Este año llegué con miedo a Tordesillas. Más que otras veces, porque los de las lanzas están furiosos. De hecho, para quien haya estado allí en ediciones anteriores, lo que más llamaba la atención al llegar a esa rotonda de los horrores era la ausencia de aquellas sobrecogedoras lanzas que antes exhibían los caballistas y los lanceros a pie. No por eso todos ellos impresionaban menos: en las picas de los que iban a caballo y en los garrotes que portaban muchos a pie se condensaba toda su frustración. Los que me reconocieron me asesinaron con la mirada.
Que no hubiera lanzas en Tordesillas es el triunfo que íbamos a constatar, resultado de la prohibición que marca la nueva ley de Castilla y León. La suma de varios trabajos: en un pasado inmediato, el lobby político de la asociación Libera! castellano-leonesa y el trabajo jurídico de la Fundación Franz Weber (su abogada Anna Mulá redactó el texto del decreto); en un pasado extendido en el tiempo, las campañas de PACMA; los informes científicos de los veterinarios de AVATMA; y, siempre, esos que los violentos defensores del Toro de la Vega califican de “perroflautas y antisistema”, valientes activistas presionando en la escena del crimen. Gracias a todos ellos se ha dado un paso de gigante: en la Tordesillas de 2016 no había lanzas.
O casi. Un tipo se paseaba, provocador, enarbolando ese arma. Llegó hasta el grupo de animalistas que estaban acordonados por la Guardia Civil y los amenazó con ella. Los agentes intervinieron, le conminaron a entregar esa herramienta de tortura y muerte, y, tras un leve forcejeo, se lo llevaron. En sus redes, la Guardia Civil dijo que había sido detenido. No es cierto. Lo identificaron y lo dejaron ir. Doy fe de que pocos minutos después el mismo tipo andaba por las inmediaciones. Sin lanza, eso sí. Pero la actuación con él de las fuerzas de seguridad resulta muy distinta de la que tuvieron el año pasado con un activista que solo se defendió, agarrándolo con la mano, del garrote que le agredía. Ese activista sí fue detenido durante varias horas.
Hubo otras lanzas, ilegales: las que pudieron ver los animalistas que se habían escondido en la Vega para filmar y registrar lo que sucediera cuando el toro Perlado llegara allí, en su recorrido del encierro del ahora llamado Toro de la Peña. Entre ellos, Óscar del Castillo, de Gladiadores por la Paz, que pudo ver cómo eran portadas por varios caballistas cerca de la zona conocida como el Prado, alejada de la rotonda donde se aglomera público, activistas y prensa, y, por tanto, fuera del radio de comprobación de quienes quisieran velar por el cumplimiento de la ley. Los vídeos y fotos que Gladiadores, y quizás otros observadores, harán públicos próximamente confirmarán si hubo esas lanzas ilegales, en cuyo caso la Justicia tendrá que actuar.
Se respiró, como siempre, mucha tensión en Tordesillas. Y como siempre, aunque esta vez sin lanzazos hasta la muerte, un toro sufrió para divertir a una turba sedienta de su dolor. Este se llamaba Pelado. Bajó huyendo por el puente y entró en la Vega, pero estaba tan desorientado que no pudieron dirigirle hasta el Prado y volvió sobre sus pasos. Pude verlo muy bien desde las talanqueras: agotado, asfixiado, ansioso. Se paró muy cerca de dónde yo estaba, agachó la cabeza y se quedó quieto, con la lengua fuera, durante un tiempo que parecía eterno. Rosa, una persona que estaba junto a mí, dijo que ver a Pelado así, asfixiado, derrotado por el estrés y el miedo, le recordó a su madre cuando agonizaba: entonces como ahora, dijo, ella había deseado que sus vidas acabaran cuanto antes, para que dejaran de sufrir.
De la vida de Pelado no hemos sabido más desde que volvió a la Vega y le dispararon un dardo sedante. La normativa dice que, a partir de ese momento, hay que matarlo en un plazo máximo de 24 horas y en instalaciones autorizadas al efecto. Llevar a cabo ese crimen -que llaman sacrificio- en lugares, formas o tiempos fuera de lo establecido está tipificado como infracción grave. Pero, una vez terminado el festejo, no hay obligación de que nadie verifique que se cumplen esas condiciones; por ejemplo, un veterinario o un representante del proteccionismo animal. Así que, cuando acabó el encierro, que duró para Pelado la eternidad de una hora y media, la Guardia Civil solo permitió quedarse en la Vega a las autoridades municipales (el Ayuntamiento que quiere lanzas) y los organizadores del festejo (Patronato del Toro de la Vega, lanceros, caballistas). Pelado se quedó, pues, solo y a merced de quienes lo custodiarán hasta que sea matado. Es decir, de quienes clamaban porque fuera torturado “como siempre”.
La vida de Pelado podía haberse salvado. Pero el alcalde de Tordesillas, José Antonio González Poncela, ha preferido que muera. En Tordesillas prefieren a los toros muertos y, a ser posible, torturados. Su vida se pudo haber salvado porque el pasado lunes la Fundación ProVegan y la asociación Capital Animal habían propuesto al Ayuntamiento que Pelado fuera trasladado al santuario El Hogar ProVegan una vez finalizado el encierro. El alcalde ni siquiera ha respondido a una propuesta que, convenientemente registrada, ha llegado a ser TT en Twitter con el hastag #PeladoAlSantuario. Salvándole la vida, Tordesillas habría demostrado al mundo que no es la muerte de un animal lo que le importa, por encima de todo y como sea. Al menos, ya no será a lanzazos. Que sepamos.
No sabemos si Pelado ya ha muerto, pero, tristemente, es ya más que posible que él nunca llegue a ese santuario. Sin embargo, en un giro de justicia poética frente a la indignidad de los defensores del lanceamiento, quince ratones tendrán allí la oportunidad de recuperar la vida digna a la que todo animal tiene derecho. Mientras Jon Amad, director de la Fundación ProVegan, atendía a las cámaras de televisión, un grupo de energúmenos lanzó contra un grupo de animalistas una bolsa donde habían metido a esos ratones. Uno de ellos murió, por el golpe, asfixiado o, quizás, no sería de extrañar, por el maltrato previo que los del Toro de la Vega le hubieran infligido. Eso es lo que nos diferencia: ellos quieren matar y a nosotros nos importan todas las vidas, desde la de un toro hasta la de un ratón. Amad se los ha llevado a El Hogar ProVegan.
Una vez más, he vuelto de Tordesillas con el cuerpo y el espíritu enfermos. Ver a esa gente clamar por la tortura de un animal es algo a lo que nunca me acostumbraré. A sus amenazas y sus insultos, sí, pero no a su afán de dolor ajeno. En el manifiesto leído al final de la manifestación que habían convocado para reclamar que vuelvan las lanzas a Tordesillas, los defensores de la tortura del Toro de la Vega dijeron que los animalistas somos totalitarios, que la nueva ley es dictatorial y que la culpa de casi todo la tienen los medios de comunicación, manipuladores, mentirosos y tal. Debe de ser ese el motivo por el que, una vez más, rompieron cámaras e increparon a periodistas. Pero seguiremos informando. Y esperando noticias de Pelado, y de las lanzas ilegales de la Vega.