La @EsperanzAguirre que para desmentir haber intercambiado la presidencia del PP de Madrid por la candidatura al Ayuntamiento tuitea en domingo: “No pienso dejar la presidencia de @ppmadrid. ¿Pero esto qué es? Tengo ilusión por ser alcaldesa, pero nadie me hace el programa y la lista” debe de sentir la angustia de aquella pobre loca tan magistralmente cantada por el estribillo del popular hit de Mocedades (“Y los muchachos del barrio le llamaban loca. Y unos hombres vestidos de blanco le dijeron ven. Pero ella gritó no señor, ya lo ven, yo no estoy loca. Estuve loca ayer pero fue por amor”).
Los muchachos del barrio son los periodistas y la prensa, que se atreven a dar por hecho que la lideresa dejará la presidencia del partido en Madrid a cambio de que Rajoy le haya permitido ser candidata. Los hombres vestidos de blanco son Cospedal, Floriano, Soraya y toda la banda de víboras que anidan en Génova dispuestos a encerrarla en el primer manicomio donde quede plaza libre. El amor, siempre una ilusión y un bien escaso, en política y en la vida en general.
Si Esperanza Aguirre estuviera tan segura de su dominio sobre el partido en Madrid, no andaría pidiendo pelea por Twitter. Cuando un líder tiene el control de la organización no le hace falta anunciarlo, le basta con ejercerlo. Si en Génova tuvieran la certeza de poder hacerse con el mando en Madrid, Mariano Rajoy jamás le habría permitido encabezar la lista y no habría resultado necesaria una operación de tan alto riesgo como la demolición de Ignacio González a base de “filtraciones bomba”. Todos van de farol.
En el relato sobre la ya famosa conversación telefónica donde Cospedal sostiene que Esperanza Aguirre aceptó renunciar a la presidencia del partido para ser candidata y la lideresa alega haber rechazado indignada el mercadeo, ambas mienten. Ni Cospedal se lo planteó abiertamente ni Aguirre cerró tajantemente la posibilidad, porque en el marianismo y el Partido Popular de Rajoy nadie habla con esa claridad. Ese es el secreto de su éxito. Seguramente ambas jugaron a emular a Rajoy y a decir que sí, que no, que todo lo contrario y que ya tal.
Esperanza Aguirre corrió a ponerse a cubierto y cerró la boca hasta verse nominada, porque ella solo pelea cuando el contrincante agoniza. Mariano Rajoy prefirió conservar a la candidata efectiva antes que rematar el trabajo en Madrid. Unos por otros, la casa sin barrer.
Esperanza no acaba de reunir las fuerzas necesarias para tumbar a Rajoy y Mariano no puede acabar de matar a Aguirre. Es la historia del PP desde el Congreso de Valencia y aún no ha terminado. Un juego que antes tenía gracia pero que ahora seguramente le resulte tan cansino como irritante a unos votantes populares que todavía siguen muy enfadados.