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ZONA CRÍTICA

Esos médicos vagos

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

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En la Comunidad de Madrid las listas de espera se han disparado un 3.500% desde que comenzó la pandemia. Más de la mitad del millar de médicos que firmaron un contrato en marzo del 2020 no saben si en tres meses estarán en la calle. Los antígenos se han convertido en un material de contrabando, como pasa también en comunidades como Catalunya, con la diferencia de que Isabel Díaz Ayuso prometió a sus ciudadanos que ella se los ofrecería gratis. No hay ni gratis ni pagando. En Reino Unido y Francia, por citar solo dos ejemplos, son gratuitos y no se han agotado. Pero que a ningún profesional médico, enfermera o administrativo de la sanidad pública se le ocurra quejarse porque la presidenta madrileña ya les ha dicho que el problema es suyo por incompetentes, por dedicarse a colgar pancartas reivindicando un mejor servicio o por no coger el teléfono. Quien crea que es porque están desbordados se equivoca, según Ayuso. No es porque no lleguen a más, es porque son vagos. 

“En los centros de salud hay tensión, se cuelgan pancartas y no todos quieren trabajar y arrimar el hombro”, afirmó la presidenta este martes. Curiosa y más que indignante manera de negar el colapso en la Atención Primaria aunque propia de una política que si algo sabe es defenderse atacando. A menudo de forma sorpresiva, puesto que atreverse a culpar a los sanitarios es un doble salto que solo ella puede hacer. Y solo a ella puede salirle bien.     

La doctrina Ayuso, muy parecida la de Boris Johnson y que el Gobierno de Pedro Sánchez está haciendo suya (a diferencia de lo que está pasando en la mayoría de Europa) es dejar que el virus siga expandiéndose, fiarlo todo a una tercera vacuna y evitar tomar medidas impopulares. Más inmunización a base de pasar la enfermedad y sin lamentar las cifras de víctimas mortales de anteriores olas porque las vacunas están funcionando. Es una opción. Solo tiene un problema y no menor: los expertos sanitarios han alertado del riesgo de colapso tanto en la Primaria como en los hospitales porque los casos de COVID restan camas y también mucho tiempo a los sanitarios. Ese tiempo que no dedican a otras enfermedades y que en comunidades como Catalunya está obligando ya a desprogramar operaciones. 

¿Qué es el colapso? preguntó el otro día la periodista Agnès Marqués a un médico de la Primaria que estaba avisando de que la situación era límite. Colapso, explicó este sanitario, es no llegar a tiempo a más de un infarto o que haya cánceres que no se diagnostiquen bien. Habrá quien quiera tildarlo de exageración. Pero solo hace falta repasar lo que sucedió hace unos meses, con casos relatados por pacientes y sanitarios. Entre enero y octubre del 2020 las visitas a los especialistas se redujeron en Catalunya un 33% respecto al mismo periodo en el año anterior. En el 2020 se realizaron 170.000 pruebas diagnósticas menos que un año antes. Eso es el colapso. Y eso es lo que se está intentando evitar en Catalunya con medidas que alimentan el hastío de la población. Y eso es lo que a Ayuso parece que le da igual. 

El colegio de médicos de Madrid publicó esta semana una nota cuyo titular era muy claro: “Nos enfrentamos al colapso de la Atención Primaria y a sus graves consecuencias sobre todo el sistema asistencial de nuestra comunidad (Urgencias, SUMMA, SAR, Hospitales) si no se toman medidas urgentes”. En el mismo comunicado se dirigían directamente al gobierno de Ayuso para pedirle auxilio. “Queremos transmitir nuestra profunda preocupación ante esta grave situación y hacer un llamamiento urgente a las autoridades responsables de nuestra Comunidad Autónoma de Madrid para que se valoren y pongan en marcha otras medidas que han demostrado su alta efectividad ante estas situaciones epidémicas con tan altísima transmisión comunitaria”. La respuesta de la presidenta ha sido llamar gandules a los médicos.   

Enfrentar a los médicos con los pacientes, es decir, con cualquiera de nosotros, es de una irresponsabilidad que avergüenza. Estos días, tras el anuncio de restricciones en Catalunya, se escuchan muchas voces acusando a las administraciones de no haber hecho los deberes. Los epidemiólogos insisten en que el virus no avisa y en que la progresión de la variante ómicron era imposible de predecir. Pero a las puertas de la Navidad el cabreo ha aumentado y solo hace falta darse un paseo por las redes para comprobar que estamos rodeados de gestores sanitarios y no lo sabíamos y que a muchos le dan igual las explicaciones de los que sí están enfrentándose cada día a una situación límite en centros de Primaria y pronosticando la que se avecina en los hospitales. 

La acumulación de recortes en ámbitos como la sanidad se está pagando y eso es difícil de negar. Hubo un momento en que con los tijeretazos se tocó hueso, como reconoció el propio Artur Mas. Se pagó mal a los sanitarios y muchos optaron por irse. Del mismo modo que ahora se está buscando profesionales y cuesta encontrarlos. “Tendría que haber más personal administrativo para que realmente el personal sanitario se pudiera dedicar a labores de diagnóstico, clínicas. Falta un refuerzo importante, aunque es difícil porque no hay profesionales sanitarios en este país, no se les ha cuidado bien y se han ido a otros países. En Catalunya sí diría que se ha invertido para ampliar hospitales adicionales para covid. En Vall d’Hebron tenemos uno, que se puede abrir o cerrar en función de las necesidades, con dos plantas, una de UCI. Tenemos camas, pero el problema es que no tenemos suficiente personal sanitario”, resumía la jefa de Epidemiología y Medicina Preventiva en el Hospital Vall d'Hebron, Magda Campins, en una entrevista este miércoles en elDiario.es. Muchos de los que salían a aplaudirles ahora prefieren no escucharlos. Molestan porque dicen lo que no nos gusta oír. Pero que estemos cansados no significa que no tengan razón. La tienen y es normal que los sanitarios se indignen cuando escuchan que el Consejo de Ministros se limitará a aprobar un decreto para obligar a llevar la mascarilla en exteriores cuando nos han repetido hasta la saciedad y nos han demostrado con datos y gráficos más que ilustrativos que el problema está en los interiores. Lo menos que se puede decir es que es una medida cobarde e incomprensible.

Disculpen la disgresión final. En el tren que va a la Universitat Autònoma de Barcelona era fácil distinguir a los de Medicina. Eran los que a las ocho de la mañana ya estaban estudiando mientras la mayoría aprovechábamos el trayecto para una última cabezada. En el viaje de regreso de la facultad ellos seguían con sus cosas, entre libros mucho más gruesos que los nuestros y apuntes con esquemas incomprensibles para el resto. Vamos, que ahora no cogen el teléfono y entonces se pasaban la noches en la biblioteca (la suya no cerraba en épocas de examen) porque ya salen zánganos de fábrica.

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