Sólo en enero de 2014, y hasta el día de hoy, han sido asesinadas en España 9 mujeres, 5 de las cuales se ha confirmado que fueron víctimas de la violencia machista. No se hablaría de otra cosa si a las mujeres de este país les hubiera dado por matar a los hombres y acumularan nueve cadáveres en menos de un mes. Ocuparía todas las portadas. Estarían alerta todos los efectivos policiales; de guardia, todos los mecanismos institucionales. A lo mejor, hasta hablaba Rajoy. Pero las muertas son mujeres, una clase de víctimas que ha pasado a ser poco más que un susto estadístico.
Con la violencia contra las mujeres y su expresión última, los crímenes machistas, sucede como con la homofobia: la ejercen los maltratadores, los asesinos y los homófobos, pero la fomenta el sistema. No un sistema en abstracto, que se justifica falazmente en los residuos de nuestra cloaca cultural, sino un sistema político e institucional concreto, que abandona estas cuestiones y abona un caldo de cultivo que permite su proliferación. Un sistema machista que no sólo no se combate con la mano más dura, sino que se promueve desde el propio Gobierno.
“La lucha contra esta lacra es una prioridad absoluta e inamovible de todos”, miente la ministra Ana Mato, aparentemente compungida ante el cúmulo de cadáveres. Y reduce esa lucha a un llamamiento a las mujeres a denunciar, recordándoles que pueden buscar ayuda a través del teléfono 016, que es gratuito, que no deja rastro en la factura, que bla, bla, bla. Pues muy bien. Pero miente la ministra de tan coherente apellido porque lo que no recuerda es que el Gobierno del PP ha llevado a cabo un recorte bestial en los recursos que marca la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, demostrando que su auténtica prioridad no son los derechos de la mujeres sino la liquidación de todo lo que lleve Zapatero de apellido.
Mientras el PP bate en plena crisis el récord de asesores a su servicio, ha recortado en un 27% el presupuesto contra la lucha de Mato. No sólo han cerrado centros y eliminado servicios de atención a las víctimas de la violencia de género, no sólo han reducido las campañas de concienciación. Lo más grave es que sus medidas educativas, laborales y judiciales son esencialmente machistas: cómplices, en última instancia, de una violencia cuyo tramo final es tantas veces la muerte. El propio Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad suele arañar alguna víctima de aquí o de allá para que el escándalo de las cifras le resulte menos inculpatorio.
Señora Mato, como ministra que es, debería usted saber mejor que nadie quién y por qué mata a las mujeres. Se lo vamos a recordar una vez más, ya que se va a llevar a casa en Jaguar el récord de mujeres asesinadas por violencia de género: mata el machismo, mata la cultura machista que promueve su ideología. A saber:
Cultura machista es la LOMCE, que elimina la asignatura Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, donde a los futuros ciudadanos se les trataba de formar en la igualdad entre hombres y mujeres, contra la violencia de género, en la diversidad afectivo-sexual, contra la homofobia. Su promotor, el ministro Wert, incluso resarcirá con fondos públicos a los centros que segregan por sexo a los alumnos. Eso es machismo. Y el machismo es lo que mata.
Cultura machista es la reforma de la ley del aborto, que conculca un derecho inalienable de las mujeres y cercena la libertad de decidir sobre el propio cuerpo. Su promotor, el ministro Gallardón, ha llegado a pronunciar incomparables perlas del machismo, como que “la libertad de la maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Asegurar, como ha hecho Gallardón, en un contexto en el que llega a haber nueve mujeres asesinadas en menos de un mes, que la posibilidad del aborto es fruto de una “violencia estructural” que impide a las mujeres ser madres es el colmo de la agresión machista. Y el machismo es lo que mata.
Cultura machista es la brecha salarial de género, que si la Ley de Igualdad de Zapatero no fue capaz de reducir, la reforma laboral de Rajoy condena a multiplicar. A igual trabajo, el salario de las mujeres llega a ser hasta un 30% menos que el de un hombre. Además, con la reforma laboral se han ido al traste, entre otros, el principio de igualdad en el acceso al empleo y los derechos de conciliación que sí contempla una Ley de Igualdad que queda prácticamente inhabilitada. Que las mujeres cobren menos que los hombres es violencia estructural en sentido estricto. Que retrocedan sus derechos laborales y todos los avances logrados en materia de empleo e igualdad de oportunidades es puro machismo. Y el machismo mata.
Cultura machista es la que predican a diario los curas, obispos y cardenales afines al partido en el Gobierno. No es que sean conservadores, los del faldón, no: es que incurren, bajo el paraguas de una libertad de expresión que no quieren para los demás, en verdaderos delitos de odio e intolerancia. Rouco Varela, Sebastián Aguilar, Juan Antonio Reig Pla, Jesús Calvo, Casimiro López, Andreu Susarte, Juan Antonio Martínez Camino, son todos amiguitos de Mato y los suyos. El Gobierno del PP ni siquiera han desaprobado sus peores escupitajos contra las mujeres y los homosexuales. Todos estos individuos forman parte de una banda que no sólo no es perseguida sino que es consentida, reverenciada y subvencionada. Una banda que promueve la homofobia y el machismo. Y el machismo mata.
Cultura machista es la que defiende y promueve la tauromaquia, la que considera un bien la tortura de un animal hasta la muerte, la que ensalza la violencia, la sangre, la valentía del macho bruto y polvoriento, la que destina sus recursos en declarar los toros patrimonio cultural. El Gobierno del PP, que no tiene dinero para implementar la Ley Integral contra la Violencia de Género, sí tiene pasta (material y moral) para subvencionar escuelas taurinas donde los chavales aprenden a maltratar y a matar. No hay dinero para la protección y la asistencia de las mujeres maltratadas pero sí para dar premios a toreros y ganaderos. Esa panda que forma la cultura del machismo. Y el machismo es lo que mata.
Así que, por supuesto, hay que insistir en que las mujeres llamen al 016, convencerlas de que denuncien a sus agresores. Pero de nada servirá un número de teléfono si no sólo no se combate el machismo estructural, sino que se promueve una cultura machista, que es la verdadera culpable de esta violencia.