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La ley de los machos alfa

En plena tormenta eléctrica perfecta y con el juez Ruz registrando la sede del Partido Popular como si reventase el cuartel general de una organización mafiosa, repenalizar el aborto a toda prisa parece una salida de emergencia y una medida desesperada. Para el PP el aborto siempre ha sido como las víctimas del terrorismo. Cuando le hacen falta, las usa sin complejos. Cuando ya no las necesita, las abandona sin remordimientos.

La contrareforma llevaba tiempo bloqueada en Moncloa. Hasta Mariano Rajoy sabe que muchos de quienes le votaron en 2011 ni entienden, ni respaldan, reabrir un debate que había quedado cerrado para la gran mayoría. Solo le convenía a la ambición de un Ruíz Gallardón ansioso de hacerse perdonar sus postureos entre la derecha más extrema de su partido. Pero la necesidad siempre es la madre de la virtud en la lógica política “marianista”. Así que concedió la luz verde para dar algo de que hablar que no fuera corrupción, caja B, estafa, Miguel Blesa, Aznar, Agag, copago o desempleo. De paso, y para optimizar los recursos, el Ejecutivo ha colado discretamente la nueva “timoreforma” de las pensiones y el anunciado second round de la reforma laboral: Precariedad Total 2.

Si al ministro Gallardón le preocupase tanto como proclama la libertad de las mujeres, hace tiempo que habría alzado la voz o habría abandonado un Gobierno que ha devaluado las políticas de igualdad, ha cercenado el sistema de dependencia o ha convertido en un privilegio que el sistema sanitario las ayude a ser madres. Todo en la contrareforma del aborto apesta a paternalismo y machismo casposo. La mujer aparece maltratada como un recipiente de cabeza frágil y frívola, necesitada en todo momento del cuidado sabio y prudente de un poderoso macho alfa que la obligue a reflexionar y solo la autorice a abortar cuando así lo disponga el propio macho, en su inmensa sabiduría

Volver a meter el aborto en el Código Penal supone un retroceso civil semejante a reintroducir los delitos de expresión o restaurar la censura. Por pura decencia, vamos a evitar debatir sobre esa cínica moral que condena el aborto por malformaciones en el feto pero lo bendice cuando se trata de una violación. La única razón que ha acelerado esta decisión reside en la urgencia de un Gobierno superado por la corrupción y su propia incompetencia. Necesitaba abrir como fuera un respiradero en su asfixiante agenda publica y el aborto siempre funciona. Aunque Rajoy haría bien en recordar que infligir a la gente más daño del estrictamente necesario constituye un límite que ninguna estrategia o tacticismo político debe superar. La historia demuestra que, antes o después, uno se acaba autolesionando gravemente.

Todos cuantos suelen calificar el aborto como un debate moral y una elección personal acreditan cierta tendencia a imponernos su propia elección y pretender leyes que nos obliguen a seguir su moralidad. Quienes pensamos que el aborto constituye un derecho de la mujer preferimos legislaciones que aseguren su ejercicio como tal; y que quien desee seguir impartiendo lecciones de moral sobre la vida de los demás pueda hacerlo, pero sin consecuencias para nadie más que si mismo.