Si repasamos los medios de comunicación de estos meses, encontraremos que las principales declaraciones de nuestros políticos son las siguientes. De Irene Montero respondiendo al PP en el Congreso: “Ustedes promueven la cultura de la violación”. La diputada de Vox Patricia de las Heras respondía: “Este Gobierno vuelve a ceder ante comunistas, separatistas, golpistas, malversadores y filoterroristas, además de pederastas y violadores”. Días antes, la diputada de Vox Carla Toscano decía a la ministra de Igualdad que su “único mérito es haber estudiado en profundidad” a Pablo Iglesias. Fuera de Madrid, la noticia que habremos conocido del Parlamento de Castilla y León es que su vicepresidente, Juan García-Gallardo, llama “banda criminal” al PSOE.
A diferencia de la mayoría de los analistas, no he puesto estos ejemplos para denunciar el deterioro del debate político entre nuestros representantes, que parece se ha convertido en una cadena de exabruptos e insultos de taberna. Lo que quiero destacar es que han sido precisamente estos exabruptos e insultos, y no otras palabras, lo que ha merecido el interés de los medios. Unos medios que han ignorado el debate, los argumentos y los análisis, que a buen seguro se habrán producido en horas de discusión parlamentaria de diferentes representantes políticos en esos mismos días, o que han optado por contarnos solo y exclusivamente los insultos y mantener la actualidad política en torno a ellos. De modo que los políticos —no todos, afortunadamente, pero sí muchos— han aprendido el sistema para poder ser protagonistas en los medios. ¿Alguien cree que la desconocida diputada de Vox hubiera sido noticia en los informativos si hubiera expuesto una buena y razonada argumentación? ¿O que el debate de las Cortes de Castilla y León hubiese sido protagonista nacional si las diferentes intervenciones hubieran sido sensatas y lúcidas, sin insulto alguno?
Por supuesto que los políticos son responsables del deterioro de la vida parlamentaria con su agresividad verbal y falta de argumentación, y que no todos son responsables por igual, pero el principal problema es el premio conductista de estímulo-respuesta que reciben de los medios a cambio de ese comportamiento.
No debemos olvidar que estamos en vísperas de un año con elecciones municipales, generales y varias autonómicas. Los partidos de la derecha compiten por ser los protagonistas de la oposición, y los de la coalición de Gobierno por destacar sobre el otro a la hora de capitalizar lo positivo de su legislatura. El éxito de esa competición depende de la presencia mediática, eso es algo indiscutible, y el sistema informativo actúa premiando al que más vocifera y escandaliza, e ignorando a ese “aburrido” que argumenta con serenidad y rigor.
Lo vimos en Cataluña durante el procés, quiénes más rentabilizaron el conflicto fueron los más hiperventilados del bando independentista y los más escandalizados del bando españolista (Ciudadanos), en detrimento de las opciones serenas de Comuns y PSOE. Al final el asunto se agotó, los catalanes se cansaron y se acabó la gasolina y el incendio de los más radicales, pero hasta entonces los que pescaban votos eran los que más explotaban el conflicto y más aparecían en prensa con sus encendidos arrebatos.
Por supuesto, es más fácil echar la culpa a los políticos de tener debate agresivo repleto de insultos. Hace tiempo que los representantes son los muñecos a los que vapulear mientras se van de rositas empresarios corruptos, altos cargos ineptos y lobbys de poder. Sin embargo, es necesario que analicemos el desarrollo de las situaciones más allá del comportamiento de un político que desaparecerá de la agenda dentro de cuatro años (o antes) y comprendamos los problemas estructurales de nuestro sistema. Y uno de ellos es un sistema de medios conductista que premia con protagonismo al que insulta y desprecia al sereno y sensato. Por eso, como el perro de Pavlov, el político segrega insultos cuando percibe micrófonos y espacio en el periódico. Quizás, la conclusión a la que debemos llegar es que algo de culpa tendrá el que reparte esos micrófonos y espacio.