Larga y dura

Lo de Catalunya va para largo. Desconfíen de quien les diga que se resolverá a corto plazo. Y hay una clave que debiéramos tener siempre presente: la población independentista catalana y la que no lo es. En el encaje y la convivencia de todos ellos habrá una buena medida para la solución. Convendría tener claro que cuando pasen el 155, las elecciones catalanas, Puigdemont y quién sabe si hasta Rajoy, seguirá siendo un reto entrelazar los intereses de todas las partes.

Según el Centre d'Estudis de Opinió de la Generalitat, hay un 48,7% que quiere la independencia y un 43,6% que la rechaza. Otras encuestas recientes cifran en un tercio la población independentista. En cualquier caso, no es aventurado pensar que pueden rondar los dos millones de catalanes que optan por el independentismo, entre los 5,5 millones con derecho a voto. Hacer política con altura de miras para todos ellos es, a día de hoy, una asignatura pendiente.

En esta encrucijada, el cumplimiento de las normas debiera ser un buen mapa para buscar la salida. Aunque fuera para cambiar esas reglas del juego, pero pensando en todos y no en una parte. Con sentido común, no para saltárselas a la torera. Con proporcionalidad, no como arma arrojadiza. Será difícil llegados a este punto de polarización, maniqueísmo, simplismo, encabronamiento, teatralización y tacticismo electoral.

Entre los últimos movimientos, anoto la rapidez y contundencia de la justicia española para citar a Puigdemont, su Govern y la Mesa del Parlament. Hasta 30 años de cárcel puede suponer solo el delito de rebelión, sobre una violencia que se presume. Podrían acompañar entre rejas a “los Jordis”. No son pocas las voces que denuncian distinta vara de medir en el país de Rato, Urdangarin o Pujol… Aunque el Gobierno exalta la “independencia de la justicia”.

En la misma línea de los desvaríos, Puigdemont escenifica que “se refugia” en Bruselas y se considera víctima de todo un “Estado violento”. Se declara inocente y se dispone a prolongar esta partida, que algunos podrían considerar de ajedrez y otros como una escapada con tintes de telecomedia. Porque prácticamente todo lo estamos viendo en directo. No hay día sin que el culebrón nos proporcione un nuevo enredo, con más visos de sacarle rédito electoral, que de resolver los problemas de la gente.

Así las cosas, hay un cúmulo de incertidumbres. Anoto también el peligro de esa ultraderecha, minoritaria, pero que parece haber salido de la cueva. También el riesgo del “y tú más” de los que dicen que, como el PP es corrupto y se ha saltado las leyes, el monte es de todos y todos podemos quemar nuestra parte. Lamento el simplismo de los que creen que eliminando a Puigdemont, tendremos ya la última escena con final feliz. Somos muy dados a reducir los problemas a un solo malo de la película que se pone de moda en España. 

Lo dije hace tiempo y no se olviden: va para largo y hace meses que hay más electoralismo que otra cosa. Más irresponsabilidad que ir a la raíz del problema. Con las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina, aún veremos más postureo al filo de la navaja. Con los cálculos que se hacen del conflicto catalán para unas elecciones en toda España, aún puede sembrarse todavía más cizaña. Con estos mimbres, y muchos más, el final de esta historia sigue siendo imprevisible. Será larga y dura.

Quien les diga lo contrario, miente.