Esperanza Aguirre ha aportado a la política, además de incontables ranas, el liberalismo de mamandurria. Un liberalismo, que bien entendido, es para los demás. Ella misma, Rajoy, Aznar, Cospedal, Santamaría… y muchos más promotores de las políticas pro mercado en España lo primero que hicieron al finalizar la carrera fue sacarse una plaza de funcionario. Las privatizaciones de Aznar sirvieron para poner a sus amigos al frente de las empresas privatizadas. Esas y otras privatizaciones hemos visto que han sido muy útiles para generar comisiones ilegales y financiar al PP, pero no para mejorar la competitividad y la calidad de los servicios prestados. El liberalismo es para pobretes (para que lo sufran). La gente de buena familia no está para caer en las bajezas de la competencia del mercado, ellos son funcionarios de alto nivel y comisionistas, es para lo que están.
El cogollito madrileño, con sus apellidos dobles, sus hijos y nietos de altos cargos franquistas, medró en la autarquía, protegidos de esas vulgaridades de arriesgar dinero y correr el peligro de hundirse. Por eso el liberalismo de mamandurria es socialista en las pérdidas. Un empresario de mamandurria conseguirá el dinero para su inversión de un banquero amigote y tendrá una cláusula para forrarse si el negocio va mal. El riesgo y las pérdidas son una vulgaridad. Por no hablar de la separación de poderes, eso no es para el clan de la mamandurria: fiscales, magistrados, periodistas…, todos amigotes. Viva la mamandurria liberal.
Los héroes del liberalismo de mamandurria son soberbios, avariciosos, engreídos, agresivos… Aznar, Aguirre, Soria, Barberá (RIP), Fabra, León de la Riva, Trillo… A sus votantes les encanta que sean groseros, y además, se sienten víctimas de lo “políticamente correcto” y orgullosos de “no tener pelos en la lengua”, para referirse a comportamientos que los demás llamamos groserías de niñatos consentidos. Pero si llegaron tan alto, no lo olvidemos, es porque a millones de personas les encanta reconocerse en esos personajes.
Más allá de la variante carpetovetónica liberal, el liberalismo supone otra serie de riesgos para la democracia. Incluso si tuviésemos liberales aseados, la democracia seguiría estando en peligro (no en vano el gran teórico neoliberal, Hayek, llegó a defender a Pinochet). Para el liberalismo, como dijo Margaret Thatcher, la sociedad no existe. Solo existe el mercado. Individuos egoístas que hacen tratos en su propio beneficio, que se desentiende de lo colectivo, de mantener un proyecto vivo en común como sociedad. Si lo colectivo solo es el beneficio privado, sin reconocer que el trabajo es algo colectivo, que todos tenemos derecho a la dignidad y a un mínimo de bienestar material, la sociedad implosiona.
Esto ya lo estudiaron antropólogos como Polanyi, que vieron que el fascismo era el resultado natural del liberalismo. Cuando se niegan los lazos colectivos que nos unen, como hace el liberalismo, que nos convierte a todos en mercancías, la sociedad se disloca y viene el populismo. Polanyi vio el fascismo, ahora vemos otros tipos de populismos. Ambos movimientos son el resultado de desatar las fuerzas del mercado sin proteger a las personas.
Si el liberalismo desatado acaba en fascismo, no sé en qué acabará el liberalismo de mamandurria. De momento se ha mostrado antisistema, reventando nuestras instituciones. Un partido con todos sus tesoreros imputados, que destruye pruebas a golpe de martillazo de disco duro, que obstruye en los juicios que se presenta supuestamente como acusación, con tramas incontables de financiación ilegal, que cambia las leyes contra la corrupción para que prescriban los delitos, que pone fiscales Anticorrupción que les parecen estupendos a los corruptos, con fiscales y jueces presionados, con periodistas que le tapan las vergüenzas, que emplea al Ministerio del Interior para perseguir a sus rivales políticos…
En un país normal, la oposición haría una moción de censura, y se pondría de acuerdo para que terminen de saltar las ranas escondidas. Pondría un fiscal Anticorrupción que investigase al actual fiscal Anticorrupción, renovaría los altos cargos de Justicia e Interior, para que no haya más chivatazos. Pero también tenemos una oposición de mamandurria, más preocupada en epatar con titulares o en hundir al partido “enemigo” que por regenerar esta charca inmunda. Mientras, que siga el 'chow'.