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Luces largas para las generaciones futuras

El pasado viernes, el movimiento Fridays For Future eclosionó en España con manifestaciones por todos los rincones del país. Aunque las manifestaciones eran plurales y había gente de toda edad y condición, sin duda predominaban las y los jóvenes. No en vano, detrás de estas convocatorias está un movimiento estudiantil ecologista que tiene como cara visible a Greta Thumberg, una estudiante sueca de 16 años.

Es normal que sean jóvenes quienes estén promoviendo esas movilizaciones pues son quienes van a sufrir en sus carnes los efectos del daño climático que la generación actual está provocando y trasladando sobre las venideras. Los informes científicos más solventes muestran que la aceleración del deterioro medioambiental y de la destrucción del planeta es una realidad que con toda seguridad afectará a la calidad de vida y a las posibilidades de supervivencia de las generaciones futuras, e incluso de las ya presentes.

Pero la irrupción de las personas jóvenes en la lucha contra el daño ambiental es una noticia magnífica por otra razón importante. En todo el planeta, pero muy especialmente en los países ricos que son los que tienen mayor capacidad de incidencia y negociación, el envejecimiento de la población está invirtiendo nuestras pirámides demográficas, de modo que el peso de las decisiones políticas recae cada vez más en los grupos de población que, por ley de vida, tienen intereses más cortoplacistas, algo que es letal en la lucha contra el deterioro de nuestra naturaleza. Que los jóvenes comiencen a reclamar respuestas supondrá, por el contrario, que irremediablemente éstas tengan que considerar el largo plazo, pues ésa es la perspectiva con la que lógicamente contemplan sus problemas quienes se encuentran en el inicio de su recorrido vital.

Este cambio de perspectiva que aportan las personas jóvenes supera por tanto la lógica cortoplacista que domina la economía y la política de nuestros días, atrapadas ambas en la lógica financiera derivada de la financiarización de nuestras economías. Aun así, lo más probable es que la juventud (por muy decidida y fuerte que sea y se muestre) no pueda conseguir por sí misma que se lleven a cabo cambios efectivos a largo plazo si no cuenta con el apoyo de toda la población y si no consigue que los vectores que impulsan sus marchas tengan efectos políticos, es decir, se trasladen a las decisiones públicas y a los comportamientos institucionales y personales que mueven la sociedad.

Para lograr que la lucha contra el cambio climático y la destrucción de la naturaleza se convierta en una acción política transformadora es imprescindible que se diseñen y entren en funcionamiento instituciones diferentes a las actuales, que solo operan representando los intereses de las generaciones presentes; instituciones que puedan garantizar el respeto a los intereses de las generaciones futuras como, por ejemplo, un comisionado o comisionada para las generaciones futuras o una tercera cámara, opciones que se están estudiando y debatiendo en varios países.

La toma de conciencia política de la juventud a través del desafío medioambiental puede funcionar como el mejor de los catalizadores para dar un giro a nuestras políticas miopes y esclavas del ciclo electoral y presupuestario, siempre y cuando esas protestas se conviertan en votos y en confianza en relación a la actividad política, y siempre que la juventud sea capaz de intervenir también en dicha actividad evitando caer en la trampa populista, censurando y combatiendo la traición a los ideales, exigiendo una rendición de cuentas e imponiendo un debate democrático que obligue a modificar el orden de prioridades que actualmente condiciona la orientación de las políticas medioambientales aumentando la desigualdad y conformando una sociedad cada día más inhumana y caótica.

En un mundo complejo, lleno de vericuetos y sometido a toda clase de vaivenes, conducir únicamente con las luces cortas nos lleva al suicidio. Sigamos el ejemplo de la juventud que se empieza a levantar contra la destrucción de la naturaleza y contra nuestra cortedad de miras incapaz de evitarla, y pongamos las luces largas, contemplemos el horizonte en el que van a vivir nuestros descendientes y asumamos el compromiso firme y efectivo de garantizar el derecho a vivir de las generaciones futuras. La lección de este viernes, como la del anterior viernes, el 8M, no puede ser que otra que ocupar los espacios públicos y las instituciones democráticas para desarrollar políticas que pongan la vida y el bienestar de las personas y de nuestro planeta en el centro.