Con costales de arena en la casa previa al mundo / se les golpea los riñones. Con costales de arena.
Así comienza uno de los poemas de Enrique Falcón incluido en la antología de poesía Capital Animal Naciendo en otra especie, publicada por Plaza y Valdés Editores. Lo leímos en Zamora, sentados de noche en un círculo que fue ruedo de versos. Caminando en círculos se titularon precisamente las Jornadas de Sensibilización sobre Ética Animal celebradas en la Sala de Exposiciones de La Alhóndiga con motivo de la exposición We Animals, de la fotógrafa Jo-Anne McArthur. Sonaron Falcón y Antonio Gamoneda y Antonio Orihuela y Jesús Aguado y Marta Agudo y Jorge Riechmann y Chantal Maillard y Olvido García-Valdés y Eloísa Otero y Ada Salas y Marta Navarro y Juan Carlos Mestre y Juan Carlos Suñén y Antonio Colinas y Luna Miguel… Esas y otros poetas en cuya obra “rumian, balan, ladran maúllan, pían, gorjean, aúllan, cantan, bucean, viajan, vuelan, saltan, trepan, mugen, roen…”, nuestros “hermanos de carne”, nuestros “hermanos de agua”, como escribe Ouka Leele. En ese círculo de poesía y compasión había un editor, una editora, una filósofa, un técnico forestal, un escritor, una abogada… No había jueces del Tribunal Supremo.
Altos como visiones y más grandes que dos estrellas dulces, / casi menos que aplacadas, / así pasan por sus lenguas la acerita y el metal.
Mientras sonaban esos versos como golpes que se hunden en los riñones de la conciencia, se publicaba el titular: 'El Supremo refuerza el blindaje legal de la tauromaquia al vetar las consultas populares sobre los toros'. Se anunciaba que los magistrados rechazan los recursos de San Sebastián y Ciempozuelos que pedían levantar el veto impuesto por el Gobierno de Rajoy a las consultas populares sobre festejos taurinos. Bajos como dictadorzuelos, los altos jueces negaban el ejercicio de la democracia, el pan y la sal social que es la voz ciudadana. Bajos como golpes que traicionan a los inocentes. Bajos como la estofa de los sacos con que otros muelen a palos a los herbívoros que ellos condenan. Bajos como los peores instintos de los abusadores y los sádicos. Bajos como el peso de la ley más injusta. Mientras la poesía de Falcón nos elevaba en visiones que nos hacían más libres y virtuosas, la prosa de los magistrados nos hundía en la miseria de las cadenas de una España que roban desde la más alta casa de la Justicia.
(En su solo ser de nervio todos tienen nombre. / En la casa que conduce previamente hasta el mundo).
Los del círculo de compasión y belleza veníamos de escuchar a Juan Igancio Codina la historia de otra España: la silenciada, la invisibilizada, la oculta, la ninguneada, la manipulada, la usurpada por los poderes que imparten injusticia en el Tribunal Supremo. Los poderes de reyezuelos, curillas, marquesones. Los poderes de los señoritos, los caciques y los explotadores. La sumisión de un pueblo al que arrebatan con desprecio nombre y casa. Los súbditos. Frente al relato españolista, oficialista, arbitrario, tirano, en su libro Pan y toros Codina lleva a cabo la tarea pendiente de restituir para la historia lo que esos jueces son cómplices de robar: una cultura que ha abominado de la barbarie tauricida, de la agresión fomentada, de la institución violenta. Caen muy bajo los magistrados cuando desprecian a Clarín, Jovellanos, Larra, Emilia Pardo Bazán, Azorín, Baroja, Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Machado, Luis Cernuda... Caen por debajo del umbral de la vergüenza quienes pisan con toga y charol la las mejores aspiraciones de un pueblo.
Purgados con sulfato de sosa para provocarles diarreas, / aturdidos por el Inmobilón que los deja mermados, / se les recorta la punta de los cuernos, / se les golpea en los riñones con costales de arena / (se les patea los testículos) / y todo ocurre en la parte silenciosa de la casa previa del mundo / cuando aún no tienen nombre.
“El tribunal se ha remitido al carácter de patrimonio cultural con el que el PP dotó a los toros con una ley de 2013 cuando tenía mayoría absoluta”, sangra la noticia. Patrimonio cultural cagarte de retortijones y de miedo. Patrimonio cultural que te sajen los nervios de las astas que te pertenecen y te sirven. Patrimonio cultural la paliza, la zurra, el apaleo. Patrimonio cultural que te pateen los huevos. Patrimonio cultural el dolor, la humillación, la soledad, la pena negra.
Solo justo antes de hacerlos salir.
La tortura y la muerte como destino. Nos torean. Nos condenan los jueces. Nos dejan sin nombre, sin casa y sin mundo. Nos marca España.