Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.
Grande-Marlaska siempre sobró en un gobierno de coalición progresista. La inclusión de un magistrado cuya carrera siempre cabalgó sobre los lomos del Partido Popular en un gobierno presidido por Pedro Sánchez solo tuvo el sostén del pragmatismo tras la moción de censura. Marlaska era el puntal en Interior que pretendía calmar las zozobras y las prevenciones sobre a quién se iba a entregar el control de la seguridad del Estado.
He escrito innumerables veces sobre la inconveniencia de que sobreviviera como ministro a la premura de aquel primer gobierno extraño, lleno de guiños, de figurones y de complejos que se conformó de prisa y corriendo tras la moción. Casi todos fueron cayéndose, por la propia levedad de su peso o porque tras las elecciones generales cambiaron las necesidades de legitimación, pero Marlaska se quedó ahí, enquistado, sin lograr poner orden dentro del ministerio, con los subordinados subiéndosele a las barbas y sin conseguir cuajar como ministro con una forma progresista de entender el orden público.
Ahora ha topado con los derechos humanos, una piedra que se ha ido alojando en su zapato desde su época de juez. De las diez condenas a España por no investigar torturas policiales emitidas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, siete son debidas a instrucciones llevadas a cabo por Grande-Marlaska. Un gran historial de sensibilidad sobre un tema capital para los votantes progresistas, que además nos ha costado dinero y prestigio internacional a todos.
El escándalo de las devoluciones de menores en Ceuta aún no se ha acallado. Lo cierto es que Interior no pudo no conocer lo que estaba sucediendo. Ahora las evidencias sobre lo ocurrido el día 24 de junio en el puesto fronterizo de Barrio Chino, entre Nador y Melilla, que las investigaciones independientes de periodistas y organizaciones están sacando a la luz, los videos, la constatación de que se vuelve a actuar como en El Tarajal están sobre la mesa. Marlaska de nuevo ha contestado mintiendo y responsabilizando a todos menos a él de una tragedia que abochorna a toda persona con la mínima sensibilidad humanitaria y a toda la nación.
La ley se está incumpliendo y Marlaska, el juez que iba a asegurar la legalidad de la actuación del Ministerio del Interior, es responsable de ello. Hay un modelo de respeto a la legalidad y a los derechos humanos que un estado democrático debe exhibir y que un votante de los partidos en el gobierno y los que sustentan su acción puede asumir. Lo que está sucediendo, los balbuceos y derivaciones de un ministro quemado sobre los tecnicismos fronterizos y otras zarandajas que no consiguen distraer la atención de los 24 muertos y casi 60 desaparecidos en una verdadera carnicería delegada.
Cualquiera que haya conocido la trayectoria de Grande-Marlaska antes de llegar a su ministerio no se sorprenderá con sus reiterados intentos de eludir la responsabilidad, hasta el punto de llegar a negar la evidencia aludiendo a “sesgos” de los que se la exigen.
Me temo que esta vez el PP ha estado muy tibio pidiendo su dimisión. Deberían conocerlo, ha salido de sus cuadras. Nunca dimitirá. Tirará balones fuera, se aferrará y buscará chivos expiatorios pero no dimitirá a menos que le fuercen. A Marlaska hay que cesarlo. Cesar también es importante para marcar el rumbo. A ministros con problemas menos graves de incapacidad y falta de sensibilidad y con un límite más bajo de enrocamiento han visto cómo el presidente del Gobierno les arrebataba la cartera. Este ministro es de su plena responsabilidad y debe cesarlo. Es tan evidente que la Unión Progresista de Fiscales, a la que pertenece el fiscal general del Estado, lo ha pedido formal y públicamente.
No sé muy bien qué escribir en el haber del ministro, pero en él debe figurar el justificar la entrada ilegal de la policía en un domicilio con un ariete -alegando que un piso turístico no era morada y siendo desmentido por los tribunales-, el que no supo gestionar la crisis migratoria de Canarias y dejó para la posteridad la vergüenza de Arguineguín; el que no fue capaz de proteger al vicepresidente y una ministra, que tuvieron que volverse de Asturias al ser hostigados a pesar de viajar con 18 escoltas; el que caldea a la derecha por su falta de empatía con los cuerpos a su mando e indigna a la izquierda por su falta de respeto a la dignidad humana en la gestión de la inmigración o por sus mentiras manifiestas.
El círculo se estrecha porque la verdad le está arrinconando.
Marlaska nunca debió formar parte de este gobierno y debe ser cesado.