Llevo más de 50 años paseando por la orilla de este mar. Y los paseos son cada vez más melancólicos. El otro día, el 11 de este mes, alguien comprobó que esa muñeca que llevaba horas sobre la arena era en realidad una niña muerta. Tenía seis meses. En poco tiempo se averiguó que el pequeño cadáver procedía de un naufragio. El 21 de marzo, una patera con 15 personas a bordo zarpó de Cherchell, en Argelia. Nadie sobrevivió. El ADN demostró que un cuerpo de mujer encontrado en una playa balear era el de la madre del bebé.
No me apetece ya bañarme en este mar caliente como una sopa de carne humana. Las dos grandes tragedias de nuestro tiempo, el cambio climático y las migraciones desesperadas, se concentran en el caldo mediterráneo. Mientras, nosotros andamos ocupados en otras cosas. Estoy seguro de que las generaciones futuras nos juzgarán con severidad.
Si alguna vez nos hemos preguntado cómo fueron capaces los alemanes de mirar hacia otro lado, con satisfacción o con inquietud, mientras se perpetraba el Holocausto, tenemos ya la respuesta: eran como nosotros. No comparo los inconcebibles crímenes nazis con lo que ocurre en el Mediterráneo. Comparo la actitud de los testigos, la indiferencia, la denegación de auxilio. No podemos hacer nada, nos decimos. Y miramos hacia otro lado.
Tampoco comparo, por supuesto, a la Unión Europea con la Alemania nazi. Pero la ausencia de una auténtica política común (realista, humana, dificilísima) respecto a la inmigración de estos miles, y miles, y miles de desesperados que se embarcan en lanchas precarias con bebés en brazos, nos mancha a todos.
Los gobiernos europeos parchean la tragedia con una mezcla absurda de tolerancia y crueldad. Suelen delegar la crueldad en las policías, los ejércitos y las bandas armadas de la orilla sur, y de vez en cuando, con asombrosa desfachatez, se ufanan por denegar el acceso a puerto de un barco lleno de personas desfallecidas (recuérdese al repugnante Matteo Salvini, aliado italiano de Vox, por ejemplo) o se limitan a ignorar las peticiones de socorro. Devoluciones en caliente, campos de concentración, marchas espectrales hacia el norte de África, naufragios casi cotidianos: esto es lo que hay mientras nosotros, como decía, andamos ocupados con nuestras cosas.
Y nos damos alegres chapuzones en este mar que arrastra hacia la playa los cadáveres de la gente más desgraciada del planeta.