“Los precios de los alquileres siguen subiendo”, lees, escuchas, comentas, exclamas, te indignas, pataleas. De la frase en cuestión se extrae una ausencia: parece que los precios de los alquileres suben solos, por ciencia infusa, por contacto frontal con una masa de aire. Pudiese ser un fenómeno paranormal, un suceso preternatural. Cuando se utiliza la expresión “los precios de los alquileres no paran de subir” se obvia lo más importante: quién los sube, quién se lucra.
No todos los caseros se aprovechan de la situación del mercado para inflar precios. También habría que verse en su situación, pensaréis acertadamente. A mí no me vengas con discursos moralizantes, pensaréis también. Correcto. Todo es correcto. Pero es la realidad: la mayoría de los caseros inflan, a menudo obscenamente, los precios de sus viviendas, aunque saben que sus pisos no valen ni remotamente lo que cuestan. Evidentemente, lo hacen inversores y vampíricos fondos de inversión, la verdadera fuente del problema, no un jubilado que tiene en alquiler una segunda vivienda. Es una rueda de la que solo se beneficia el inversor, que adicionalmente puede acumular riqueza para acceder a la compra de otra vivienda e irse comiendo sucesivamente gran parte del pastel de ladrillo. Es una rueda que se mueve casi por inercia, cuesta abajo y hasta cuesta arriba.
La compra de la vivienda es, más que nunca, la principal fuente de acumulación de riqueza de los hogares españoles. Es la inversión más segura, la herencia más segura. Si tus padres te dejan un piso en propiedad, enhorabuena. Si tus padres no tienen esa herencia reservada para ti, suerte. Hay un elemento adicional e insidioso que mantiene seguros a los rentistas inmobiliarios: todos aspiramos a serlo. Todos somos, en cierta medida, cómplices. Se ha creado una “brecha de alquiler” entre las ganancias cada vez más concentradas y los salarios cada vez más bajos en relación a la vivienda. Dicho de otro modo: el trabajo ya no es el camino hacia la riqueza, lo es la vivienda. Y aquí está el verdadero drama: el trabajo no es el camino hacia la riqueza, pero es que ya ni siquiera es una salida de la pobreza.
La situación es tan disparatada, y tan poco productiva, que en algunos lugares de España hay trabajadores cualificados rechazando trabajos porque no tienen acceso a la vivienda en esa ciudad, o el acceso es tan caro que no les compensa aceptar esas plazas o empleos. Sencillamente, no obtienen ningún beneficio. Hay trabajadores formados, pero no hay vivienda para ellos. Especialmente si son jóvenes. La media de emancipación de España ya se sitúa en los 30,3 años, según el último informe del Observatorio de la Juventud que conocimos la semana pasada. Ni duda cabe de que es una de las tasas de emancipación más altas de Europa. Básicamente porque la media de salarios se sitúa en 1.005,22 euros netos al mes, mientras el precio medio del alquiler es de 944 euros mensuales. Sumándole los gastos de vivienda, unos 138 euros mensuales, el precio del alquiler en solitario es mayor para una persona joven que su propio salario. Por supuesto, estos 944 euros mensuales de media que paga un joven por alquilar una vivienda es el precio más alto desde que existen registros.
Todo esto lo hemos aceptado con resignación espartana. ¿Quieres echar una lloradita? Entra en Idealista, es mejor que el colirio. Se ha asumido como natural, porque no se le pone coto legislativo, que se mercadee con un derecho fundamental.