“No des mi nombre, te lo ruego”; “por favor, no me menciones porque temo que puedan tomar represalias con mi hija”; “te cuento lo que quieras, pero no me cites… la situación aquí está muy tensa”. Después de 27 años ejerciendo esta agridulce profesión y de haber pateado unas cuantas naciones sometidas por tiranías o arrasadas por las guerras, jamás pensé que tendría que escuchar este tipo de cosas en mi propio país. Pues sí; es aquí, en una localidad murciana llamada Fuente Álamo donde parece imperar la ley del miedo y del silencio.
Desde hace cuatro años, La Falange y el PP lideran a un amplio grupo de nostálgicos franquistas con el objetivo de evitar que el colegio de público deje de llamarse “José Antonio”. Su campaña ha logrado amedrentar, pero no doblegar, a los profesores y padres de alumnos que, a través del Consejo Escolar, han pedido que el centro educativo deje de estar consagrado a un líder antidemocrático: el fundador del partido fascista español que tanto protagonismo tuvo en la sublevación franquista y en la posterior dictadura que secuestró nuestras libertades durante cuarenta largos años.
El pasado sábado por la noche, el alcalde de la localidad seguía haciendo frente a las amenazas e insultos vertidos por los ultras. En las casas cercanas, profesores y padres de alumnos leían atónitos los panfletos distribuidos por La Falange en los que se exigía el mantenimiento del nombre porque, entre otras cosas, Primo de Rivera “amó a España y a los españoles” y “dirigió a la juventud española para intentar salvar la patria”. A esas horas, quienes en Fuente Álamo trataban de escapar de la inquietud y el silencio encendiendo sus televisores se encontraban en La Sexta a Eduardo Inda comparando a Franco con Napoleón y a Francisco Marhuenda defendiendo con arrojo la dictadura antes de afirmar, sin siquiera sonrojarse, que en su “puta vida” ha sido franquista.
Algunos creen que los Marhuindas son una especie de dúo cómico inofensivo que nos ameniza algunas noches aburridas; se equivocan. Uno por convicción y el otro porque encaja en el personaje que él mismo se ha creado dotan de argumentos (falaces, pero argumentos) a falangistas, viejos franquistas y a sus nuevos cachorros de Hogar Social y de otras organizaciones neofascistas. No son los únicos irresponsables que juegan a esto. Nuestras ondas, webs, kioscos y librerías están repletas de revisionistas que, tras alardear de demócratas, blanquean la dictadura, justifican sus crímenes y defienden con razonamientos infantiles, pero eficaces, el mantenimiento de sus símbolos.
Este nuevo Movimiento solo ha podido alcanzar tamaña magnitud porque detrás de él se encuentra, nada menos, que el partido que tiene la responsabilidad de gobierno. Marhuenda no hablaría como habla si no contara con el aplauso de su amo, Mariano Rajoy.
España está pagando y va a seguir pagando esta gravísima irresponsabilidad de los conservadores españoles. Una buena parte de la derecha política, periodística, intelectual, eclesiástica y empresarial no ha querido desvincularse del fascismo. Nuestra derecha es una mancha de totalitarismo en Europa y algún día debería seguir, de una vez, el ejemplo del centro derecha francés o de la CDU alemana de Ángela Merkel que son abiertamente antifascistas. Nadie en la derecha sensata germana se plantearía hoy justificar la llegada de Hitler al poder por la violencia política que se vivía en el país o por la amenaza de un contagio soviético en los movimientos obreros; nadie blanquearía el nazismo porque los Aliados cometieron atrocidades terribles al bombardear Dresde o Hamburgo; nadie compararía al Führer con Napoleón o con Alejandro Magno para justificar la existencia de monumentos en su honor…
No. España no es Alemania y eso se debe, en buena medida, a que el PP no es esa CDU antifascista. Nuestro presidente del Gobierno fue un nostálgico franquista más que escondió, poco a poco, su camisa azul en lo más profundo de su armario. En los años 80 aún escribía artículos en la prensa reafirmando la superioridad física e intelectual de “los hijos de la buena estirpe” y autorizaba, como secretario general del PP gallego, la distribución de cartas alabando la figura del dictador.
Ese es el líder político que se ha declarado, orgullosamente, insumiso a una ley aprobada democráticamente como es la Ley de Memoria Histórica. Él y otros como él son los que han propiciado que aprendices, como Rafael Hernando o Pablo Casado, hagan méritos para ascender en el partido a base de humillar a las víctimas del franquismo y a sus familiares en los platós de televisión.
La derecha verdaderamente democrática, que la hay, debería de una vez por todas romper los hilos que la siguen atando a la dictadura. Sin duda perderán unos cuantos miles de votos, pero España necesita un Partido Popular que deje de peregrinar al Valle de los Caídos y se dedique a hacer pedagogía para evitar casos como el de Fuente Álamo. Allí es su grupo municipal, el popular, el primero en defender, con uñas y dientes, el que sus hijos estudien en un colegio llamado “José Antonio”.
Al igual que en Salamanca es su alcalde popular el que retrasa hasta el infinito la retirada de su Plaza Mayor, ordenada por un juez, del medallón dedicado al dictador. Al igual que en Alicante son sus concejales populares los que han logrado que se repongan los nombres de las calles franquistas. Al igual que en Madrid es su grupo político el que se opone a la retirada total de los vestigios de la dictadura. Al igual que en Alberche y Guadiana del Caudillo son sus alcaldes los que son premiados por la Fundación Francisco Franco. Al igual que en Baralla, Aljubé, Mora, Alella, Melilla, Navalmoral de la Mata, Vitoria, Callosa de Segura, Oviedo…
Son los Marhuendas y los Rajoys los que permiten, toleran y alientan esta complicidad intelectual con la dictadura. Son ellos los que llevan años creando el caldo de cultivo en el que sobrevive y, poco a poco, resurge el monstruo del totalitarismo. Son ellos, los Marhuendas y los Rajoys los que provocan que España esté repleta de Fuente Álamos.