Durante 13 años, y hasta hace uno, tuve una columna de Opinión en El País, edición Madrid. Primero fue semanal, pero con Aznar en el poder me pasaron a quincenal: censuraron una en la que denunciaba la violencia policial a la que asistí en una manifestación multitudinaria contra la guerra de Irak, que acabó con casi 200 heridos. Denunciaba algo que ahora se ha demostrado: la descarada infiltración de provocadores por la propia policía en una protesta pacífica. La escribí con legítima indignación y me llamaron a un despacho en Miguel Yuste. El director adjunto que me recibió, Ángel Sánchez-Harguindey, me dijo que todas las columnas de mi sección pasarían a ser quincenales, algo que en realidad no sucedió porque, obviamente, mi cambio de periodicidad era una represalia personal. Pero sí aprovechó para decirme que yo era muy “agresiva”. Utilizó esa palabra. Durante todo el tiempo que duró nuestra conversación, supongo que no más de quince minutos, en su despacho estuvo encendida una televisión en la que se retransmitía una corrida de toros.
El pasado sábado por la tarde, en pleno puente de esa Almudena a la que la cardenal Botella llama Señora, la empresa que gestiona el diario El País comunicaba al fin a su Comité de Empresa los nombres de los 129 periodistas y trabajadores que se verán afectados por el ERE, es decir, que serán despedidos. Unas horas más tarde, El País publicaba una tribuna, titulada A nuestros lectores, donde daba su versión de los hechos. A horas propias de navegantes pudimos adelantarnos a leer, en versión digital, lo que saldría en papel a la mañana siguiente. La tribuna de los despidos de El País venía sin firmar, aunque un coro cada vez mayor de voces achacaba en las redes su autoría al presidente Cebrián. Ciertamente, hay en esa prosa un regusto de autoritarismo, un tono de dureza que se parece al desafecto de un jefe atrincherado. Digamos que si un texto tiene facciones, esa tribuna y Cebrián se parecen de cara.
En esa tribuna pasan muchas cosas que llaman la atención. Por ejemplo, se utiliza el verbo “implementar”, en vez de aplicar o ejecutar. Para alguien que, como yo misma, ha educado su prosa periodística en el Libro de Estilo de El País, es como si el verbo “implementar” viniera parpadeando en rojo, por así decir. Contra su abuso advierte hasta la Fundación del Español Urgente, patrocinada por la Agencia Efe y BBVA, y cuyo objetivo es el buen uso del español en los medios de comunicación. Dicha Fundación está asesorada por la RAE, a la que, por cierto, don Juan Luis Cebrián pertenece. La tribuna que parece suya viene a decir que, como la empresa no llegó a un acuerdo con el comité, implementará las medidas sin las mejoras ofrecidas durante la negociación. Algunos periodistas, no despedidos, se apresuraron a contar la verdad: los trabajadores y empleados habían rechazado cobrar su liquidación en pagarés. O sea, no se fiaban un pelo de la empresa, de llegar a cobrar algún día lo que les pertenece. Que no se fíen de ti, aunque estés acostumbrado, pone de muy mal humor. De ahí, se supone, el tono de la tribuna en cuestión.
Luego viene una visión de la crisis, que llaman global. Comparaciones con medios extranjeros. Estadísticas. Precios varios de acciones. Dorada de píldora al lector. Etcétera. Pero se va notando que sube el tono y es como si se hinchara una vena en el cuello del texto, como si a las palabras les temblara un párpado o fruncieran el ceño, como si las líneas apretaran los labios. Y, ¡zas!, la perla: que denuncian “…la demagogia populista, las tendencias libertarias de muchos de quienes ocupan las redes sociales…”. Y empiezas a comprender por qué en la lista de los 129 hay nombres que no te cuadran, ya que son nombres de periodistas muy activos en las redes y la empresa lleva tiempo transmitiendo, a través de ése su presidente, que el futuro es tecnológico, que ya ha muerto la prensa en papel. ¿Por qué prescindir, pues, de esta clase de periodistas? ¡Porque tienen tendencias libertarias! O sea, que el ERE es una caza de brujas. No lo digo yo, lo dijo en twitter una periodista de El País que tampoco está en la lista de los 129. Una caza llevada a cabo en condiciones que otro periodista de los que tampoco están en la lista negra califica de “medievales”.
Así que me voy al diccionario (de la RAE, para estar en la línea editorial): libertario, ria es “quien defiende la libertad absoluta y, por lo tanto, la supresión de todo gobierno y de toda ley”. Y entonces confirmo que lo que esconde esa lista de los 129 es, aprovechando que el ERE pasa por Miguel Yuste, una limpieza ideológica. Solo que, con la rabia ya incontenida, a quien ha escrito la tribuna se le ha llenado la boca. Y se equivoca: lxs supuestxs libertarixs de las redes no están necesariamente en contra de toda ley, sino en contra de ciertas leyes, de las leyes injustas, incompletas, parciales; lxs supuestxs libertarixs de las redes no están a favor de la supresión de todo gobierno, sino en contra de los gobiernos abusivos, irresponsables, corruptos. Y lo que la red permite es la libertad y la independencia de denunciar esas injusticias, de alertar contra esos abusos sin tener que pasar por el filtro de unos medios súbditos, cómplices.
Lo que demuestra la lista de los 129 de El País es que la libertad tiene un precio. Que no es lo mismo el noctambulismo que la nocturnidad. Y lo que demuestran lxs supuestxs libertarixs de las redes es que no se puede ser periodista sin ser antes ciudadanx. Porque no es casualidad que esxs periodistas libertarixs hayan estado en Sol cuando surgió el 15M. Y hayan difundido las protestas contra los salvajes recortes de Rajoy. Y hayan clamado contra el drama de los desahucios. Y hayan destapado apestosas corrupciones políticas. Y hayan puesto en evidencia la homofobia, la violencia policial, el terrorismo financiero, las vergüenzas de la Iglesia, los delitos de la Casa Real. Libertarixs de las redes sociales que se han escandalizado con las andanzas y negocios de un Rey impune que mata elefantes. Periodistas dignxs que han hecho en las redes lo que tenía que haber hecho El País es sus editoriales, en todas sus páginas: servir con valentía a esos lectores a quienes ahora se dirige con agresividad.