Seguramente habrá gente que dirá que son exageraciones de los vilipendiados “ecologistas”. O elucubraciones de fanáticos defensores de un modelo de vida distinto del que el capitalismo salvaje ha impuesto en todo el mundo. Pero el informe que acaba de publicar la revista BioScience lleva la firma de 15.000 científicos de 184 países, no pocos de ellos conocidos y prestigiosos especialistas. Es un llamamiento fundado en argumentos y datos, “para evitar una miseria generalizada y una pérdida catastrófica de la biodiversidad”, para frenar la destrucción rápida del mundo natural y el peligro de que humanidad “empuje a los ecosistemas más allá de sus capacidades para mantener el tejido de la vida”.
La publicación del informe -que abre la edición del diario parisino Le Monde de este viernes- coincide con el inicio de la llamada 23ª Conferencia de las Partes, la gran asamblea para el debate sobre el estado del planeta, que acaba de inaugurarse en Bonn. Se desconoce si será tratado en la misma, pero hay quien cree que eso no va a ocurrir y lo que es seguro es que hay serias presiones para impedirlo.
Justo hace 25 años, en 1992, un texto con intenciones similares al actual, con la firma de 1.700 científicos, entre ellos 100 premios Nobel, fue presentado en la famosa Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Buena parte de las denuncias que en él se hacían son similares a las contenidas en el texto publicado por BioScience. Pero aquel grito de alarma no generó efecto significativo alguno. Un cuarto de siglo después el problema sigue siendo el mismo. O peor, ha empeorado.
En ese periodo, 1.200 millones de kilómetros cuadrados de masa forestal han desaparecido, fundamentalmente porque los cultivos agrícolas se han hecho con ellos. La cantidad total de mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces se ha reducido en un tercio. Las curvas de emisiones de gas de efecto invernadero y de las temperaturas siguen imparables hacia arriba, como sabe hasta el ciudadano menos informado de nuestro país. En los océanos han crecido en un 75 % las llamadas “zonas muertas”, es decir, los espacios invadidos por las aguas residuales agrícolas arrastradas por los ríos, en las que el oxígeno prácticamente ha desaparecido.
Y a ese cuadro denunciado en el informe de 1992, pero agravado desde esa fecha, se ha añadido un nuevo elemento entonces no detectado: la drástica caída de la cantidad de invertebrados, como consecuencia, sobre todo, del uso de pesticidas en la agricultura. Alemania ha cuantificado ese fenómeno: casi el 80 % de los insectos voladores ha desaparecido en ese país en el curso de los últimos 30 años.
“Fracasando a la hora de limitar adecuadamente el crecimiento de la población, a la de repensar el papel de una economía basada en el crecimiento, a la de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, a la de apoyar el desarrollo de energías alternativas, a la de frenar la contaminación, a la de bloquear la 'desfaunización' y a la de limitar la propagación de nuevas especies invasivas, la humanidad no ha tomado las medidas urgentes indispensables para preservar nuestra biosfera en peligro”, dice el texto firmado por 15.000 científicos de todo el mundo.
Otro informe, este sí citado por algún medio español, ha aparecido casi al mismo tiempo que el anterior. Y no es menos inquietante. Porque concluye que, a pesar de todas las promesas y los compromisos políticos al respecto, las emisiones humanas de dióxido de carbono (CO2) han vuelto a crecer en 2017, tras tres años de estancamiento. Nada menos que un 2 % en doce meses. Y la causa principal de ese aumento son las emisiones de China, cuya economía sigue creciendo a casi el 7 %. Ese país es el primer emisor de CO2, con una cuarta parte de las emisiones mundiales, seguido de Estados Unidos, India, Rusia, Japón e Irán. Pero tomada en conjunto, la UE sería la tercera de esa lista. El citado informe lo ha publicado el consorcio científico Global Carbon Project.
Mirando por un momento hacia España, no deja de ser llamativo que la preocupación por el calentamiento de la tierra, o cuando menos el uso de ese término, esté tan generalizada y sea tan popular en nuestro país, sobre todo por la grave sequía y las altas temperaturas que hemos tenido hasta hace poco. Y que, al tiempo, el asunto esté prácticamente ausente del debate político y social y no digamos de las páginas de los medios de comunicación masivos.
Tal vez lo ocurrido con el informe que se presentó en la Cumbre de Río de 1992 nos de pistas para entender esa contradicción. Porque el citado texto tuvo su impacto público y mediático. Pero duró muy poco. Justo el tiempo que tardó en aparecer el que se conoció como “llamamiento de Heidelberg”, otro informe, éste firmado por científicos e intelectuales, no pocos de ellos claramente vinculados al establishment de algunos de los países más ricos del planeta, y en el que se desmentían punto por punto las conclusiones del presentado en Río. Ni que decir tiene que el apoyo mediático que recibió este segundo texto fue incomparablemente mayor que el del primero.
Lo malo es que, cuando hace poco, se ha podido acceder a los archivos de la industria tabaquera se ha comprobado que el llamamiento de Heidelberg fue una iniciativa de la industria del amianto, apoyada por otras industrias contaminantes, entre ellas del tabaco misma.
Cabe suponer que en España también hay intereses poderosos, y con recursos de todo tipo, para que asuntos como éstos salgan lo menos posible a la luz pública. Y menos de forma articulada y solvente. Aunque la gente no pare de hablar de ello.