A la Casa Real solo le ha llevado seis discursos y cinco años que Felipe VI no parezca un marciano dando un discurso escrito por otro marciano. Un pequeño paso para la monarquía pero un gran paso para Felipe VI. Ha sido un largo camino desde aquella jabatada de dar su mensaje de Navidad desde el lujo y la pompa de salón del trono del Palacio Real, en plena crisis, como diciendo: “Ya sabíais que algún día todo esto iba a ser mío ”. Pero una carrera al sprint desde aquel infausto mensaje a la nación del 3 de octubre de 2017, cuando Felipe VI salió a dar satisfacción a los hooligans de la hinchada de un equipo, incapacitándose a sí mismo como árbitro.
Hay que reconocerle al monarca el intento por conectar con una sociedad preocupada por tanta exuberancia irracional de la crispación, o por el incierto futuro de unos hijos a quienes se ha esforzado tanto por dar unas oportunidades que jamás pudieron disfrutar sus padres. Hay que afearle que siga hablando de la corrupción como una desgracia que nos ha llovido a todos del cielo, cuando él la tiene en su familia y no fue un accidente; o que apele a los jóvenes en el marco de ese mensaje neoliberal que pretende presentar el futuro como una guerra entre generaciones donde los viejos y los jóvenes se arrebatan la riqueza y hay que elegir un bando. Pero aún así, ha emitido un mensaje que merece atención y por un monarca que, al menos esta vez, ha entendido mejor su papel.
Desde luego resultó mucho más moderno e interesante que el casposo vídeo de hazañas reales con el que nos castigó TVE diez minutos antes del mensaje. No se pueden resumir mejor, ni de manera tan viejuna, los problemas que afronta esta monarquía y que ningún discurso puede arreglar. Si repasan las imágenes, no encontrarán muchas de Felipe VI junto a esos jóvenes a quienes interpeló, tampoco junto a esas mujeres maltratadas por quienes tan justamente se preocupó, tampoco junto a esos médicos, profesores, trabajadores sociales o carteros que hacen cumplir cada día esa Constitución que tanto proclama defender, tampoco lo verán ofreciendo una manta a esos migrantes rescatados en Cádiz, Ceuta o Melilla; una imagen que habría resultado tan poderosa en estos tiempos de xenofobia y racismo.
Tampoco encontrarán muchas imágenes del rey rodeado de gente normal y corriente sin que medie un accidente o una catástrofe. Todo son imágenes de salones dorados, paradas militares, desfiles, cacharros caros, discursos en más salones dorados, aplausos y saludos de coros de cortesanos horteras enfundados en trajes de maîtres de hotel con pretensiones y vestidos de coproducción eurochina barata; incluso rescataron imágenes para el olvido como el rey rindiendo visita a una compañía tan poco deseable como Donald Trump: al parecer este año no tocaba la familia real saudí.
Si de verdad cree, como dijo en su mensaje, que tenemos una deuda con nuestros hijos y quiere empezar a saldar la suya con su descendencia dejándole abierta alguna posibilidad de continuidad, haría bien en salir algo más de esa corte tóxica que es Madrid, romper el círculo de compiyoguis que le rodea para conocer un poco mejor qué piensa de los reyes toda esa gente a quien habla cada Nochebuena y solo ve tras los cordones de seguridad o cuando toca darles el pésame por alguna desgracia. Si quiere hablar de los jóvenes, acérquese a las universidades o donde se juntan los repartidores de Deliveroo; sí, seguro que le pitarán pero así es el círculo de la vida. Se lo dice un republicano convencido.