Mariano Lecter
El presidente del Gobierno, aficionado confeso del Real Madrid, fue preguntado este fin de semana por sus preferencias en la Champions. Rajoy dijo que creía que iba a ganar uno de los dos equipos. Y añadió, lógicamente sin poder contener la risa: “Tiene que ganar el mejor. Y todo el mundo sabe quién es el mejor. Aunque a lo mejor...no coincida todo el mundo”. Es entrañable, si no fuera porque esa especialidad de hablar sin decir nada tan pronto la despliega con el fútbol como con el desafío catalán (“Un plato es un plato”) o con la corrupción (“No es cierto, salvo alguna cosa”). Elaborar (o lo que sea eso) un discurso y no aclarar nada, salvo por error, también es un verdadero arte. No todo el mundo es capaz de construir frases imposibles, aunque seamos “muy españoles y mucho españoles”. Al menos, cada vez nos resultan más fáciles de entender las movidas del alcalde y los vecinos que eligen al que quieren que sea alcalde, porque si algo estamos practicando últimamente en España es lo de votar y elegir al alcalde; al alcalde, a los vecinos, al presidente autonómico, a las confluencias, a las negociaciones de confluencias o al inquilino de La Moncloa.
Detrás de esa imagen del Rajoy que no sabe nada de corrupción, que da collejas al pequeño Mariano, que mira boquiabierto a los diputados con rastas o le dice a Évole “tengo SMS y tengo tuit”, se esconde un hombre listo, calculador y con una capacidad ilimitada de triturar a sus rivales, sobre todo a los de casa. Rajoy no es de los que pasea por Génova hacha en mano, como Nicholson en 'El resplandor': “Cabritillos, dejadme entrar. ¡Aquí está Jaaaack!”. Es de los que empiezan diciendo “yo te quiero, coño” y “siempre estaré detrás de ti, delante o al lado, me es igual”, y de pronto empieza a callarse, se va callando cada vez más, se vuelve mudo del todo y el enemigo muere por hipotermia.
El líder del PP es casi el único de su generación que aún manda en el partido. Bueno, queda también Javier Arenas porque, además de que debe de contar unos chistes buenísimos, sabe mucho. Rajoy se ha rodeado de jóvenes y se ha ventilado a todos sus contemporáneos. Francisco Camps palmó de frío por salir a la intemperie en traje. Esperanza Aguirre, permanentemente achicharrada, ya no tiene despacho en Génova y vive en un iglú. Mayor Oreja murió de aburrimiento, mientras esperaba que le confirmaran que iba a ser candidato europeo. Rodrigo Rato, al calor del dinero, falleció el día que una mano gélida le introdujo en un coche posándose en su cogote. Y a Aznar le han metido el dedo divino por donde estáis pensando; primero, cuando dijeron que toda la corrupción era de su época y después, cuando le llamaron por teléfono y al otro lado solo se oía la inquietante respiración de Montoro. Y mientras tanto, Mariano Lecter susurra en su despacho de Génova que se ha comido los hígados acompañados de habas. Algún día se le indigestarán. Porque yo sí veo a Aznar capaz de plantarse en la sede, donde seguro que él ve armas de destrucción masiva, y canturrear “Cabritillos, dejadme entrar... Aquí está el presidente de honor...”.