Aunque mañana sábado me comeré las uñas hasta oír al presidente del COI, hoy estoy más tranquilo que hace unos días: Madrid no conseguirá los Juegos de 2020. Ya pueden apostarse el bigote, una cena, o lo que quieran, que pese al triunfalismo oficial de esta semana, no hay nada que hacer.
La delirante encuesta del 91% de apoyo popular es la que ha terminado de convencerme. Es la prueba de algo que ya sospechaba: que todas las cifras que rodean la candidatura son irreales, fantásticas, imposibles.
El 91% de apoyo popular –que se desmiente con un rápido sondeo informal en tu barrio, centro de trabajo, bar, diario o red social- es tan increíble como el resto de números que nos han dado en los últimos meses. No digo que no haya un apoyo alto, incluso superior al 50%, pues todo lo deportivo tiene mucho tirón popular –yo mismo me trago todo lo que echan en cada Olimpiada-; el recuerdo de Barcelona 92 todavía no ha perdido brillo para toda una generación; y sobre todo, no ha habido debate público sobre los pros y los contras de organizar los Juegos. De ahí que el apoyo sea seguramente alto, pero ni de lejos es un 91%. Por algo será que han preferido no comprobarlo con una consulta popular. Ni siquiera una concentración de apoyo en los días previos.
Pues con el resto de cifras pasa lo mismo: ese legendario 80% de infraestructuras ya terminadas, pese a no haber estadio olímpico, ni villa, ni centro acuático, y teniendo que poner más dinero en las ya sobrepagadas como la carísima Caja Mágica, que todavía exigirá más millones para acondicionarla.
Qué decir de los 1.500 millones de euros que “solo” tendrán que gastar las administraciones. Si lo habitual es que los Juegos acaben duplicando el presupuesto inicial, en España, patria del sobrecoste en obras públicas, multipliquen esa cantidad por tres o cuatro como mínimo.
Lo mismo, por supuesto, con los puestos de trabajo, para los que ni siquiera hay una sola cifra, unas veces son 80.000 y otras 300.000. Seguro que se crearán puestos de trabajo, pero efímeros como los propios Juegos, como todo el empleo que se creará en los próximos años en España, como los pocos creados en el último mes, precarios, de pocas horas y poco sueldo.
Pero dirán ustedes: ¿qué importa que todas esas cifras sean irreales, si al final la decisión está en manos de un órgano tan estrambótico como el COI? ¿Por qué estás tan tranquilo, Isaac, es que crees que solo porque una encuesta esté inflada o un presupuesto menguado no nos van a dar los Juegos? ¡Como si le importasen algo al COI el sobrecoste, la deuda o los puestos de trabajo!
Mi tranquilidad ni siquiera se basa en motivos objetivos, todas esas razones que ya apuntan algunos y que explicarán mañana la derrota madrileña: la crisis, la mala imagen exterior, el declive de Madrid en el escaparate internacional, el disparate de que un país medio rescatado se meta en montar algo así cuando no tiene dinero para educación, el rechazo de los miembros del COI procedentes de la Commonwealth por todo el griterío de Gibraltar, la seriedad de los japoneses, o que dos cenizos como Rajoy y Wert vayan a Buenos Aires…
No, no, a mí nada de eso me acaba de convencer. Yo solo me he quedado tranquilo después de ver la última cifra que han dado los propagandistas de la candidatura española: el número de votos que aseguran tener ya comprometidos en el COI. Según publicaban ayer varios medios, fuentes de la candidatura aseguran que alrededor de 50 miembros del COI han prometido que votarán por Madrid, lo que garantizaría no ya la victoria, sino incluso arrasar en la primera ronda, ganar por mayoría absoluta.
Ah, bueno, me dije. Si esos 48 o 50 votos prometidos son tan ciertos como el 91% de apoyo o los 1.500 millones de inversión, al final verás como hasta caemos en la primera ronda. No habrá Juegos Olímpicos. Fin del cuento de la lechera.
Y no, yo no lo celebraré. Solo respiraré aliviado, porque al día siguiente Madrid continuará siendo la misma ciudad endeudada, con las instalaciones deportivas de barrio abandonadas pese al espíritu olímpico, y con un ayuntamiento que tendrá que inventar otra cosa para disimular su pésima gestión. Que no sea Madrid 2024, por favor.