El medio ambiente es la mascarilla
Somos naturaleza. Hay seres vivos ahí fuera, desde el chimpancé a la mosca, desde el gusano al ratón, con los que compartimos la práctica totalidad del material genético. En sentido biológico somos uno más entre todos los sintientes, por eso debemos comprender que dañar a la naturaleza es una forma de autolesionarnos.
El pasado 5 de junio, en la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente, la ONU señalaba que ése es el mayor error que hemos cometido como especie: considerarnos ajenos a la trama de la vida en la Tierra.
«Los seres humanos existimos dentro de una red de vida –nos recordaba entonces la ONU– que actúa como un sistema de autodefensa. Un sistema complejo e interconectado en el que cada parte juega un papel importante: cuando un componente se cambia o se elimina, todo el sistema se ve afectado y llegan las consecuencias». La pandemia de Covid-19 es una de esas consecuencias.
En 2003 la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentó su informe “Cambio climático y salud humana: riesgos y respuestas” donde precisaba que la buena salud de la población mundial depende en buena medida de que los sistemas ecológicos de la biosfera se mantengan estables y en correcto funcionamiento, y que dichos sistemas se estaban viendo seriamente alterados por la crisis climática.
«El clima y los sistemas naturales –declaraba la OMS entonces– repercuten de manera directa en la salud y el bienestar de los seres humanos. Pero al igual que otros grandes sistemas, el climático está empezando a sufrir la presión de las actividades humanas. El calentamiento global representa un nuevo reto para las iniciativas encaminadas a proteger la salud humana».
En el informe se destaca que «una de las consecuencias importantes del cambio climático es la modificación de los patrones de transmisión de las enfermedades infecciosas que podrían dar lugar a grandes pandemias». Eso fue hace 17 años. Antes de las restricciones, antes de los confinamientos, mucho antes de las mascarillas.
Lo que sabíamos entonces y estamos comprobando ahora es que el medio ambiente era en verdad la gran mascarilla de la humanidad, una mascarilla sistémica que nos protege ante los avatares a los que nos enfrenta nuestra condición de seres vivos. Lo que sabemos ahora es que lo que hemos venido llamando “orden natural” no era tan solo una figura retórica sino un precepto existencial, y que al romper dicho orden nos condenamos a la incertidumbre.
Uno de los pensadores más respetados e influyentes de nuestro tiempo, el filósofo italiano Massimo Cacciari, exalcalde de Venecia y catedrático de metafísica de la Universidad San Raffaele de Milán, declaraba al inicio de la pandemia: «los informes científicos demuestran que la destrucción de la naturaleza, el comercio ilegal de especies y la crisis climática tienen una profunda relación con el Covid-19. Esas son las verdaderas causas de la epidemia que estamos sufriendo y de otras como el Ébola, el SARS y el resto de las que han surgido… y surgirán».
Tras señalar que este virus no ha llegado de «Marte ni de Andrómeda» sino que surge como consecuencia de una «globalización descontrolada», este influyente pensador concluía con una reflexión tremenda: «ninguna especie ha acelerado jamás su propia extinción como lo está haciendo el ser humano».
De nada nos van a servir las mascarillas individuales si seguimos destruyendo la mascarilla común de la naturaleza. La incertidumbre que sufre la humanidad solo se disipará cuando dejemos de pensar como individuos y lo hagamos como especie: cuando empecemos a colaborar y a sumar esfuerzos a todos los niveles para reconstruir la mascarilla común del medio ambiente.
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