El lenguaje de las parejas
Hay lenguajes multitudinarios y lenguajes pequeñitos. Lenguajes que hablan tropecientos mil millones de personas y lenguajes que hablan solo dos. Esos lenguajes ínfimos, íntimos, de a pares, son los lenguajes de las parejas. Esos que van inventando y perfeccionando dos personas que se quieren y se ríen y tienen una complicidad donde no cabe nadie más.
Mi pareja y yo hemos hecho una lista y nos salen más de cien palabras. Ya nos da para un diccionario flaco.
Ahí estaría nuestro lenguaje privado que va surgiendo de todo lo vivido juntos: el que nace en el sofá, o haciendo espaguetis, o criticando al vecino, o en las aventurillas de las vacaciones.
Muchas de nuestras palabras son inventadas y algunas tienen la función del fistro: son un comodín. “Dame el físfules ese”. Otras son las de siempre, pero nosotros les damos un significado nuevo que no sabe nadie más. En nuestra casa, a la barba se la llama los pinchos.
También desarrollamos conceptos en función de nuestra cosmovisión del mundo. Podríamos decir “venga, pégate una ducha rápida, que nos tenemos que ir”. Pero en la convivencia surgen expresiones adaptadas a nuestra personalidad. Cuando empezamos a vivir juntos, a él le extrañaban mis duchas militares de tres minutos.
¡Agua!
¡Jabón!
¡Agua!
¡Toalla!
Él viene de un país mojado: Inglaterra. Pero yo soy del desierto: Almería. Le expliqué que, de pequeña, había días que no teníamos agua en casa y eso me enseñó a ducharme en dos lágrimas. Desde entonces la llamamos ducha almeriense.
Tenemos palabras que aparecieron en carcajadas. Eso nos ocurrió con puffi shirt. Hacía frío en Cabo de Gata y no tenía nada que ponerme. Abrí un armario y, al fondo, donde se aparca la ropa fea, encontré una camisa de manga larga. Allá que me la calcé. Era espantosa, pero ¡y a mí qué!
Al verme aparecer con esas guisas, él empezó a reír y a gritar: “¡Una puffi shirt! ¡Llevas una puffi shirt!”. ¿Qué demonios era eso de puffi shirt? Encendió la tele y puso un capítulo de Seinfeld en el que todo el mundo se burlaba de Jerry porque llevaba una camisa horrible exactamente igual a la mía. Desde entonces esa camisa se llama puffi shirt.
Tenemos voces prestadas: palabras que escuchamos a nuestros sobrinos y nos las quedamos para nosotros. Hace años a Javi le gustaba mucho un personaje llamado Wiki-Tiki. Que si Wiki-Tiki parriba, que si Wiki-Tiki pabajo. Le duró dos semanas, pero nosotros lo seguimos diciendo porque nos recuerda a Javi.
El verano pasado Vicen nos enseñó la palabra pana (amigo) y no había día que no la dijéramos unas cien mil veces. De mi hermano aprendimos que después de comer hay que dar un paseo chino para no ponerte como una bola, y ya hemos dado suficientes paseos chinos como para rodear la circunferencia de la Tierra.
También robamos palabras y expresiones a los camareros y vendedores ambulantes. En un bar que nos encanta, cuando te ponen un plato de gambas con gabardina, gritan: “¡Vaya chollo, vaya chollo!”. Frasecilla al bote: siempre la soltamos cuando uno le hace una comida rica al otro. ¡Y esos melones dulces como el caramelo! Eso lo aprendimos de un hombre que todos los veranos pasa en una furgoneta apretá de melones, llamando a sus parroquianas con un megáfono, para que salgan a comprar.
El lenguaje de las parejas funciona igual que todos los lenguajes del mundo: necesita tener sus palabras mal pronunciadas, sus cocretas. Esas voces maravillosas que escuchamos a alguien y nos matan de risa o de ternura. Ese es el motivo por el que mi pareja y yo jamás cogemos un taxi. Siempre llamamos a un tasis porque así lo dice nuestra abuela Dorita. Y tiene tanta importancia en nuestro idioma que ha acabado convirtiéndose en una declinación. También decimos: el bolis, el tenedós...
Por supuesto perpetuamos los lapsus lingüísticos: ese “Pepi está cansada” en vez de casada. Y nos quedamos con expresiones de las series que vemos juntos. En Larry David descubrimos al close talker (el que habla demasiado cerca). Que te hablen a dos centímetros de las narices siempre ha sido desagradable, pero cuando empezó la pandemia, se convirtió además en un peligro. Y entonces resultó muy útil: “¡Cuidado con Fulanico, que es un close talker!”.
Y nos da igual si las palabras son del inglés, el español o el guanche. En nuestro idioma no existen nacionalismos, ni purismos, ni cultismos, ni vulgarismos, ni esos malditos ismos de la Ranciedad Suprema. Es un habla que cambia sin parar y que va acumulando palabras de cada lugar al que vamos juntos.
Nos hemos traído muchas voces de Japón. ¿Cómo vamos a pronunciar internet después de haber oído a un japonés diciendo interneto? O… espera, espera, esta es una de mis preferidas. Una noche fuimos a un onsen y antes de entrar, el recepcionista nos intentó explicar cómo teníamos que bañarnos. Hizo unos cuantos gestos que tenían más de aspavientos que de mímica. Mi pareja y yo no entendíamos un carajo. El hombre, desesperado, venció su pudor y dijo: “Japanesh style pom pom”. Quería decir en pelotas. Después de oír esa locución tan sonora, ahí con sus dos pompones, resulta triste utilizar la palabra desnudo.
Tenemos motes que nos decimos el uno al otro. Y también motes para los demás (el whiskies, kruger…) aunque eso solo lo sabemos nosotros.
En la cocina tenemos un repertorio propio. A veces hacemos pisto y a veces cocinamos pisto chof chof (a fuego lentísimo para que el tomate esté ahí un rato resoplando). En verano, al café que tiene más hielo que café lo llamamos on the rocks. En invierno, al té caliente bien cargado lo llamamos cafeté.
Hace unos años tuvimos unos problemillas de pareja con la sopa prohibida. Un día llegó a casa tan feliz porque había comido una sopa riquísima y la iba a cocinar, todo amoroso, para mí. La olla empezó a desprender unos vapores repugnantes… El olor a apio invadió toda la casa y yo casi me desmayo de asco. Tuvimos algunos rifirrafes hasta que el lenguaje puso la solución: “A partir de ahora, en esta casa, nunca más se cocinará la sopa prohibida”.
El idioma de a pares también tiene su parte cifrada. Nosotros no hemos tenido que recurrir al griego antiguo porque tenemos unos emojis estupendos. Y, madre mía, lo que dan de sí. ¡Lo que se puede decir con cuatro emojis bien puestos!
El lenguaje de las parejas nace del amor y el humor de dos personas. Avanza si la complicidad avanza. Y muere si la relación muere. Por eso el lenguaje de las parejas es efímero. Y es secreto: no funciona igual si hay intrusos escuchando. Es un tipo de lenguaje habitual, universal y eterno, aunque no lo enseñen en el colegio. Pero quienes lo conocemos lo buscamos cuando cotilleamos en conversaciones ajenas y metemos nuestras narices en las cartas de otros. Yo voy a repasarme la correspondencia de Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós de arriba abajo a ver qué encuentro. ¡No quiero ni imaginar lo fascinante que debió ser el idioma íntimo de estos dos figuras!
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