La figura del intelectual, una persona particular que interviene en la sociedad a través del lenguaje, pertenece a un tiempo y un lugar en que hubo prensa libre y democracia liberal. La historia de España casi es la de la casa de los Borbones y no hubo mucha ocasión para que floreciesen verdaderos intelectuales independientes.
Personalmente no me acabo de sentir a gusto identificándome con esa categoría de intelectual pues tiene un algo de pedante y, además, reconozco en mí una tendencia militante que a estas alturas de mi vida y obras no puedo negar. Desde adolescente quise intervenir en mi alrededor para cambiarlo a través del lenguaje político desde organizaciones culturales, sindicales y políticas. Fui militante organizado un par de décadas de mi vida, pues la política es puro lenguaje y cuando desde la mitad de los años ochenta, comienzo a emitir opinión sobre cultura o el devenir social y político en medios de comunicación tengo que reconocer que lo hago intentando mantenerme dentro de una ética del periodismo pero, sin duda, movido por ese afán militante. Aunque siempre pretendí que mis opiniones no estuviesen al servicio de una organización o corriente y que verdaderamente fuesen mi visión personal de los hechos.
Si escribí o hablé en los medios fue con la intención de ofrecer opiniones que fuesen útiles para que la ciudadanía tuviese contrastes y pudiese concluir una opinión propia. Opiné para que existiese un juego democrático.
Mi experiencia de décadas de trabajo en los medios de comunicación en Galicia, primero, y en el conjunto del Reino de España, después, fue instructiva, apasionada y apasionante, pero tuvo el efecto de que lo que ganaba con una mano, la que escribía la obra literaria, lo perdiese con la otra mano, la que escribía opinión sobre sociedad y política, y por lo tanto me fuese quedando sin tierra debajo conforme avanzaba. Como el tren de los hermanos Marx, cuanta más madera echaba a la locomotora más avanzaba hacia el vacío. Pero el maquinista no puede echarle la culpa a nadie, desde el principio sabía que ése era el viaje (por eso adoro la película The Runaway Train de Konchalovsky. ¿Ven como el toque de pedantería es inevitable? Va a ser que sí, que al final soy un intelectual).
Pero aunque me fui quedando sin sitio para expresar mis puntos de vista en la prensa tradicional es cierto que me quedó este lugar para expresar mi visión de las cosas. Sin embargo, lo ocurrido en los últimos años, particularmente desde que vi como prácticamente todos los medios de comunicación participaron de una campaña para demonizar a Zapatero y llevar a M. Rajoy a la Moncloa (para que hiciese lo que hizo: enriquecer a la banca con nuestro dinero, robarnos derechos y castigar a la Catalunya rebelde), me hizo ver que se achicó tanto el espacio para mis opiniones que no hay lugar para intelectual independiente.
Veo unos medios de comunicación que no lo son. Representan instrumentos de coacción y dominación social al servicio de sus dueños: la banca y las empresas del IBEX; el entramado de políticos, funcionarios del estado, jueces y cortesanos de todo tipo que entrelazan sus intereses en esa corte de las maravillas. Las voces que emiten opinión en esos medios bien están directamente al servicio de esa oligarquía parasitaria o bien se ven obligadas a expresar ambigüedades y buenos deseos que no arrostren el castigo de la expulsión y el enmudecimiento. Pues todos sabemos que la disidencia conlleva castigo seguro.
Ese dominio ideológico y fáctico de esos poderes está tan arraigado que es prácticamente imposible llevar la contraria a la visión castiza de las cosas. Casi da igual la visión de quienes se definen de izquierdas como de derechas, al final todo es “la sagrada unidad de España”. La concentración de los medios de comunicación españoles en Madrid es tan centralista, centrípeta y radial como esa obscena red radial del AVE. A ella no escapan incluso los medios y las personas con la mejor voluntad que vean las cosas desde allí y no hagan el esfuerzo de viajar para escapar de la burbuja mediática y preguntar y escuchar. De un modo natural los medios de comunicación identifican y transmiten Madrid como sinónimo de España, o dicho de otro modo “Madrid y sus provincias”.
Lo vivido con Catalunya lo resume todo, las opiniones desde España más benévolas lo consideran un problema parcial o local, pudiendo tener menos importancia que el champú de una tal Cifuentes que era no me acuerdo qué en alguna institución madrileña. Sin aceptar que la persecución de los derechos civiles a la ciudadanía de un territorio es un problema absoluto para el conjunto de la población. Y la utilización de la mítica “burguesía catalana” -parece que en otros lugares no hay de eso- para referirse a una ciudadanía que lucha por sus derechos enfrentándose a multas, cárcel y exilios. Una ciudadanía libre y ejemplar que debiera ser nuestra maestra y precisamente por eso la persiguen y desacreditan en este reino de las mismas miserias de siempre.
He visto el lugar que le queda a los intelectuales en España y también los intelectuales que le quedan a España. Con gloriosas y magníficas excepciones, al servicio del poder establecido. Veo la homogeneidad del pensamiento en asuntos esenciales como lo es la defensa de los derechos democráticos, que no son “burgueses”, sino para todos y todas. Veo esa incurable falta de cultura democrática que conduce a que bajo alegaciones de clase y coartadas para justificar la pasividad cómplice se sirva a los mismos poderes reaccionarios de siempre. Veo a artistas y opinadores callados ante la cárcel y el exilio por actos políticos democráticos.
Veo una España homogénea que está muy dibujada territorialmente de Norte a Sur y que identifica su nacionalismo con el monolingüismo imperial castellano y con la monarquía borbónica con su himno y su bandera. Veo a comunidades que mantienen administraciones autonómicas y sus servicios sociales gracias a transferencias de otros territorios capaces de crear riqueza insultando a la población de esas comunidades; un “¡a por ellos!” que debiera avergonzar para siempre. Veo una gran parte de la población española presa de la ignorancia en que la mantienen y de la envidia inducida, una envidia que la condena a desear el mal del otro en vez de estimular la emulación.
Tiempo atrás pretendí una España que aceptase la diversidad nacional y la diversidad en general, donde no hubiese un centro monstruoso que absorbiese todas las energías y oportunidades y vaciase todo a su alrededor. Verifiqué que nunca hubo oportunidad y que las mínimas invocaciones al federalismo eran coartadas del centralismo. Compruebo que mis opiniones están fuera de lugar.
Corresponde defenderse de esta España que ya es y que va a ser, cualquier derecho hay que ganarlo y el derecho a vivir como ciudadanos libres en su propio país hay que ganarlo, la soberanía frente a una corte voraz hay que ganarla. El federalismo sólo es posible si se tiene poder propio y luego si se quiere pactar entendimientos y solidaridades se pacta libremente, pues la democracia sólo se construye desde la libertad. No veo que quede lugar para intelectuales independientes pero sigo viendo la pertinencia del compromiso personal y militante. En tanto estemos vivos respirando, defendamos las esperanzas del modo que mejor podamos.