Hay que reconocerle a Alberto Núñez Feijóo su obstinación por llegar a la Moncloa. Está ensayando todos los medios a su alcance para conseguir el ansiado objetivo. Desde reivindicar el derecho de ser presidente por el mero hecho de haber ganado en votos y escaños las elecciones, pese a que la Constitución establece claramente que a la presidencia del Gobierno llega solo quien logra conformar una mayoría de investidura en el Congreso, hasta amenazar con no reconocer un gobierno encabezado por Pedro Sánchez. De apelar al PSOE como “partido de Estado” para que le facilite la investidura en aras de la “estabilidad institucional” a exhortar a los socialistas “buenos” para que traicionen a su partido y le entreguen su voto.
La última estratagema conocida, pactada con Santiago Abascal en una comida que mantuvieron el 26 de julio, consiste en que Vox le regalará para la investidura el voto de sus 33 diputados sin pedir nada a cambio. Un acto de repentina generosidad que choca con los avisos desafiantes del líder de la extrema derecha durante la campaña electoral de que cobraría caro cualquier apoyo al PP.
En realidad, la maniobra no tiene ni un ápice de generosa. Se trata de la última bala que guardaban en la recámara los dos partidos de la derecha para lograr su objetivo compartido de desalojar a Sánchez de la Moncloa. Había que escenificar que Vox aceptaba quedar fuera de los márgenes del poder central, porque está claro que la relación con el partido ultra constituye un obstáculo insalvable para que el PP pueda explorar apoyos de otras formaciones políticas. Ya habría alguna manera de compensar a Abascal su papel en la obra de teatro. “La oferta de Vox cambia las reglas del juego y da luz verde a una posible investidura del PP”, proclamó con aire triunfal el coordinador general de los populares, Elías Bendodo, intentando vender como virtud un acuerdo que se hacía por la más desesperada necesidad. El mensaje venía a ser: no tenemos relaciones de dependencia con nadie, volvemos a ser aquel partido centrado y fiable con el que se pueden tejer alianzas.
Muchas miradas se dirigieron al PNV, partido de centro derecha que en el pasado facilitó la gobernabilidad a Aznar. El portavoz de la formación vasca en el Congreso, Aitor Esteban, había enviado señales amistosas al presionar al PSOE para que permitiera al PP gobernar sin la dependencia de Vox en comunidades y ayuntamientos tras las elecciones del 28M. Al mismo tiempo, sin embargo, había lamentado que los populares hubieran “traspasado las líneas rojas” al pactar gobiernos de coalición con Vox en varias comunidades autónomas. En el actual escenario político, con unas elecciones en el horizonte en Euskadi, resultaba bastante improbable que el PNV se decidiera a inclinar la balanza en favor de Feijóo, pero nada se perdía con tirar el anzuelo. Y el pez –al menos ese pez- no picó. En un tuit divulgado este lunes, el PNV recomendó no “construir una realidad alternativa” y reiteró su rechazo a facilitar la investidura del líder del PP ya expresado al día siguiente de las elecciones generales por el presidente del Euzkadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, al propio Feijóo en conversación telefónica.
Atrás quedaron los tiempos en que lider popular, envalentonado por las encuestas de Michavila que daban la mayoría absoluta al bloque de la derecha, afirmaba en el Programa de Ana Rosa que, si necesitaba de los síes de Vox en la investidura, era “lógico” que el partido de Abascal entrase en su gobierno. Tiempos en que Abascal se veía a sí mismo como vicepresidente del Ejecutivo y líder natural de la extrema derecha europea. Aquel castillo de naipes se derrumbó tras el 23J. El PP obtuvo 137 escaños y Vox, 33. Súmense el de UPN y el del aún “indeciso” Coalición Canaria, y dan 172 votos para la investidura de Feijóo. En el otro lado, el bloque progresista (PSOE, Sumar, ERC, Bildu y BNG) suma 166. Necesita siete votos más para superar al bloque de la derecha. Si consigue los apoyos de los siete diputados de Junts, Sánchez se mantendrá en la Moncloa, así el PNV se abstenga. Lo que ya es seguro es que la formación vasca no votará por Feijóo, y eso ayuda a clarificar el escenario, aunque no en el sentido que pretende vender Bendodo.
Feijóo está no ya atado, sino encadenado a Vox. La estrategia del líder del PP de jugar a la ambigüedad en su relación con Abascal, simulando guardar distancias mientras bendecía en comunidades y ayuntamientos la entrada de la ultraderecha en las instituciones, ha terminado con un alto coste para su proyecto político. Su partido está desorientado y dividido, y la izquierda ha recuperado el optimismo acerca de sus posibilidades de derrotar a una derecha apoyada por los grandes poderes económicos y mediáticos. En este momento parece haber solo dos posibilidades: que Sánchez saque adelante su investidura o que haya que ir a nuevas elecciones. Y resulta muy difícil que en el tiempo hasta los nuevos comicios Feijóo consiga desenmarañar la formidable madeja que lo tiene enredado con la extrema derecha.
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