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Lora-Tamayo, el presidente del CSIC, el exilio científico y el “poso” que no cesa

El pasado 24 de noviembre Emilio Lora-Tamayo D'Ocon, presidente Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), realizó unas declaraciones que provocaron cierto escándalo. Lora-Tamayo afirmó que la “fuga de cerebros” de “investigadores ya formados” en España es una “leyenda urbana exagerada”.

Es preocupante que cualquier persona mínimamente informada niegue la evidencia de la salida, mejor dicho, la expulsión, de investigadores españoles para el extranjero. Un fenómeno que no se detiene. Así, por ejemplo, la Universidad a Distancia de Madrid en su nueva edición del informe Innovacef señala que una gran mayoría de jóvenes investigadores que trabajan en España (73%) tiene altas posibilidades de marcharse al extranjero. Asimismo, los datos provisionales publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en su Avance de la Estadística sobre Actividades en I+D del año 2013 indican que el personal empleado en actividades de I+D en nuestro país se ha reducido a niveles similares de 2008.

Es además indignante que se argumente sobre el asunto realizando un análisis sesgado de los datos relativos al personal del CSIC, como ha explicado la respuesta clarificadora de la Federación de Jóvenes Investigadores/Precarios. Pero es inaceptable que la persona que emite esas declaraciones sea el responsable del principal centro de investigación de España, quien lejos de asumir su parte de responsabilidad en la hemorragia científica escogió realizar unas manifestaciones que lo descalifican.

Además de un despilfarro de valiosos recursos humanos, la marcha forzada de investigadores genera dolor en los protagonistas, que cumplieron con su deber al alcanzar una excelente formación, y en sus familias, que sufren una injusta separación de largo recorrido. Y hablando de familias y de dolor nos vienen a la cabeza los antecedentes familiares de Lora-Tamayo, cuyo padre fue un testigo privilegiado de una de sus modalidades del exilio científico, el debido a motivos políticos.

Efectivamente, Manuel Lora-Tamayo Martín, catedrático de Química Orgánica, vivió muy de cerca otro gran movimiento migratorio de científicos españoles, el provocado por la Guerra Civil, con la persecución y exilio de miles de especialistas.  Manuel Lora-Tamayo tuvo conocimiento directo de cómo la persecución política provocó un tremendo impacto en la pujante escuela de Química Orgánica española de los años 30 del siglo XX, de la que el formaba parte. Conoció a Antonio Madinaveitia Tabuyo, principal figura de ese colectivo, director del Laboratorio de Química biológica de la JAE (Junta para Ampliación de Estudios), quien debió exiliarse y murió en México. Precisamente, para la formación de Lora-Tamayo fue importante la ayuda que le concedió la Junta para Ampliación de Estudios, que le permitió asistir a cursos sobre química de la sangre en el Instituto de Química biológica de Estrasburgo.

Y supo de la actividad de otro colega, el también catedrático de Química Orgánica José Giral Pereira (que sería ministro y presidente de Gobierno de la II República), muerto asimismo en el exilio mexicano. Lo conociera como profesor en 1922 y visitó muchas veces su botica para poder acceder a la excelente biblioteca particular de Giral, quien lo atendió generosamente. A este profesor acudió en busca de ayuda en 1932, cuando era ministro de Marina de la II República, por negársele a Lora-Tamayo el permiso para acudir a Estrasburgo a disfrutar la pensión de la JAE; Giral le resolvió el tema. Pero no era propio de Manuel Lora-Tamayo el agradecimiento y el rigor, buen conocedor de la obra de Giral, hizo de ella una reseña parcial y mezquina en su libro La investigación química española (1981). Y a Manuel Lora-Tamayo no le era desconocido Enrique Moles, el químico español más importante de la preguerra, miembro de su tribunal de tesis, que debió exiliarse y a su vuelta fue encarcelado y después castigado al ostracismo. Tampoco le era extraño Francisco Giral González, hijo de José Giral, catedrático de Química Orgánica en la Universidad de Santiago de Compostela, que debió exiliarse a México.

Sí, Manuel Lora-Tamayo supo perfectamente de los dramas sufridos por sus colegas y del tremendo efecto del exilio científico para la ciencia española. Observó en primera línea los huecos que dejaban los represaliados, unas vacantes que tibios, neutros, oportunistas y cómplices del nuevo Régimen aprovecharon para ascender o acceder a destinos apetecibles.  Él, a diferencia de su hijo, calló y desarrolló una importante carrera política en el franquismo, entre otros cargos fue ministro de Educación (1962-1968) y presidente del CSIC entre 1967 y 1971. Una institución que surgió como respuesta sectaria del régimen fascista contra la Junta para Ampliación de Estudios, cuya ejemplar labor supusiera un avance significativo para la ciencia española. El Ministro de Educación José Ibáñez Martín decidió crear un nuevo organismo que centralizara el conjunto de la investigación científica. Y para esa misión echó mano de un  viejo amigo y correligionario, José María Albareda Herrera, quien desde la secretaría general del CSIC jugaría un papel decisivo en la penetración del Opus Dei en los medios académicos. Y, sí, efectivamente, visto el comportamiento de sus actuales dirigentes, su labor, como aconseja la guía espiritual del grupo al que perteneció, “dejó poso”. Como también lo dejó Manuel Lora-Tamayo y lo está dejando su hijo Emilio, el que ahora nos explica que la “fuga de cerebros” es una “leyenda urbana exagerada”.