Puestos a seguir haciendo cosas útiles para la mayoría de los españoles, sería bueno que el actual Gobierno progresista abordara de una puñetera vez la despenalización del cannabis en nuestro país. Los ultras se pondrán como una hidra, ça va de soi, aunque, bueno, la realidad es que siempre están así. La sobrexcitación parece ser su estado natural, su único modo de pasar por la vida. Hasta el punto de que un puñado de ellos dedicaron la Nochevieja a linchar una efigie de Pedro Sánchez en la madrileña calle de Ferraz. ¡Hay que estar chalado!
Pues bien, que los ultras añadan a los marihuaneros y a los pacientes de males muy dolorosos a esta coalición de partidarios de #PerroSanxe en la que ya están las feministas, el colectivo LGTBI, los pensionistas, los rojos, los trabajadores con bajos salarios, los federalistas, los becarios, los jóvenes que no pueden acceder a una vivienda y otros millones de “malos españoles”. Desenmascare el Gobierno a aquellos falsos liberales que, como Ayuso, dirán perrerías de cualquier intento de despenalización y regulación de la marihuana. La “libertad” que dice defender esa gente es solo la de sus parientes y amiguetes para hacerse millonarios. No la de las mujeres a disponer de su cuerpo, no la de los enfermos terminales a poner punto final a su sufrimiento, no la vivir libremente su sexualidad sin hacer daño a nadie, no la de fumarse un porro para escuchar música o reducir el dolor de la lucha contra un cáncer.
Hablo de esto porque, el pasado lunes, este diario informó de que el ministerio de Sanidad que ahora dirige Mónica García se plantea regular el uso del cannabis medicinal desde este mismo mes de enero. ¡Albricias! En lo poco que sirve, tan solo un voto, cuenta García con mi apoyo. Me alegró que la medida fuera aprobada por la mayoría del Congreso en la anterior legislatura, y me inquietó que, como otras cosas -la reforma a fondo de la Ley Mordaza o la promoción de viviendas con fondos públicos-, el asunto quedara en el limbo por la anticipación de las elecciones generales.
El uso médico de la marihuana como paliativo es ya legal en lugares tan civilizados como California o Canadá. No es cosa de bolivarianos, bolcheviques y anarquistas como quizá piensen esas pseudoliberales que son las señoras Díaz Ayuso y Álvarez de Toledo, lideresas intelectuales de la oposición PP/Vox. La ciencia ha constatado que el cannabis ayuda a disminuir el dolor, la angustia y los efectos secundarios de determinados tratamientos. Prohibir su uso médico es tan absurdo como prohibir el paracetamol o el ibuprofeno.
Pero voy más allá. La información de este diario añade que parte de la actual coalición gubernamental querría también caminar hacia la legalización y regulación del uso meramente recreativo de la marihuana. Estoy con esa parte. He fumado marihuana en el último medio siglo y les digo con toda claridad que me parece mucho menos adictiva que el alcohol y el tabaco. Y que nunca me ha provocado sentimientos violentos o antisociales. Tan solo me ha hecho aún más hermosos la contemplación de una puesta de sol en el cabo Espartel, una noche de amor en el delta de Sine-Salum o un concierto de los Rolling Stones en el Stade de France. Es lo que tiene el THC: puede reforzar buenas sensaciones.
Nuestros supuestos liberales, ultraliberales, neoliberales o como carajo quieran llamarse deberían seguir en esta materia el ejemplo de uno de sus maîtres à penser: el escritor Mario Vargas Llosa. Ya hace tiempo que Vargas Llosa dio por perdida la Guerra contra las Drogas desencadenada en tiempos de Ronald Reagan, para declararse partidario de la legalización y regulación de los estupefacientes, en especial los blandos. Como ya han hecho, cada cual a su manera, Uruguay, Canadá, Holanda y numerosos Estados de la metrópolis imperial. Este es el mejor medio para terminar con las mafias del narcotráfico, reducir los daños causados por la mala calidad de los productos y aumentar los ingresos públicos.
A los apóstoles de la Guerra contra las Drogas jamás se les ha pasado por su estrecha mollera hacer la más mínima distinción entre blandas y duras, entre los más bien inocuos derivados del cannabis y sustancias tan peligrosos como la cocaína y la heroína. ¡A la hoguera con todos! Follow the money, dicen los clásicos del género negro en caso de duda. Hay un elemento capital en esta cruzada: es un gran negocio. Da empleo a decenas de miles de políticos, policías, fiscales, jueces, carceleros y militares. Empleo pagado por los contribuyentes, faltaría más.
Pero la realidad termina imponiéndose a empresas opuestas a la libertad y la razón. La Iglesia tuvo que reconocer que Galileo estaba en lo cierto y la Tierra gira en torno al Sol. Estados Unidos terminó aceptando que retirarse de Vietnam no suponía el final de la democracia. La Unión Soviética se derrumbó porque no puede construirse un mundo más justo desde la tiranía. Tan absurda como la Ley Seca de los años 1920, la Guerra contra las Drogas también ha fracasado. En algunos países latinoamericanos se ha traducido en fortaleza de las mafias, putrefacción del Estado y criminalidad salvaje. Y es que las malas ideas terminan generando un lío colosal. Llegó, pues, la hora de debatir alternativas más sensatas. Alternativas basadas en la defensa de la libertad individual y el pragmatismo social.
Pobre marihuana, tan satanizada por unas sociedades que promueven cosas más dañinas como el alcoholismo y el tabaquismo. O como el consumo de combustibles fósiles hasta que se agoten las existencias del subsuelo terráqueo. O como la destrucción de montes y costas para construir nuevas urbanizaciones. Pero las decenas de millones gastados en las últimas décadas por gobiernos, universidades y fundaciones no han podido demostrar que el THC sea más adictivo que la nicotina o más propicio a la violencia que el alcohol. Y Uruguay no se ha sumergido en un aquelarre de crímenes y abusos sexuales por el hecho de que, desde la presidencia de Mujica, los fumadores de la hierba de Dios, como la llamaba Bob Marley, puedan comprarla en las farmacias. Pagando, por supuesto, los correspondientes impuestos.
A nuestros ultras les vendría mejor relajarse fumándose unos porros que seguir dopándose con alcohol, cocaína, anfetaminas, metanfetaminas, éxtasis y otros productos excitantes, altamente adictivos y francamente nocivos para el comportamiento social. Así tal vez no se les ocurriría colgar la efigie del presidente en la mismísima Nochevieja.