La activista feminista Júlia Salander dijo esta semana que todos los hombres son violadores en potencia, Antonio Naranjo la llamó lerda y se lio una parda en las redes sociales, con amargas quejas de 'not all men' y mujeres cargándose de paciencia para explicar, de nuevo, la existencia de cultura de la violación, la que permite que trivializar las agresiones sexuales y la violencia contra la mujer. Antes de ofenderte, hombre, pregunta a cualquier mujer de tu entorno si alguna vez le han tocado el culo en una aglomeración, si un jefe le ha acosado en un despacho, si ha tenido miedo de caminar sola por la calle o si ha dado por bueno el consentimiento por estar borracha o llevar minifalda. Con 14 años y alumna de colegio de monjas, tomaba cada día el metro para ir a clase, dos paradas en las que tenía que cambiarme de sitio y vagón o buscar la protección de alguna señora que sabía de qué iba la cosa, un día sí y otro también. Perdí definitivamente la inocencia con 12 años, cuando un hombre preguntó, me puedes ayudar, y cuando me acerqué tenía el pene en la mano, y no la he recuperado a pesar de todos los hombres a los que quiero y admiro pero que, más veces de que las que sería deseable, miran su ombligo antes que a sus compañeras.
Mientras tanto, en EE UU, la masculinidad se ha convertido definitivamente en uno de los temas de campaña, dado que el próximo presidente puede ser una mujer que se enfrenta a un hombre que es la esencia de la masculinidad tóxica, al que el mundo entero ha oído decir que a las mujeres hay que agarrarlas por el coño y que pagó a una estrella porno para silenciar sus encuentros sexuales. Como el mundo orbita alrededor de los hombres y si no son el centro de atención, se ofenden o aburren, (en el mejor de los casos) rápidamente se ha puesto en valor (horrible expresión) la figura del marido, lo maravilloso, tierno y masculino que puede ser adoptar el rol de esposo de. Se ha vivido una eclosión inesperada del orgullo marido, algunos casi 'tradhusbands' (en oposición a las 'tradwives'), en forma de secundarios de lujo como Tim Walz o Doug Emhoff o de falsos secundarios como Barack Obama, quejándose de la dificultad de hablar después de la genia de Michelle. Lo positivo de todo esto es que si un hombre reivindica el papel privado y doméstico, libera a su pareja y la permite ocupar un espacio público de poder. Bienvenido, pues, el marido orgulloso de serlo y que no solo está al tanto de los problemas privados, laborales y ginecológicos de su esposa, sino que los hace suyos.
Trump, por su parte, coquetea con lo que en EE UU llaman el “bro vote”, el voto de los colegas, de los hermanos de la fraternidad, de los otros machos. La manosfera aquí, la 'manoverse' allí, Trump tiene un caladero exclusivo entre los seguidores de podcasts, streamers e influencers como los Nelk Boys, Mr. White & U.F.C., Dave Portnoy, los hermanos Jake y Logan Paul, Theo Von o Adin Ross. Una nueva generación que juega al golf con Trump, que tiene una jerga y un universo propios y que, además de una madriguera para machistas, es un lucrativo negocio que en España todavía está en pañales pero tiene un prometedor recorrido. Algunos expertos dicen que los hombres tienen unas necesidades socioafectivas que las mujeres desdeñamos y se crea una masculinidad tóxica alrededor de orgullos heridos, frustraciones y rabia. ¿Era predecible que la culpa la tuviéramos, de nuevo, nosotras?
En este escenario, es relevante la brecha ideológica y de intención de voto que se abre en Europa y EE UU y que destruye el clásico eje conservador-progresista. Y los que pueden cambiar las cosas son, paradojas de la vida, los maridos. Los orgullosos maridos de.