Durante el recuento de las elecciones presidenciales de Estados Unidos asistimos al fenómeno de comprobar cómo grandes cadenas de televisión y redes sociales frenaban los intentos de Trump de desautorizar las elecciones presidenciales estadounidenses. Tres de las grandes (ABC, CBS y NBC) interrumpieron la transmisión en la que el presidente denunciaba fraude y atacaba al sistema electoral de EE UU. También lo hicieron los principales canales en español, Telemundo y Univisión. Incluso varios días después, el 9 de noviembre, la Fox cortaba la rueda de prensa del portavoz de Trump argumentando que no mostraba pruebas de su afirmación. Por su parte, Trump llamó al dueño de la Fox para pedir que rectificara la victoria de Biden en Arizona, según destaca The New York Times.
Por otro lado, en las redes sociales, Facebook y Twitter ocultaban los mensajes de Trump o los presentaban con advertencia de que se trataba de falsedades. Facebook llegó a cerrar un grupo con 320.000 seguidores. Igualmente Google, a través de Youtube, también intervino eliminando vídeos electorales que difundían resultados falsos.
Mientras sucedía eso, aquí nos parecía que era una magnífica noticia, por fin se le paraban los pies al psicópata de Trump y se actuaba contra las noticias falsas que tanto estaban intoxicando y desestabilizando. De ese modo estábamos aplaudiendo que las televisiones de forma coordinada y consensuada cortaran las declaraciones de un presidente durante la jornada electoral. Aceptábamos que su poder estaba por encima del presidente del país, hasta Trump sabía que el poder lo detentaba el dueño de la televisión, por eso llamó a Rupert Murdoch para pedir que no dijera en su televisión que Biden había ganado en Arizona.
Las empresas de Silicon Valley actuaron de forma similar, se pusieron de acuerdo para señalar lo que era verdad y mentira, qué resultados electorales eran los buenos y cuáles los malos, y ocultar los mensajes que consideraran inoportunos, por mucho que procedieran del presidente, de senadores o de grupos de decenas de miles de ciudadanos.
Por supuesto, creo que la derrota de Donald Trump es una buena noticia, y también pienso que había que frenar sus intentos de desestabilización. El problema llega cuando, al coincidir en nuestro repudio a Trump, aceptamos -y hasta consideramos motivo de alegría- delegar el poder de censura, de veto y arrogarse la autoridad de decir lo que es verdad y mentira en grandes empresas de comunicación y sus dueños. Hoy la víctima es Trump y nos felicitamos, pero ¿qué creemos que pasaría si el presidente o el ganador estuviese muy escorado hacia la izquierda y eso no fuera de su gusto? ¿Entonces denunciaremos la dictadura mediática que atropella al presidente?
Otro elemento curioso es que quienes certifican los resultados en cada Estado son los medios de comunicación. Era habitual leer en las crónicas de nuestros corresponsales o enviados expresiones del tipo: “CNN da a Biden en cabeza en Georgia por 917 votos”, “Fox News anunció en la noche de las elecciones que Joe Biden ganó Arizona”, “The Associated Press todavía no ha declarado un ganador de las elecciones presidenciales”. Obsérvese este párrafo de la agencia alemana en castellano Deutsche Welle:
“Fox News fue inicialmente la única gran empresa de medios que consideró que la elección en Arizona estaba decidida. A las 2:50 de la mañana del miércoles, la agencia de noticias AP siguió el ejemplo y con ello el New York Times, DW y otros medios. Sin embargo, muchos medios de comunicación, incluyendo la CNN, aún no creen que la carrera en Arizona haya terminado. Los ratings de los medios periodísticos también difieren en lo tocante a otros estados. Por ejemplo, la CNN actualmente le da a Biden 253 electores, mientras que Fox le da 264 de los 270 votantes necesarios para ganar la carrera”.
Aceptamos con normalidad que no exista ninguna institución pública neutral que difunda de forma oficial los resultados, aceptamos a los periódicos y las televisiones privadas como los notarios de los resultados electorales.
A lo que hemos asistido es a un Estado fallido en toda regla, fagocitado por los grupos de comunicación. Cortan las intervenciones del presidente, son los árbitros que dicen lo que es verdad o es mentira y certifican los resultados de las elecciones. Por fin nos hemos dado cuenta de que el presidente de Estados Unidos no es el hombre más poderoso del mundo, solo lo es si lo aceptan los grandes grupos de comunicación y las empresas tecnológicas de las redes sociales. Porque hayan estado de nuestro lado contra Trump no hace que el panorama sea menos preocupante.