Lean si no lo escucharon en vivo y en directo: “Madrid es de todos. Madrid es de España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España? No es de nadie porque es de todos. Todo el mundo utiliza Madrid. Todo el mundo pasa por aquí. Tratar a Madrid como al resto de Comunidades es muy injusto”. La revelación es de Isabel Díaz Ayuso, que no es de la Generación del 27 ni de la del 98, ni se le conoce aportación alguna a la poesía contemporánea. A la política, tampoco salvo pasar por allí cuando Casado buscaba una candidata para la Comunidad de Madrid, y haber hecho de la confrontación con el Gobierno de España su seña de identidad durante la gestión de la pandemia.
Uno lee y relee la elaborada “estrofa” y una de dos: o se queda ojiplático o sin pretenderlo viaja hasta Kundera y la insoportable levedad con la que exploró la dimensión psicológica de las relaciones, las contradicciones del ser humano y la inutilidad de la existencia.
Ayuso recibió a Pedro Sánchez en la puerta del Sol para hablar de la preocupante evolución de la pandemia en Madrid. La idea de viajar hasta el Km 0 salió de La Moncloa y de su factoría de propaganda, pero la puesta en escena se pactó entre los gabinetes de ambos presidentes. Una bandera de España, una de la Comunidad de Madrid, una de España, una de Madrid…. Así hasta 23. Un recibimiento digno de mandatario extranjero y un despliegue similar al de una bilateral cualquiera, con los respectivos séquitos incluidos.
Poco menos que el respetable esperaba que de allí saliera un contenido similar al de los acuerdos de Camp David, pero la cita se saldó con folio y medio de comunicado conjunto para anunciar ayuda, colaboración y una comisión de evaluación del COVID-19. Debe ser la enésima.
Sánchez no quiere tutelas porque Ayuso fue entre los presidentes autonómicos la más beligerante contra su gabinete durante el estado de alarma y ha decidido que se cueza en su propia salsa, aun a riesgo de que la curva siga creciendo, las UCIs se colapsen, aumente el número de muertos y la presidenta madrileña se despache con una retahíla de reproches al Gobierno de España en su presencia.
El presidente aguantó el tipo con cara circunspecta y aceptó con su silencio que en Madrid no haya más estados de alarma ni confinamientos porque Ayuso cree solemnemente que “eso sería la muerte de todos”. Debe ser que las enseñas curan y quieren matar el virus a banderazo limpio.
Si así pretenden uno y la otra revertir la curva y que Madrid deje de ser la región de Europa con la peor situación epidemiológica, vamos listos los madrileños. El Gobierno ha dado la callada por respuesta y ha decidido dejar que sigan siendo Ayuso, Aguado y su gobierno fallido quienes sigan desplegando toda su incompetencia, a pesar de las advertencias de los expertos epidemiológicos, de que son necesarias medidas drásticas y no cosméticas, y de las reiteradas llamadas de auxilio de médicos y personal sanitario.
El desastre está aún por llegar y el Gobierno de Sánchez será cómplice de los datos y de la extensión de los contagios. Si piensa que, por haber tenido la deferencia de trasladarse hasta Sol, la derecha y su coro mediático le darán una tregua, va dado. El primer aviso se lo dio la propia Ayuso: “Usted no viene aquí a ayudar, sino a cumplir con sus competencias”. Y aún le daría otro más: “Si ves manifestaciones en Tel Aviv, piensas en Israel. Si las ves en París, piensas en Francia”.... Y si las ves en Madrid, piensas en España, le faltó añadir para señalar aún más a Sánchez.
El Gobierno está para gobernar y para tomar decisiones por impopulares que sean en una pandemia que ya se ha cobrado demasiadas vidas. Y, si el de Ayuso no lo hace por las presiones del mundo económico, alguien tendrá que hacerlo, aunque se desgaste. Falta determinación y sobra tacticismo y puesta en escena. Esto no puede ir de a ver quién tenía razón o quién se desgasta menos. Tampoco de una cogobernanza que no ha pasado de eslogan vacío. Otro más. Cuando todo falla, el fracaso es colectivo.