La clase trabajadora está acostumbrada a sufrir, a pasar dolor, a tenerlo mucho más difícil y a apretar los dientes y los puños mientras ve como una casta de financieros juegan a quemar hormigas con una lupa desde sus despachos. Quienes tienen el poder económico ven a la clase obrera como una masa amorfa e inerte que puede ser modelada en su favor sin ser conscientes de que puede rebelarse cuando se cansa de padecer. Es cierto que lo hace sólo cuando ya no tiene nada que perder, y eso es mucho aguante cuando estás acostumbrado a no tener casi nada. Pero cuando la clase obrera ya no ve otra opción que levantarse contra quien le hace sufrir no hay refugio que los guarde. El proletariado tiene la capacidad de crear herramientas como la guillotina y procesos históricos como las revoluciones, algunas de ellas bastante violentas y regadas con sangre burguesa. Es necesario conocer la historia para no tentar a la suerte. La lucha de clases expresada de manera violenta es la última opción para la clase trabajadora, por eso cuando recurre a ella es porque la han vapuleado con saña durante años.
Un multimillonario australiano de los que impulsan el sano desprecio de clase y odio hacia los ricos declaró en una conferencia que era necesario aumentar la tasa de desempleo entre un 40% y un 50% para impulsar la productividad porque los trabajadores estaban muy crecidos después del COVID y estaban exigiendo mejores condiciones. El empresario se quejaba de que se había producido un clima más favorable y sensible hacia las condiciones de los trabajadores y eso estaba dificultando la productividad empresarial por el aumento de los costes laborales. Tim Gurner declaró: “En mi opinión, necesitamos ver dolor en la economía. Tenemos que recordar a la gente que trabaja para el empresario, no al revés… Cuando se produce un cambio sistemático en el que los empleados sienten que el empresario tiene mucha suerte de contar con ellos, y no al revés, es una dinámica que tiene que cambiar. Tenemos que acabar con esa actitud”.
El multimillonario añadió que despedir era necesario porque eso provocaría que hubiera menos arrogancia por parte de los trabajadores y así se produciría una reducción de costes al dejar claro a la ciudadanía que debería sentirse afortunada por tener un empleo. A lo que se refiere el multimillonario sociópata es a que aumentando el desempleo existiría un “ejército industrial en la reserva” que permitiría chantajear a las y los empleados reduciendo sus salarios y condiciones con el hecho de que al haber mucho desempleo hay una masa obrera dispuesta a ocupar su puesto de trabajo con unas condiciones peores. La ya conocida proclama empresarial de tengo una fila de trabajadores en la puerta deseando tu empleo.
El ejército industrial en la reserva es un concepto acuñado por Karl Marx en El Capital que utiliza para explicar cómo el desempleo estructural es una característica necesaria del capitalismo para funcionar de manera eficiente. El objetivo era asegurarse unos costes salariales bajos y unas condiciones laborales precarias que se lograban al mantener a los trabajadores empleados con el yugo constante de una reserva de mano de obra desempleada ansiosa por ocupar esos pocos empleos: “Si la existencia de una superpoblación obrera es producto necesario de la acumulación o desarrollo de la riqueza sobre base capitalista, esta superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación capitalista, más aún, en una de las condiciones de vida del modo capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y se mantuviese a sus expensas.”
La posición de Tim Gurner explicada de manera descarnada y desacomplejada es la que está llevando a cabo Christine Lagarde mediante su política monetaria de subidas de tipos. Las decisiones del FMI, con la excusa de combatir la inflación, están provocando una tensión en las economías que acabarán pagando los trabajadores mediante el desempleo. El objetivo no confesable es reequilibrar la situación surgida tras el covid en el que los trabajadores habían iniciado el proceso de la “gran dimisión” y se habían convertido en mucho más exigentes a la hora de negociar sus condiciones por un cambio en el paradigma cultural y vital que la pandemia provocó.
Lagarde, la mano ejecutora del FMI que busca provocar dolor a la clase trabajadora con sus políticas monetarias, estuvo en la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela grabando un vídeo en el que se vislumbraba un enorme cordón policial que le dejaba la plaza vacía para su mensaje propagandístico en redes sociales. Los de su clase buscan implantar dolor, hablan desde sus púlpitos sin considerar cuáles son las decisiones sobre la vida de la gente, pero no hay policía que les pudiera proteger si las políticas violentas contra los vulnerables que proclaman se llevaran a cabo en su máxima expresión. Porque habría una reacción a la altura de esa violencia. La historia ha enseñado que la clase obrera necesita sufrir mucho para reaccionar con una proporción mínima de la violencia que recibe por parte de la clase que representa Lagarde, pero cuando lo hace el miedo burgués asoma de manera que no son capaces de imaginar. Si alguien no quiere vivir en un mundo en el que la lucha de clases se muestre de manera violenta es Christine Lagarde.