Cuando hay demasiado ruido alrededor es imposible entenderse. En España, una vez más, la bulla invade nuestro entorno y resulta imposible oír qué nos decimos unos a otros. En política, el estruendo se rebaja reduciendo el tono de las declaraciones, eludiendo la descalificación, descartando el uso del insulto y rehuyendo las frases tópicas de los argumentarios repetidas ya infinidad de veces. Uno de los problemas que se deriva de la discusión política actual es que al final no se sabe muy bien de qué debatimos. Las declaraciones grandilocuentes, basadas casi siempre en juicios preestablecidos, no abren el diálogo, sino que lo cierran. Sería conveniente, como fórmula constructiva, fijar con claridad cuáles son los asuntos objeto de la controversia y, si fuera posible, en lugar de mezclarlos unos con otros, fuéramos capaces de priorizar su importancia. A veces, enfrentamientos sobre cuestiones secundarias nos impiden llegar a acuerdos sobre los asuntos fundamentales.
PSOE y UP tendrán que acabar entendiéndose. Los dos lo necesitan. Es absurdo que discutan sobre a quién podría perjudicar más el desacuerdo. Eso solo conduce a potenciar el conflicto. Lo lógico sería centrarse en negociar unas políticas progresistas que sirvan de ánimo e impulso al acuerdo. Por este camino, al final se entenderían. Hay espacio de acomodo entre lo deseable y lo posible. Pedro Sánchez debería presentar su programa de gobierno al resto de fuerzas, empezando por UP. De esta forma, Pablo Iglesias y los suyos podrían plantear sus alternativas y seríamos capaces de determinar si ambos proyectos están en sintonía, más allá de la conocida disconformidad en relación con la posible o no incorporación del líder de Podemos en un futurible gobierno. A partir de la creación de una alianza electoral progresista debería iniciarse el camino para constituir una mayoría parlamentaria que no dependa de los partidos independentistas. La experiencia hasta ahora no ha sido buena al respecto. En realidad, ellos son los que han marcado el qué y cuándo se han producido los acontecimientos políticos más relevantes de los últimos tiempos en España. Al ser minoritarios, no han podido cumplir sus objetivos perseguidos. A cambio, han utilizado su determinante valor en la aritmética parlamentaria para condicionar el devenir político de nuestro país.
La caída de Rajoy solo se produjo cuando los independentistas decidieron apoyar la moción de censura promovida por PSOE y UP. Las fuerzas conservadoras (170 votos) superaban a las progresistas que buscaban derrocar el gobierno del PP tras la sentencia de Gürtel. Lo decisivo fueron los 19 votos de los independentistas ¿A cambio de qué preguntaban entonces desde la derecha? A cambio, ni más ni menos, que de derribar un gobierno y mostrar la debilidad del estado frente a su poder. Posteriormente, la caída de Pedro Sánchez se produjo cuando los independentistas quisieron, cuando esos mismos 19 votos apoyaron la iniciativa de PP y Cs de tumbar los presupuestos. Entonces, desde la derecha rehusaron a preguntarse a cambio de qué lo hicieron. Los independentistas demostraron de nuevo que en España no pueden forzar que sus ideales se impongan, pero sí pueden condicionar a su antojo cuándo y cómo se toman trascendentes decisiones políticas del estado. En España, se hace y deshace lo que ellos apoyan cuando lo desean. ¿Se puede acabar con su poder decisorio? Sí, sin duda. ¿Se quiere? Parece que hay dudas en la derecha española.
Ante la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno tras su victoria electoral, los partidos estatales deben decidir si desean reforzar o impedir que los 26 votos independentistas, salidos legítimamente de las urnas, sean la fuerza dominadora del rumbo de la política española. La derecha parece tener la estrategia de querer encerrar a la izquierda con los independentistas en una habitación sellada, para luego acusarles de compartir el mismo espacio físico. PP y Cs tienen la llave para liberar el sistema político español de la arbitraria influencia de los independentistas. Tienen que decidir qué priorizar, si el desgaste de su oposición política o el interés general de España. Quizá les daría más rédito electoral trabajar para el bien de nuestro país que centrarse en destruir al adversario. O, quizá, son conscientes y encuentran mayor satisfacción en aflorar el resentimiento antes que el entendimiento.