Lula y todos los Lula del mundo
Hay una diferencia radical entre el fanatismo y las convicciones. Y entre obrar para uno mismo o para los demás. Luiz Inácio Lula da Silva, 77 años durisimamente trabajados, con más logros –de los que cuesta sacar adelante- que fracasos, víctima de flagrantes injusticias e inalterable en su lucha, vuelve a ser presidente electo de Brasil. Lula sigue, como siguen muchos más. Porque, en este torbellino de intereses y manipulaciones que invoca pluralismos y habla de “polarización”, hay que pensar en cuantos también siguen. Cada día, a pesar de los trastornos que les causa y de la fiera oposición del Mal, en su más amplio, dañino y antidemocrático concepto. Analizamos poco o nada ese espíritu indomable que conduce a muchas personas –muchas más de las que creemos- a dejarse la piel por otros. He tenido el privilegio de conocerlos en muy distintos cometidos. Y quizás el de fijarme en ellos. La mayoría obra en silencios y anonimatos, sin ningún relumbre. Pero, con toda seguridad, son los que permiten que el mundo siga en pie con una puerta abierta siempre a la esperanza.
Lula es de la estirpe de Nelson Mandela o de Martin Luther King, pero también de tantos hombres y mujeres que aguantan a pie firme en el servicio a la comunidad, porque alguien tiene que hacerlo, sin pararse ni siquiera en el riesgo de sus propias vidas.
Para entender a Lula y a Bolsonaro, hay que entender Brasil, un país donde morían más esclavos de los que nacían porque era más barato importar a otros de África (aquel tradicional origen de insignes fortunas). Así lo explica el documental candidato al Oscar en 2020 La democracia en peligro. Un Brasil atravesado por dictaduras hasta alcanzar lo que se puede entender por democracia apenas en el último tercio del siglo XX. Y va llegando la industrialización, la riqueza de unos progresos y otros, pero no se vence el hambre. Lula Da Silva siempre priorizó la lucha contra las desigualdades desde que lideraba las protestas de los trabajadores en un país donde no estaban ni representados.
Con su presidencia, que no alcanzó hasta 2002 después de intentarlo varias veces, llegarían a salir de la pobreza 20 millones de personas. Estudiar en la Universidad quienes no podían hacerlo. Convertirse en la 7ª economía del mundo tras subir seis peldaños. Y también constatar que el pasado autoritario deja huellas, que hay que pactar con el diablo –Lula y Dilma lo hicieron con la oligarquía del PMDB- cuando no se dispone de mayoría, que el supremacismo blanco se incomoda con el reparto de derechos y que un Law Fare montado a conciencia, con una complicidad destructiva de algunos medios, devasta cuanto se propone. No al punto de dejar tan pulidas las costuras que no se resquebrajen a la luz de la justicia. Aquí sabemos de todo eso.
Lula Da Silva, presa de varios nombres sucios que se repiten en la historia reciente de Brasil, fue condenado a 12 años de cárcel por el juez Sergio Moro, que en poco tiempo pasaría a ser ministro de Bolsonaro. La Corte Suprema tuvo que atender los recursos y anuló las condenas. Lula pasó 580 días en la cárcel, casi dos años. Quienes en España –políticos o periodistas- se refieren a Lula como “un expresidiario” -sin aclarar las circunstancias- dicen en realidad: “víctima de un enterramiento civil en vivo perpetrado por gentuza como yo”. Pero una vez más hemos padecido informaciones escandalosamente sesgadas.
Lo grave es que defienden el fascismo –y ahí no caben “pluralismos”- y a su candidato derrotado: Jair Bolsonaro. Quien no solo ha empobrecido Brasil o está destruyendo la Amazonía, sino que ha intentado evitar por la fuerza el voto a Lula y ha aumentado la violencia en el país. “De 330.000 armas registradas hace 4 años hoy son más de un millón. También han llegado al gobierno: más de 6.000 militares ocuparon cargos en la administración y en las grandes empresas”, informaba un gran periodista de TVE, que los tiene: Víctor García Guerrero:
Bolsonaro ha guardado silencio dos días para, en una brevísima y un tanto patética declaración a modo de mitin de sus propias bondades, no ha reconocido la victoria de Lula. Ha afirmado que los bloqueos de carreteras “están justificados por la indignación con el proceso electoral pero que ellos no pueden usar los métodos de la izquierda”. Al modo de Trump, está jaleando a los bolsonaristas violentos. Miembros de su equipo declaran. sin embargo, que les ha autorizado a iniciar el traspaso. Con dos meses por delante hasta que entregue el mando, parece seguro que dará problemas en la calle. Pero le están abandonando aliados importantes y carece de apoyos en la esfera internacional. Es la ultraderecha fascista de libro que no reconoce la democracia si no le favorece, aviso a navegantes en las procelosas aguas de sus correligionarios en otros países.
La valentía de Lula la han tenido también sus votantes, se jugaban su integridad solo por acudir a las urnas. Así funciona esto, otros marcan pautas interesadas desde una silla y encima les pagan. Y es imprescindible poner el foco donde está el foco. La “polarización” de la que hablan tantos colegas ha consistido -si la dejamos al desnudo- en ver cómo atacar al enemigo en las urnas, incluso con armas, frente a cómo solucionar los problemas de la gente. La desigualdad, punto de partida de tantos otros. El coraje de Lula, su tesón, el sufrimiento acumulado, le ayudarán en la difícil travesía que le espera como sabe él muy bien a estas alturas. Advierte que encabeza una alianza (de la izquierda a la derecha) con el objetivo de salvar la democracia. Y cuanto conlleva desde luego.
Son tiempos de luchar por las democracias en peligro y por la convivencia en las reglas que marca el Estado de Derecho. Y hay muchos que, en diferentes campos, fundamentan su labor en esas coordenadas. Siempre son los olvidados, hasta de nuestras propias esperanzas personales. A veces, las necrológicas de los periodistas –las periodistas, sobre todo- asesinados en México por las mafias relatan su denuncia que les ha costado nada menos que la vida. Piensas en ese informador vocacional que ha tomado tan duro riesgo por contar a veces en un pequeño pueblo lo que afecta a sus vecinos. Y contemplas a tantos mamporreros españoles trabajando para poderes corruptos y no puedes creer que lo llamen también periodismo.
Pasen a los activistas –otra palabra que ensucian- por la Conservación del Medio Ambiente, problema capital en este momento ya, asesinados tantos por los intereses que combatían ante la indiferencia general. En el Brasil de Bolsonaro ha habido unos cuantos.
No es que haga falta morir por las ideas, por supuesto, todo lo contrario: hay que valorar a quienes se esfuerzan por todos contra viento y marea, y reconocerles. Apoyarles ya sería el súmmum.
Aquellos sanitarios que se pusieron a atender a infectados de Coronavirus al inicio de la pandemia sin las mascarillas y guantes que no previó la codicia en sus recortes, y se contagiaron. Más de un centenar perdieron la vida, porque no pararon aun sabiendo a qué se arriesgaban, mientras hasta familiares de políticos en altos cargos se fueron lucrando después en la venta de tan imprescindibles prevenciones.
He visto ese Idealismo que lleva a la acción en hospitales, quirófanos, en las vías del metro o en cualquier emergencia. En quienes cuidan de nosotros. En la política que ni se explica cómo pueden aguantar tanto injusto trato por ser valedores de la equidad. O entre aquellos que, desde dentro de cuerpos donde predominan ideas tan semejantes a las de Bolsonaro, intentan democratizar la función de servicio. Porque el todos son iguales no existe. Hasta en una cama o una silla de ruedas cuando ya fallan las fuerzas físicas, volcando en artículos, redes y análisis la sabiduría de la reflexión y el valor inquebrantable de la resistencia a toda tiranía. Mil formas hay de ser activista del altruismo y la dignidad.
No encuentro palabras para definirlos. Porque malo quien se ve calificado de héroe por su peripecia: suele incluir un desenlace fatal como premio o castigo a su osadía. Los mártires fueron ya copadas por la parafernalia religiosa. Y son palabras mil veces desprestigiadas y casi desvirtuadas.
Hablo de esas personas tan concernidas en hacer y dejar un mundo mejor que se sienten responsables de todos los males que aquejan a la humanidad, y creen que todavía pueden hacer más porque ya lo han hecho y demostrado. Son y han sido sus batallas parciales las que han ido marcando avances en un muy difícil camino.
Existen los novios de la muerte en defensa de la vida de otros, novios y novias. Los de verdad. En todas partes. Con compañeros que entorpecen el trabajo o ni lo dejan hacer. El infierno son los otros, como decía Jean Paul Sartre en “A puerta cerrada”.
Lula sigue. Sigue desde niño. Es una realidad que coincide en el tiempo con otra que nos ha traído estos días la película “Argentina, 1985”. El fiscal Strassera, héroe involuntario pero consciente de su obligación que enjuició a las cúpulas de la dictadura Argentina en un proceso civil. La justicia es otro terreno altamente propicio a héroes y sicarios. Verla mientras votan los brasileños ultraderecha o democracia y asistir al brutal fascismo que abrazan las peores alimañas de la especie humana. Con sus despiadadas torturas hacia el enemigo ideológico o al que les pareció que podría serlo. Es la deshumanización de la víctima frente a la humanidad máxima y generosa de los bienhechores anónimos.
La entrega deja heridas visibles e invisibles. En el Lula que renace presidente quedarán las pérdidas de este laborioso viaje. Las dificultades de la tarea. Ojala culminen en logros y ratifiquen sus convicciones. Cada persona reacciona de distinto modo a peripecias tan intensas. Algunos con el resquemor de unos objetivos nunca del todo conclusos. Otros con un pragmático balance entre cálculos y probabilidades. Habrá quien se vea afectado por una niebla [Pablo Zarrabeitia ©] más o menos transitoria. No es descartable el cansancio insuperable. Ni un fondo de sano orgullo por el trabajo hecho.
Más de 60 millones de brasileños le han dicho a Lula Da Silva que adelante. Todo sería más fácil con la ayuda de muchos.
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