La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Mariano no te lo va a arreglar, Albert

La renuncia a su máster por parte de Cristina Cifuentes tiene la misma validez que si renunciase al premio Nobel de Medicina, a representar a España en Eurovisión o a fichar por el Manchester United: ninguna; por su apabullante sucesión de mentiras y porque no se puede renunciar a lo que nunca se ha tenido realmente. Más que una carta de renuncia, parece un alegato de defensa ante un tribunal, destinado a exonerarse de toda responsabilidad penal y transferírsela por completo a la Universidad Rey Juan Carlos.

De acuerdo con su testimonio, ella lo ha hecho todo bien, la Universidad sabrá por qué ha hecho las cosas mal y lo único claro es su inocencia. Fiel hasta el final a su estilo político, Cristina Cifuentes se refugia en el último reducto de quienes han llegado hasta donde han llegado sin más solvencia o criterio que su propio desparpajo: la culpa siempre es de los demás. Resulta patético que recrimine a la Universidad haberle enviado un acta que nunca pidió, mientras evita descaradamente contar de nuevo la mentira de haber defendido su trabajo de fin de master en acto público.

Escucharla hablar de cheques guardería durante su comparecencia del martes, como si ya no pasase nada, resultaba un espectáculo que solo puede producir vergüenza ajena. La presidenta de Madrid es un walking dead político que se resiste a morir y Mariano Rajoy y el PP le están sacando toda la ventaja posible. Si a ella no le importa morir carbonizada por qué no avivar un poco más el fuego para dorar lentamente a Ciudadanos y darse un festín naranja, pensarán en Moncloa y en Génova, y no les faltará razón.

Como se intuía desde el primer minuto y se confirmó durante el funeral vikingo que los suyos le rindieron a Cifuentes durante la convención de Sevilla, parece asentarse en el PP el convencimiento de que entregar su cabeza a cambio de mantener la Presidencia de la Comunidad de Madrid a meses de las elecciones regionales no resultaría un buen negocio. A corto y a medio plazo, se antoja mejor apuesta y más fácilmente cobrable obligar a Ciudadanos a votar con Podemos y facilitar un gobierno de izquierdas en la comunidad madrileña. Una inversión en munición política que el PP sabrá rentabilizar como solo ellos saben hacerlo en la feroz disputa por el voto conservador que se avecina.

Rajoy esperará hasta que a Rivera no le quede más remedio que comprometerse a apoyar a Ángel Gabilondo y a votar con Podemos. Entonces, el abrazo mariano ahogará definitivamente a Cifuentes y hasta se pondría encima de la mesa un candidato de refresco. El relato se construye solo: Madrid se salvó de caer en manos de la izquierda gracias al sacrificio del PP y a pesar de la frivolidad de Rivera y Ciudadanos; y el candidato se cambió cuando quiso el PP, no cuando lo exigió Ciudadanos.

Si Albert Rivera y sus mariachis naranjas creen que van a doblegar a Rajoy a base de hacerse los duros en las tertulias y dúplex de las televisiones, van listos. De todo lo que darán por la tele en los próximos días, lo único que va a poner nervioso al presidente es el partido de ida de la semifinal de Champions entre el Bayern y el Real Madrid. Y hace bien, el clásico “a palabras vanas, oídos sordos” siempre ha sido la mejor política.