El pasado 8 de mayo en la Universidad de Barcelona, en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho, se celebró un seminario donde se promocionaban y defendían “propuestas terapéuticas” como el uso del clorito sódico, un compuesto químico similar a la lejía, para curar el autismo o se criticaba el uso de vacunas para prevenir enfermedades. Durante el acto se plantearon los “intereses ocultos de las autoridades científicas, la falta de rigor en las directrices de salud pública”, alternado con los “alegatos contra las vacunas y la quimioterapia y a favor de la homeopatía, pidiendo la inclusión de esta última pseudoterapia en el Sistema Nacional de Salud”.
Los miembros de la comunidad científica se negaron a participar en el seminario y diferentes profesionales de la salud mostraron su descontento por la celebración de la actividad. Hay que recordar que la Generalitat catalana impuso una multa de 600.000 euros al payés y curandero Josep Pàmies por promocionar su producto parecido a la lejía, prohibido por la Agencia Española de Medicamentos, como cura del autismo. Por su parte, el Gobierno español presentó el pasado noviembre un plan contra las pseudoterapias, que tiene por objetivo básico “proteger la salud” de los ciudadanos. Anunciado por la ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo (médica de formación), y el titular de Ciencia, Pedro Duque, el plan contempla que ningún centro sanitario público ni privado podrá ofertar terapias que no estén científicamente comprobadas. Igualmente, el Gobierno perseguirá la publicidad engañosa de estos productos.
¿Cómo se explica y se justifica que se celebre en la Universidad de Barcelona un Seminario defendiendo un compuesto similar a la lejía como curación del autismo y se haga apología de la no vacunación de niños y adultos? Pues gracias al pretexto de la libertad de expresión. De hecho el nombre del Seminario era 'Derecho a la salud y libertad de expresión'.
La propia institución justificaba el acto como una defensa de este principio. El vicerrector de Recerca de la Universitat de Barcelona, Domènec Espriu, dijo que la institución se posiciona claramente en contra de las pseudoterapias, pero a favor de fomentar el debate. “Nadie está planteando una discusión científica, médica o clínica sobre la validez de las terapias alternativas porque sabemos que bajo este aspecto no hay discusión. Las pseudoterapias son un fraude y la universidad, como institución pública y comprometida, debe posicionarse en contra de estas”, argumenta. “En este caso, sin embargo, se ha planteado un debate ético y jurídico sobre dónde está el límite en la difusión de información sobre estas disciplinas. Entendemos que en estos términos sí que es lícito y necesario plantear una discusión. Más si la alternativa es la censura”, añade. Obsérvese lo diabólico del argumento: “Todos estamos en contra de..., pero defendemos el debate sobre el límite a que se informe de ello, sobre todo si la alternativa es la censura”. Ahora en lugar de los puntos suspensivos, usted puede poner “la superioridad de la raza aria”, “la defensa del creacionismo frente a la teoría de la evolución”, “la prohibición del voto para las mujeres” o “el internamiento de los homosexuales”. Todo sea por la defensa de la libertad de expresión y en contra de la censura.
Propuestas y debates inverosímiles e inaceptables por una sociedad civilizada surgen válidos en nombre de la libertad de expresión, por mucho que su mera evocación suponga la negación de la ciencia, de los derechos humanos o la apología de racismos o crímenes contra la humanidad.
Con la libertad de expresión está sucediendo lo mismo que con el concepto de libertad. En nombre de ella José María Aznar, en 2007, ante la prohibición de conducir bajo los efectos del alcohol, dijo: “A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar esto y, además, a usted le prohíbo beber vino”. Y añadió: “En eso consiste la libertad y en eso consiste la responsabilidad individual”.