La marquesa de los malos modales

18 de noviembre de 2021 22:23 h

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Cayetana Álvarez de Toledo no camina, levita. No habla, adoctrina. Y no saluda, perdona la vida. Ella, que lleva a gala el tratamiento de excelentísima por ser marquesa de Casa Fuerte; que aparenta exquisitos modales; que es Grande de España y que se pavonea entre la nobleza, no ha podido caer más bajo. “Políticamente indeseable” es el título de su último libro, y también la expresión con que la retratan sus propios compañeros de la bancada popular. Y no es para menos porque ha llamado palmeros de García Egea a los mismos que se dejaban las manos en la ovación cuando ella era portavoz del grupo parlamentario, pese a que durante el tiempo que ostentó el cargo no cruzó palabra con la inmensa mayoría de ellos. No sabía sus nombres ni tampoco la circunscripción que representaban.

“La coba al jefe se convierte en una consigna y permea la organización de arriba abajo con una facilidad pasmosa y letal. De pronto, hombres y mujeres adultos, inteligentes, formados, algunos con sólidas profesiones, acaban comportándose como una pandilla. O, peor, como una claque servil y sectaria. Sus excelentísimas señorías, representantes de la soberanía nacional, reducidos a palmeros y, en el chat de diputados, a emoticonos de palmas. ¡Grande! ¡Maestro! ¡Sensacional!”, describe haciendo público lo que escriben sus correligionarios en los chats del grupo.

Ahora son muchos los diputados del PP que quieren salir a contestar a la marquesa para ponerla en su sitio y relatar la displicencia con que les trataba mientras tuvo el mando del Grupo Parlamentario. La dirección nacional les ha pedido que no lo hagan, que no contribuyan a que Cayetana Álvarez de Toledo venda libros y regrese a los titulares, tras más de un año relegada al ostracismo parlamentario y político. Y eso que la marquesa de Casa Fuerte se ha despachado a gusto contra Pablo Casado, del que dice que “es un hombre de empatías variables, un camaleón sentimental, lo que castizamente se llama un veleta”. Y ha cargado con saña contra el secretario general, al escribir que ejerce el poder “de una manera despótica, teocrática, teodocrática, testosterónica”. “El control absoluto que ejerce en el interior del partido intenta ejercerlo también fuera: con los medios, con los empresarios, con los jueces. Con la misma combinación de palo y zalamería. Y, además, que se sepa. Porque, claro, qué es el poder sin su exhibición”, añade sobre García Egea.

Faltona, insultante, altiva, agresiva, irrespetuosa y grosera de la primera a la última línea, no se corta a la hora de señalar a los responsables de su “muerte política” con nombre y apellido: Mauricio Casals y Francisco Marhuenda. A ambos les acusa de chantajistas, después de relatar que Casado un día le confesó que le habían extorsionado para que incluyera en las listas electorales al ex ministro del Interior Jorge Fernández, el de la policía patriótica, el de la Kitchen, el del espionaje a los adversarios políticos. Un “demócrata” de toda la vida que hoy vive de escribir infames columnas en el diario que dirigen sendos personajes.

Si lo que cuenta es cierto, no se explica que Álvarez de Toledo no haya denunciado antes las prácticas del partido en el que milita ni tampoco las conductas de los que se llaman periodistas. Mucho menos que siga afiliada a esas siglas. Pero lo que menos se entiende es que alguien con su formación y su procedencia haya echado mano de un discurso trufado de retórica agresiva, faltas de respeto e insultos que, por otra parte, fueron siempre, junto a su acreditada arrogancia, la manera en que se movió por la esfera pública. Una demostración palmaria de que la elegancia no la otorga un título nobiliario.

La ex portavoz del PP no tiene más salida, después de esto, que abandonar el partido y por consiguiente el escaño -como le ha sugerido el vicesecretario de Comunicación, Pablo Montesinos,- o en su defecto pedir el ingreso en el Grupo Mixto como diputada no adscrita si le queda un ápice de coherencia.

Que permanezca un minuto más sentada en el Parlamento -con un sueldo de 6.000 euros mensuales (entre la asignación constitucional, la indemnización por ser diputada por Barcelona y el complemento como vicepresidenta de la comisión de Hacienda y Función Pública)-  sólo contribuye a aumentar un descrédito ganado a pulso. Lo mismo que el que trate ahora de hacer piña con Isabel Díaz Ayuso, a la que siempre despreció intelectualmente. Cuentan que ni la presidenta madrileña, a pesar de que haya tratado de echarle un capote con eso de que siempre representó los valores del PP, la quiere cerca. La diferencia entre una y otra respecto a las bases del partido es que a una la jalean en su guerra contra Génova y a la otra, la detestan desde el mismo día en que Casado la recuperó para la primera línea, después de la traición que perpetró contra Rajoy. La historia ahora se repite.