La reconquista de Palmira por las fuerzas de Bashar al Asad ha supuesto una gran derrota para el grupo Estado Islámico (Daesh). La agencia oficial siria informaba el 24 de marzo de que el Ejército controlaba la ciudadela donde se encuentran los restos arqueológicos de la antigua ciudad, y el 27 anunciaba el control total de la zona. Una derrota de Daesh que se produce cuando el mundo tiene los ojos puestos en los movimientos del grupo, tras los atentados de Bruselas del 22 de marzo.
La victoria no puede llegar en mejor momento para Asad y su aliados ruso e iraní. Daesh lleva años, desde su nacimiento en Irak y su posterior crecimiento en Siria, diezmando la población de la región, en la que se extiende ocupando territorios enteros, pero los atentados en Bruselas, cuatro meses después de los de París, hacen que la atención se concentre ahora más que nunca en la indignación y repulsa que provoca el grupo y su amenaza global. Una amenaza que eclipsa otros factores, como la represión que ha ejercido durante décadas el régimen de Asad y que se ha recrudecido desde 2011, avivando un incendio que se extiende por el país y el resto de la región.
El junio de 2015 escribimos sobre el simbolismo de Palmira para Siria, la región y el resto del mundo. En aquellos momentos, las autoridades sirias y Hizbolá abandonaron la ciudad a su suerte tras la entrada de ISIS. No hubo grandes despliegues para defender sus posiciones, y los bombardeos del ejército de Asad se centraron en esos días en núcleos de población civil en Alepo, Idlib y Hama, mientras Hizbolá hacía lo propio con Qalamon, una región montañosa que conecta la zona costera del norte con la capital, Damasco.
ISIS avanzó entonces sin resistencia, sin enfrentarse a ofensivas ni de las fuerzas de Asad ni de la coalición internacional, que hacía frente al grupo en Raqqa lanzando octavillas con mensajes alertando del peligro que supone Daesh para la población local. Nadie en todo el trayecto por los 250 kilómetros de estepa siria interceptó a una comitiva que debía de ser considerable.
Si algo demuestra la toma de Palmira por Asad y Rusia es que los bastiones de ISIS no son inalcanzables cuando hay verdadera voluntad y unidad de acción. En los últimos meses esa unidad de acción ha estado ausente en la llamada 'coalición internacional contra ISIS', con cada potencia centrada en asegurar sus agendas en la región por encima de la lucha contra Daesh.
Turquía ha estado demasiado ocupada en impedir una victoria kurda, Rusia en mantener sus intereses como aliado de Asad, Irán en avanzar su hegemonía chíita y Arabia Saudí en su hegemonía sunita y, por definición, en cualquier medida que vaya en la dirección contraria a Irán. EEUU, por su parte, ha procurado evitar sumar una guerra abierta con Irán y Rusia a sus actuales fracasos en la región; y el resto de potencias europeas, con Francia a la cabeza, se han centrado en gestos que apacigüen a su opinión pública ante la percepción de que Europa se mantiene impasible ante el terrorismo.
Las diferentes agendas y la falta de unidad se pusieron de manifiesto en los meses en los que la coalición internacional que decía luchar contra Daesh diversificaba sus ataques, con Rusia destruyendo buena parte de lo que quedaba del Ejército Sirio Libre, y numerosas infraestructuras civiles causando centenares de víctimas, como denunciaban periodistas locales.
En estos días en los que el mundo se vuelca con Bruselas, y en menor medida con Bagdad, Lahore y el resto de víctimas de atentados de inspiración yihadista, la victoria de las fuerzas de Asad se presenta en medios locales, y también en distintos medios internacionales, como un motivo de celebración.
“Bravo por Asad”, exclamaba el alcalde de Londres, Boris Johnson, tras conocerse la victoria del Gobierno sirio. “Es un tirano”, reconocía, “pero ha salvado Palmira”, a lo que algunos respondían con comentarios como “Bravo por Mussolini. Era un vil tirano pero los trenes llegaban a su hora”. “Palmira ha sido liberada de una secta que comete asesinatos masivos y corta cabezas por otra secta secta que comete asesinatos masivos y corta cabezas”, ironizaba otro, remitiendo a las imágenes en las que se ve a soldados de Asad sosteniendo cabezas de supuestos militantes de ISIS como trofeos.
Son numerosos los comentarios en la misma línea de los del alcalde de Londres. “Es un dictador, pero...”, “Lanza barriles dinamita contra su población, pero...”, “Asedia y mata de hambre a civiles, pero...”, “Tortura niños, pero...”, así como los titulares que remiten a la “salvación” y “liberación” de Palmira.
¿Liberar Palmira?
Aunque fuera de las fronteras sirias Palmira resuena a historia, a arqueología, a ruinas patrimonio de la humanidad, el nombre de Palmira en árabe, Tadmur, es para los sirios sinónimo de terror. Una pequeña muestra de ese terror ha quedado reflejado en los testimonios de torturas y abusos contra disidentes llevados a cabo durante décadas en la mayor base militar aérea del régimen y la prisión más temida del país. Presos políticos como el reconocido intelectual Yassin Haj Saleh o el inmunólogo en la universidad de Harvard Bara Sarraj han ofrecido en sus testimonios algunas pinceladas del terror que se vivía en la prisión de Tadmur.
Tadmur se convirtió en la principal prisión del régimen sirio tras la masacre de Hama a principios de los 80, según historiadores “la mayor masacre de un gobierno árabe contra su propia población”. Fue el lugar adonde se trasladó a miles de detenidos por su supuesta vinculación a la organización de los Hermanos Musulmanes, muchos de ellos niños. Alrededor de mil presos fueron ejecutados en una sola noche por Rifaat al Asad, el hermano del entonces presidente, residente desde hace décadas en Marbella.
Aunque muchos respiran hoy con alivio al ver el patrimonio de Palmira libre de las manos de Daesh, la toma de la ciudad por las fuerzas de Asad dista de ser una liberación para la población siria, que sufre desde hace décadas el terror gubernalmental.
Reconstrucción 3D de Palmira
Veinticinco años después del levantamiento de Hama, Palmira y el resto del país reviven una y otra vez el peor episodio de su historia. Cientos de miles de presos se hacinan en las prisiones de Damasco y el resto de zonas controladas por Asad, una realidad que apenas recibe atención mediática en contraste con las atrocidades cometidas por Daesh y otros grupos. Entre ellos, el ingeniero sirio-palestino Bassel Khartabil, conocido como uno de los 'padrinos de internet' en la región.
Khartabil, detenido en 2012 acusado de participar en manifestaciones pacíficas, permaneció en distintas cárceles del país hasta septiembre de 2015, cuando desapareció de la prisión de Adra. Antes de su detención, trabajaba precisamente en la reconstrucción en modelos 3D de ciudades del siglo I D.C. Su proyecto, New Palmyra, basado en fotos tomados por el propio Khartabil en sus visitas a la ciudad entre 2005 y 2012, proporciona una información muy valiosa en momentos de destrucción del patrimonio, e incluye un repositorio para que otros puedan contribuir sus colecciones de datos que ayuden a reconstruir la antigua ciudad oasis de Palmira.
La detención y desaparición de Bassel Khartabil, como la de tantos otros sirios, pone de manifiesto cuánto tienen en común Asad e ISIS. Ambos tienen en su punto de mira a activistas pacíficos, que representan el deseo de cambio por el que la población tomó las calles en 2011. Ambos se benefician de la destrucción de cualquier alternativa a la dicotomía Asad o ISIS a la que se ven abocados los sirios, obligados a elegir entre una dictadura de rostro laico y una dictadura barbuda.
La “liberación” de Palmira podrá tener consecuencias diversas, pero la libertad no será una de ellas. Las ejecuciones de disidentes se seguirán produciendo, pero ya no serán orquestadas a plena luz del día, en macabro espectáculo teatral con las ruinas como escenario. Regresarán a las celdas de Tadmur, donde los gritos de los presos seguirán resonando, pero sin ecos en el resto del mundo.