega del I Premio Rojana Alfredo Pérez Rubalcaba para poner en valor el legado del que fuera ex vicepresidente del Gobierno que sólo quienes tienen principios firmes y lealtades profundas poseen “el sosiego necesario para compartir espacios con quienes no piensan como ellos”. En eso consiste la fortaleza del liderazgo y la capacidad para tejer acuerdos, en no estar sometido a extraños equilibrios y en saber escuchar, dialogar y mandar. Los otros son los débiles, los que se enrocan en sí mismos por inseguridad o porque temen las consecuencias de sus palabras y sus hechos. En definitiva, los que tienen la potestas pero no la auctoritas. En esto el presidente de la CEOE tiene el mismo déficit que su ahora archienemigo Pablo Casado. 

Además de una expresión de sus sentimientos, el llanto de Garamendi fue un modo de expresar la causa de su verdadera angustia: la debilidad interna y el miedo a una ejecutiva dividida y escorada a las posiciones más beligerantes de la derecha que no perdona una opinión que se salga de su trinchera. 

A veces, algunas veces, el llanto también es una distracción del verdadero motivo del desasosiego, que en el caso de Garamendi es presidir una entidad -que aglutina a 4.500 asociaciones integradas en 225 federaciones y confederaciones, a las que se suman otras 200 organizaciones territoriales y sectoriales- que históricamente ha pensado y actuado más en clave ideológica que empresarial. 

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