Los líderes autoritarios no triunfan eternamente
Boris Johnson dimite sumido por los escándalos, pero sobre todo dimite porque ya no es soportable tener un bufón en Downing Street. Ha sido abandonado por quienes hace casi tres años lo nombraron como “líder supremo”. Los mismos que le entregaron el liderazgo del país para aupar al Partido Conservador a su mejor resultado electoral desde 1970. Ahora le dan la espalda, lo tachan de embustero y embaucador. Ya lo era en julio de 2019, cuando lo designaron para sustituir a Theresa May. Hasta se llega a hablar de una crisis de credibilidad del Reino Unido como si la personalidad, los valores e intereses de Boris Johnson hubieran sido un descubrimiento inesperado.
Vistos los motivos detallados en innumerables artículos y especiales, queda claro que el Johnson no ha dimitido por su dudosa gestión de la pandemia. Cabe recordar que Reino Unido ha sido uno de los países occidentales con registros de tasas de mortalidad por COVID más altos. Tampoco lo hace por su plan de deportaciones de solicitantes de asilo a Ruanda, un plan que fue frenado in extremis por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, duramente criticado por organizaciones y organismos de derechos humanos y calificado por el arzobispo de Canterbury como “una política inmoral que avergüenza a Gran Bretaña”. Nada tiene que ver en su dimisión haber sido el rey de las mentiras probadas durante el proceso del Brexit. Ni siquiera puede decirse que su salida del gobierno se deba a otros escándalos y polémicas más relacionadas con sus declaraciones machistas, racistas, lgtbófobas, como unas muy recientes que hizo a raíz de la prohibición de la Federación Internacional de Natación (FINA) a la participación de atletas trans en la categoría femenina: “Alguien no puede nacer con pene sin ser hombre”, llegó a decir.
No, si Boris Johnson dimite no es ni por sus políticas ni por las mentiras en las que ha basado sus políticas y que le han hecho llegar al poder. Dimite por sus escándalos personales, por su indiscreción, por saltarse todas las normas éticas y morales más elementales de lo que puede soportarse a un líder de un país como Gran Bretaña. Su excentricidad, su personalidad narcisista y su carácter autoritario nunca fueron el problema cuando fue elegido para diferentes cargos, más bien se vio en ello un filón de votos, de audiencia, de polarización y de poder. De todo el mundo era conocido el personaje al que se le comparaba con Donald Trump. Su capacidad de pisotear y mofarse de los valores y principios sagrados de una sociedad democrática asomaban ya en su etapa como columnista y tertuliano. Su cuestionable moral por su forma de ser debió verse tremendamente útil por parte del Partido Conservador, que ahora se hace el sorprendido, si llegó a donde llegó siendo Boris Johnson, un producto de marketing y un rodillo de mentiras y difamación.
Una vez más vuelve a ser asombrosa la capacidad predictiva de la serie “Years & years” respecto a la situación política de Gran Bretaña. Las semejanzas entre Boris Johnson y el personaje de Vivienne Rook, que representa a la Primera Ministra en la ficción, son asombrosas. Ambos representan al líder político carismático, inconformista, tramposo, impredecible y, por todo ello, peligroso por incontrolable. Un líder político que cuando llega al poder no hace política, no tiene programa, ni tampoco medidas, un líder que solo habla de cómo mantener el orden contra los enemigos de la libertad (de su libertad y la de los suyos para usar las instituciones y hacer lo que quieran).
Sin embargo, a diferencia de Vivienne Rook, que (atención, spoiler) es expulsada del poder a raíz de un escándalo relacionado con el gravísimo maltrato que se da a los refugiados en campos de concentración, Boris Johnson deja su trabajo –“el mejor trabajo del mundo”, según él en su discurso de despedida– sin que sus políticas y escándalos anti-derechos, especialmente en materia migratoria y en clara alianza con su ministra del Interior, le hayan pasado factura como gobierno. El fracaso es el suyo, no el de sus políticas, algo lleva a pensar que los cambios que se avecinan en el Reino Unido no solo no tienen por qué afectar a la agenda del Partido Conservador, sino que no implicarán alguna autocrítica del propio partido a por qué permitieron a un personaje de tan poca altura moral llevar las riendas de una de las naciones más poderosas del mundo. Por eso, como bien advierte una de las más queridas personajes de la serie “Years & years”, la abuela Lyons, estemos preparados porque algunas veces “derrotar a un monstruo es aguardar al siguiente”. Sobre todo, cuando prima más la imagen que los derechos humanos. En cualquier caso, la dimisión de Boris Johnson es un aviso para navegantes: espectáculo solo el justo.
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