Algunos quizás recordéis el libro Héroes en zapatillas de la Editorial San Pablo, “un libro para niños que combina con fantasía los datos históricos con saltos en el tiempo, falsedades (sic) y anacronismos”, dice su publicidad. (Y con machismo, porque todas las figuras eran hombres, añado yo, con perdón. Aunque confieso que me gustaba ver a todos aquellos héroes en su versión caricatura.)
En esa figura del “héroe en zapatillas” me hizo pensar lo sucedido el sábado pasado mientras estaba viendo la votación e investidura de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid. Un grupo de amigas íbamos comentando el asunto por whatsapp cuando me di cuenta de que sus observaciones y las mías eran por completo diferentes. En las suyas había referencias al veneno vertido por algún tertuliano, o a detalles o cosas que yo no tenía delante. En mi pantalla, la imagen de los políticos que recién habían conformado el pleno municipal era bastante estática y silenciosa. Cada ciertos segundos se oía pronunciar un nombre y una persona se levantaba y avanza hacia el estrado, moviéndose a una velocidad normal de persona que camina. Quiero decir, que no lo interrumpía nada ni nadie; ni anuncios ni comentaristas. Lo que sucedía era que yo estaba viendo el acto en streaming a través de la página de eldiario.es mientras ellas lo hacían desde diferentes cadenas de televisión, con periodistas que superponían su opinión, presentadores que troceaban la ceremonia y ofrecían informaciones paralelas o actores que se intercalaban en los cortes comerciales como agentes de venta.
En definitiva, yo estaba viendo gente corriente, personas normales que asumían un trabajo comunitario con todo lo que ello conlleva de responsabilidad y prestigio.
Aquello suponía una novedad, pensé, porque a los políticos, como a los artistas o famosos en general estamos aún acostumbrados a verlos en pantallazos, con flashes, bajo comentarios de todo tipo que en definitiva los alejan del ciudadano común y corriente y los sitúan en una especie de vida paralela –de relato paralelo, de reality show, diría Miguel Roig- que siendo real sin embargo no se rige por las mismas leyes que las de la realidad cotidiana. Sería una realidad producida. La televisión, el show mediático, como el papel couché, convierte en personajes a las personas comunes. Y a los ciudadanos en espectadores.
De este modo, un concejal o una alcaldesa, un político, una dirigente acaban encumbrados, diferenciados de la masa, cada vez más lejos, casi como personajes de ficción, como héroes. Y sólo como recurso publicitario recurren al gesto campechano (el rey) o a la broma graciosa (la relaxing cup of café de Botella), esperando que los súbditos se rían y agradezcan ese mostrarse en zapatillas (–el calcetín y sandalia, literal, de Esperanza Aguirre–).
El sábado fue diferente. Era gente que se movía a la velocidad de la gente. No a pantallazos, al ritmo de los flashes. Los concejales de Ahora Madrid no eran héroes que en un alarde de bonachonería bajaran a mezclarse con la plebe sino plebe que en un momento dado tomaba las riendas del conjunto de la sociedad. Plebe capacitada desde luego.
Manuela Carmena dio un sentido a algo que había permanecido vacío durante el “reinado” de Ana Botella: la función de los plenos del ayuntamiento. Porque habló de métodos de trabajo, de hacer debates en lugar de discursos, de compartir datos y hasta del uso de las pantallas. De repente el sábado aquel escenario inútil donde se escenificaban como en un teatrillo las consabidas diferencias entre partidos cobró la consistencia de un despacho para gestionar cosas, y las personas sentadas en las butacas se convirtieron en currantes. Manuela lo hizo de tú a tú, fomentando el espíritu del trabajo en equipo. Y esto no es solo cuestión de formas. Si uno no se encumbra, tampoco podrá hacerse cuando le convenga el “campechano”, es decir, “producir” su imagen a beneficio propio. El respeto no se gana haciéndose llamar de usted y luego apretando la mano en un pasillo acordonado por guardaespaldas. En el pedestal los héroes permanecen pétreos y al margen del resto de la sociedad, por muchas zapatillas con las que se muestren.