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Lectura para la playa

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Cada año por estas fechas, el calendario periodístico manda que publiquemos artículos titulados invariablemente: “Lecturas para la playa”. Recomendaciones de libros ligeros y refrescantes, que no estamos para mucho pensar: thrillers absorbentes, novelas divertidas, bestsellers y algún clásico. Así que eso hago yo hoy, recomendaros un buen libro que vale para la playa, el hotel y el crucero. Sobre todo si estás en la playa, el hotel o el crucero… currando.

Cuando oímos “lecturas para la playa”, en seguida visualizamos al lector en la tumbona, con una cerveza helada y gafas de sol, adormilándose con el libro sobre el pecho; no se nos ocurre pensar que el lector sea quien espeta sardinas en el chiringuito, recoge las tumbonas al final del día o vende esas mismas cervezas heladas cargando dos neveras por la arena. Si pensamos en el verano, solo vemos veraneantes, nos vemos nosotros mismos como eternos veraneantes. Si pensamos en playa, hotel o crucero, en nuestro imaginario solo aparecen bañistas, huéspedes y cruceristas, nunca cocineros de chiringuito, camareras de piso o animadores de crucero.

Pocos trabajadores tan invisibilizados en España como los de nuestro principal sector de actividad: el turismo. De hecho, ahora que por fin se cuela en la agenda el malestar por los excesos turísticos, el debate está ocupado por las consecuencias para los vecinos (subida de alquileres, molestias, convivencia, degradación paisajística y ambiental…), y raramente aparecen las condiciones laborales de quienes sostienen y soportan el negocio turístico.

Es más, cuando discutimos el modelo turístico hay una doble invisibilidad: la de quienes trabajan, y nuestra propia condición de turistas. No vemos a los currantes, y tampoco nos vemos a nosotros cuando en vez de vecinos hartos somos turistas que tal vez hartamos a los vecinos de otras ciudades. Los turistas siempre son los otros. El chiste frecuente, y normalmente involuntario, es el de quien (yo mismo) vuelve de Lisboa y, cuando me preguntan qué tal Lisboa, contesto: “horrible, está todo lleno de turistas”.

Sobre ambas invisibilidades trata la lectura que quiero recomendaros para la playa, el hotel o el crucero, tanto si estás dentro como fuera de la barra: Estuve aquí y me acordé de nosotros, de Anna Pacheco. Diría que es el libro que más me ha entusiasmado este año, y solo le reprocho la brevedad de mi entusiasmo, sus escasísimas 138 páginas. Con la complicidad de los sindicatos, Pacheco se infiltró en hoteles barceloneses de lujo, para mostrarnos desde dentro la realidad laboral y empresarial. Vemos a los trabajadores, y vemos a los directivos y mandos intermedios, que nos recuerdan a tantos jefes cretinos y “motivadores” que hemos tenido en nuestra vida laboral.

Pero en su infiltración no hay disfraces de Cabeza de turco, ni periodismo gonzo, pues la autora pasa tan desapercibida para los directivos hoteleros como para los lectores. Sin dejar de estar ahí, da todo el protagonismo a las mujeres y hombres, españoles y migrantes, cuyas voces raramente escuchamos cuando discutimos del turismo. Tan desapercibida pasa, que no tiene problema en reconocer cómo las respuestas de los entrevistados desmienten su hipótesis de partida: que la conciencia de clase y el resentimiento de clase son mayores entre quienes trabajan en contacto con la clase acomodada. Nada de eso, aquí vemos a clase obrera que no se siente tal pese a sus sueldos míseros y su pluriempleo de subsistencia: se dicen “clase media un pelín más baja”. La clase obrera, como los turistas, son siempre los otros.

Si de verdad queremos debatir sobre el turismo, este libro es fundamental. Para pensar en la clase trabajadora sobre cuyas malas condiciones y bajos salarios se apoya la industria turística. Y para pensar en nosotros mismos como turistas, si en tiempos de emergencia climática y desigualdad social es posible “otro tipo de turismo al margen de las lógicas de servilismo, colonialismo y explotación”, cómo repartir los viajes, el ocio y el descanso para que la solución no sea el cacareado “turismo de calidad” que supone que solo viajen, se diviertan y descansen los que más tienen. Pacheco propone “pensar la utopía para el descanso”.

Mientras alcanzamos esa utopía, yo por ahora me conformo con las próximas dos semanas, no me esperéis por aquí. Seguimos a la vuelta, pasa buen verano, tanto si curras como si descansas, o si como la mayoría haces las dos cosas.